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Reconocido con el Premio Uneac de Ensayo en 2013 y con el de la Crítica en 2014, Dame el siete, tebano es un libro raro en el contexto de la crítica cubana actual

Autor:

Daniel Díaz Mantilla

Reconocido con el Premio Uneac de Ensayo en 2013 y con el de la Crítica en 2014, Dame el siete, tebano es un libro raro en el contexto de la crítica cubana actual: por indagar en la obra de un autor vivo, polémico como lo es Antón Arrufat; por fundir en sus páginas, con notable destreza, el método expositivo —acaso demasiado apodíctico— del ensayo y la libertad fabuladora propia de la ficción narrativa, rompiendo así con ciertas pautas que pretenden todavía limitar la sinergia entre los géneros literarios; y por el tono fresco, desacralizador, que le imprime a la lectura de quien recibiera en el año 2000 el más alto premio de las letras cubanas.

Ya en varios de sus libros anteriores, Margarita Mateo Palmer había apelado a esta «herejía», desde el sorprendente Ella escribía poscrítica (1995) hasta su novela Desde los blancos manicomios (2008); y ya antes habíamos podido constatar en esos títulos, más que el acto trivial de quien subvierte las normas para atraer la atención del público, la necesidad de hallar otros modos de penetrar y referir una realidad compleja, una realidad en crisis que —a su vez— ha impregnado y puesto en crisis a quien la vive. Advertíamos en esos libros, como lo advertimos ahora en Dame el siete, tebano, algo que siempre se agradece: la autenticidad, la implicación profunda de la autora con los temas que aborda, su compromiso íntimo con la búsqueda de un saber que le resulta necesario, no un mero juego del intelecto entregado a caprichosos devaneos verbales. Y advertíamos también, simultáneamente, esa distancia —difícil de lograr en tales casos— que permite ver con claridad, distinguir lo esencial de lo superfluo. Porque la literatura, cuando es auténtica, no es una dimensión paralela a la realidad, un simple recreo para evadir los problemas de nuestra vida, sino una herramienta para la comprensión y transformación de la misma, de la vida. Porque en Margarita Mateo, como en Antón Arrufat, escribir es meditar, dar testimonio de una experiencia, compartir certezas, dudas, sacudidas... tocar, en fin, al lector con palabras que el viento no se lleva: ideas que anidan en su pecho y en su mente y que, como semillas, germinan en él para hacerlo mejor, más atento acaso, más despierto. La auténtica literatura implica una responsabilidad con ese mejoramiento humano que está en la raíz de nuestra cultura, de toda cultura.

[...] cuando nos interesa un poeta profundamente, cuando toda nuestra persona está implicada en ese interés, no podemos dejar de preguntarnos sobre el que la realizó. Anhelamos saber, sondear las profundidades, acortar las distancias que nos separan.

Eso afirma Antón Arrufat en un texto citado por Margarita Mateo,1 y ese parece ser —también— el interés que la impulsa a acercarse a su prosa, detectando leitmotivs, constantes que traspasan sus relatos y ensayos. Un acercamiento que le permite, mediante el diálogo con el otro, iluminar sus inquietudes propias y avanzar en el arduo sendero del autoconocimiento. Así lo demuestran los numerosos puntos de contacto entre Dame el siete, tebano y otros libros de Margarita Mateo: su preocupación por la identidad del sujeto —sus máscaras, su difuminación, su travestismo—, la dialéctica agónica entre Eros y Thánatos, y el ejercicio consciente de la escritura, son cuestiones que atraviesan toda la obra de esta autora. Véanse, por ejemplo, sus minuciosos acercamientos a la cosmovisión de José Lezama Lima en Paradiso: la aventura mítica (2002) y en El misterio del eco (2011), donde vuelve una y otra vez sobre las pulsiones de vida y de muerte, el descenso al Hades como gnosis, la peculiar relación entre ser y estar —entre lo trascendente y lo inmanente— que se da en la singular encrucijada del Caribe; cuestiones que reaparecen, vistas desde la ficción, en Desde los blancos manicomios. O véase el extenso ensayo La ruta del huracán, que forma parte de El misterio del eco, donde se aborda el modo en que ese evento meteorológico ha marcado la producción de sentido en Cuba, desde los aborígenes hasta los escritores finiseculares del siglo XX, el complejo carácter simbólico del huracán en tanto crisis, encuentro del ser con las fuerzas destructivas del mundo: «cifra contraria a la inmovilidad y el estatismo; [...] aire arremolinado que sacude y estremece, que destruye, pero también fecunda: suma y signo del movimiento, la energía y la fuerza en el ámbito caribeño».2

Reencontramos muchas de estas cuestiones, si bien veladas o tratadas desde otra perspectiva —más serena quizá, menos dramática— en Dame el siete, tebano. Y reencontramos aquí, al igual que en otros momentos de su obra, la confianza en el logos, en la razón discursiva como vía para cohesionar al ser tras sus crisis, para traerlo de vuelta a su centro, para hacerlo ascender desde su identidad fragmentada y dispersa hacia una unidad más abarcadora, más abierta, es decir, más fuerte. Un logos que va, como afirma Margarita Mateo, «sondeando los vados, internándose en aguas profundas, regresando a la orilla, volviendo a penetrar la corriente, o más bien, dirigiendo desde tierra firme a los distintos entes —máscaras— en los que se difumina su identidad para reflexionar a sus anchas desde puntos de vista diferentes. Como el bañista impenitente sobre la roca, que pone a dialogar a sus distintos yos».3 Tal es, en mi opinión, el camino que ha seguido la autora hasta este, su más reciente libro, un camino con momentos de extrema tensión, pero con logros también notables en cuanto a lucidez e intensidad expresiva.

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