Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Todas las torres del templo

La antología Catedral sumergida propone de forma integradora el caudal diverso de las poetas cubanas de los siglos XX y XXI

Autor:

Marta Lesmes Albis

Todas las torres del temploLa poesía, con ser género mayor, ha tenido siempre un número elegido de lectores. Leer poesía en Cuba hoy parece cosa rara, o, al menos, creo que interesa menos que en épocas pasadas. Me refiero tanto al gran público, como al especializado. No obstante, a pesar de la notoriedad ganada por la narrativa en detrimento del verso entre los lectores cubanos contemporáneos, se sigue escribiendo poesía y la poesía sigue siendo el gran género por excelencia de la literatura cubana. En proporción a su poca lectura, puede decirse que no ha decaído la intensidad de su escritura entre quienes configuran el gremio.

La escritura poética, de gran arraigo en la historia de la literatura cubana, no solo se ha manifestado en las publicaciones periódicas y en los libros autorales, sino también a través de la tradicional manera de reunir, desde diversas perspectivas, las diferentes voces que la componen; de ahí que bajo el manto de antologías, repertorios, florilegios, misceláneas, ramilletes, recopilaciones, repertorios, selecciones y otros no menos pintorescos títulos, ha sido esta una forma de conservar nuestro patrimonio literario ausente ya un largo tiempo de los proyectos editoriales cubanos. Catedral sumergida ha sido una excelente propuesta dentro de ese afán patrimonial haciendo visible lo puntual de una zona de la poesía cubana: la creada por mujeres. Mujeres han sido, poetas ellas también, quienes han concebido, si bien sin afanes teorizadores desde esta perspectiva, el colosal panorama de la poesía femenina cubana que se despliega a través de sus páginas.

Esta selección de textos trata de mostrar, de la forma más integradora posible, el caudal diverso de las poetas cubanas de los siglos XX y XXI. Las antologadoras Ileana Álvarez y Maylén Domínguez afirman en sus palabras preliminares que su objetivo principal «era propiciar un diálogo entre generaciones de autoras cubanas vivas», hecho que se consuma desde la presencia inaugural de la voz con mayor edad y jerarquía dentro de este panorama, la de la habanera Fina García Marruz (1923) hasta la de la joven avileña Gelsys M. García Lorenzo (1988). Como se advierte, su sentido de organización es diacrónico, mientras que el concepto de poesía nacional utilizado trasciende la geografía ad usum, lo mismo hacia afuera que hacia adentro. Es de agradecer la inclusión aquí de creadoras que, radicadas fuera del país, son sus temas y motivaciones de inspiración o evocación nacional, las de otras que, nacidas en otros países, poseen una obra escrita en Cuba que por derecho propio y voluntad de sus autoras nos pertenece, así como es otro grande acierto no considerar como poesía cubana solo la escrita en su centro capital, sino también la de figuras que desde las provincias poseen una obra de reconocida ejecutoria dentro de los confines nacionales.

Su amplio espectro de participación ya deja en claro que lo antologado es la selección de los textos recogidos, y no las autoras incluidas, de suerte tal que, posiblemente, estamos en presencia de una muestra representativa de lo más gustado en unos casos y en otros de lo más reciente de las mismas. Como afirma en su prólogo Enrique Saínz, esta antología nos permite disfrutar «de la calidad de la poesía cubana de hoy» y por otra parte de «la extraordinaria diversidad de estilos que la integran», así como celebrar «la ausencia de prejuicios y de actitudes discriminatorias en las antologadoras, atentas solo a la calidad literaria de los textos».

Tras la lectura, me motivan ciertas constantes temáticas, si bien siempre desde las concepciones expresivas e ideológicas diferentes de sus autoras, entendiendo aquí por ideológicas el universo de pensamientos que va desde posibles filiaciones estéticas, políticas o filosóficas,  a otras de diversos sentidos. Lo determinante, lo que le da cohesión al libro, es el afán de identidad de las mismas, su indagación en su ser más cordial y profundo a través de las voces desde las que expresan sus ideas, más claras en los textos de las gigantes, las consagradas; menos ortodoxas en las más jóvenes. De esta poesía ontológica es ejemplo el verso Sé el que eres, que es ser el que tú eras, de Fina García Marruz, y la que en dirección contraria exhiben Georgina Herrera (Esta que miro/ soy yo, mil años antes o más,) y Nancy Morejón (¿Cuál de estas mujeres soy yo?). Enrevesada la palabra en la búsqueda de la idea se incluyen Caridad Atencio (Están entrando en Cristo por sitio no sagrado) y Alessandra Molina (Como el pico del buitre/ en la boca del condenado/ quiere ser tu palabra/ en mi silencio).

Bajo diferentes perspectivas se trata el tema amoroso desde el ya clásico me desordeno amor, me desordeno, de Carilda Oliver, pasando por el peligroso Él yace junto a mí, dormido y vulnerable, de Carmen Hernández Peña; el irónico o quién sabe si escéptico Todavía pregunto de qué cariño hablas, de Marilyn Bobes, y el demoníaco Como se aman los herejes entre las llamas, de Susana Haug. La familia es otra recia presencia, algunas veces en el elogio de los ausentes como en uno de los poemas de Uva de Aragón (Todo es tan confuso, Madre. A veces me siento sola, perdida y huérfana).

Entre los aspectos formales que lo distingue, encontramos una profusa narratividad del discurso poético en el volumen, bien en el gesto memorioso de la anécdota o en la construcción de la vivencia para justificar el acto poético, tan visible en los poemas de Reina María Rodríguez, Lucía Muñoz o Ruth Behar. Las propias antologadoras exhiben creaciones de no poca valía como Seis años maldiciendo, de Maylén Domínguez, y Palabras de una poeta menor de la antología, de Ileana Álvarez.

No hay dudas de que tras largos años de ausencia de una antología que privilegie el verso femenino, la poesía cubana está hoy de fiesta, pues Catedral sumergida muestra el fuerte coro de una aguda epifanía trascendental, haciendo un viaje de regreso, desde el fondo del mar, para dejar a la vista, bien secas, todas las torres del templo.

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