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Retrato de grupo sin cámara

Esta nueva obra de Luciano Castillo reúne 39 entrevistas (realizadas a 29 directores, tres actores, tres guionistas, dos fotógrafos, un productor y un crítico), bajo la convicción, de que solo el diálogo sostenido entre un periodista o un crítico y un cineasta puede revelar a plenitud los entresijos de la creación

Autor:

Reynaldo Lastre

A una nueva categoría integrada por una legión de cineastas, cinéfilos y críticos pertenece Luciano Castillo, quien, siendo muy niño y convidado por su madre en su natal Camagüey, entró por primera vez a un cine y con una voluntad impresionante se construyó un destino en torno a este, no sin franquear innumerables barreras.

Los amantes del cine se han valido de esa pasión de Luciano (su vocación de promotor cultural lo han llevado también a la radio y la televisión) y, en materia de publicaciones, sus aportes han sido decisivos. Es a su tozudez que los lectores deben ese acercamiento a la cinematografía prerrevolucionaria que podríamos denominar como definitiva, y que responde al título de Cronología de cine cubano (en cuatro tomos), junto a su ya fallecido colega Arturo Agramonte.

Después, Luciano nos ha sorprendido con una trilogía, conformada por un volumen de crítica, Trenes en la noche; un excelente material de consulta, devenido best seller, que reúne selectas listas de distintos períodos, autores, regiones, etc., titulado La biblia del cinéfilo, y ahora aparece con Retrato de grupo sin cámara, publicado por la Editorial Oriente: una selección de entrevistas a grandes personalidades del séptimo arte.

Retrato de grupo sin cámara, nombre que evoca la novela de Heinrich Böll, Retrato de grupo con dama, reúne 39 entrevistas (realizadas a 29 directores, tres actores, tres guionistas, dos fotógrafos, un productor y un crítico). Bajo la convicción, polémica pero a su vez amparada por buena parte de la comunidad académica, de que «solo el diálogo sostenido entre un periodista o un crítico y un cineasta puede revelar a plenitud los entresijos de la creación, mucho más que el ensayo o el estudio más enjundioso sobre su obra», es que Luciano se adentra en la labor de estas destacadas figuras.

Desfilan por el libro Alfonso Cuarón, Arturo Ripstein, Humberto Solás, Santiago Álvarez, Costa-Gavras, Stephen Frears, Jonathan Demme, Steven Soderbergh, Terry Gilliam, Ettore Scola y Giuseppe Tornatore, por mencionar los nombres más conocidos, gracias a su vinculación con el Diario del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano.

En esos encuentros memorables supo encontrar la clave para provocar declaraciones perdurables, incluso, cuando estaban sujetas a una obra en específico, como sucede con Steven Soderbergh y la presentación de Traffic. De las historias de vida, las que me han parecido más sorprendentes son las del productor Manuel Barbachano Ponce y el fotógrafo Ricardo Aronovich. Las anécdotas de Barbachano sobre las angustias creativas y las indecisiones de Luis Buñuel, contrastan con la perfección de sus películas y la seguridad que emana de sus declaraciones públicas. Por su parte, Aronovich no escatima opiniones a favor o en contra de los directores que ha conocido en su larga carrera. Cuando explica su negativa a trabajar con Jean Pierre Melville, Robert Bresson y Jean Luc-Godard, sentimos que buena parte de su magia los abandona.

De la lectura de las entrevistas se desprende una verdad lacerante, que puede frustrar a los jóvenes cineastas que buscan fórmulas para delinear su propio trabajo: no existe una verdad en la creación, pues cada artista moldea sus obras de acuerdo con intereses, habilidades y su propia experiencia. Así, vemos la poca atención que le presta Stephen Frears a la escritura de guiones, actividad que nunca ha realizado, mientras Ettore Scola sentencia: «El guionista es la voz más interesante de cada película, a mi modo de ver más importante que el director».

Por su parte, la detallada atención de Soderbergh al montaje y al uso de la cámara habla de otro esquema de director, más cercano a la técnica del cine que a la escritura del mismo. En esta categoría cabe también etiquetar a Jonathan Demme, devoto de Alfred Hitchcock «y su técnica clásica», como él la llama. Cuando este director explica las tensiones que se viven en el interior del cine norteamericano, entre Hollywood y los independientes, emerge un concepto completamente renovado que entabla una velada querella con la «política de autores» tan proclamada por los franceses de la Nueva Ola y su rechazo a los grandes presupuestos.

Son también reveladoras las declaraciones que le hace a nuestro entrevistador ese otro grande que es Terry Gilliam. Golpeado por las rutinas productivas, accidentes insospechados y azares fatídicos, demuestra que solo el talento puede respaldar el buen arte y el uso creativo del bajo presupuesto que se ha visto obligado a utilizar en repetidas ocasiones, tiene mucho que enseñar a esos realizadores del trópico que dependen, de cuantiosos fondos económicos para lanzar unos cuantos planos.

Recomiendo las memorables respuestas de ese inmenso artista que fue Humberto Solás. El perfecto equilibro entre las meditaciones creativas, el valor de la equidad de género que pudo discursar apoyado en los dramas femeninos, y su vocación de humanista puede hallarse en su filmografía, pero cuando nos habla de estos conflictos humanos, sociales y artísticos, no nos quedan dudas de su talante y estatura intelectual.

Retrato de grupo sin cámara puede interpretarse, de igual manera que Trenes en la noche y La biblia del cinéfilo, como un mapa que nos ayuda a transitar por los diferentes caminos del cine, no a la manera de un laberinto, pues la escritura de Luciano es pródiga en legibilidad y su odio confeso a las indigestas teóricas se revela en cada línea que traza. Es justo este título, más que cualquier otro, el que lo etiqueta para siempre como hombre de cine, y que responde a una pasión incontenible por el universo de las imágenes en movimiento, que obliga muchas veces a amar el cine tanto como a la vida.

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