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Morir de risa leyendo

Las ansias renovadoras de Gianni Rodari, sus deseos firmes de emancipar a la infancia, lo convierten para siempre en uno de esos guerreros imprescindibles de la causa más justa: esa que defiende la ilusión y la fantasía 

Autor:

Enrique Pérez Díaz

Leerte es morir de risa y renacer una y otra vez. Sin freno, sin pared. Sin límites o sin una idea clara de adónde nos llevas. Cuando uno te descubre, ya nunca más será él mismo. No importa si te conocimos de niño, de grande, alegres o tristes. Siempre nos llevas de la mano a tu mundo de acertijos y enredos, vulnerando todas las esencias literarias, saltándote las fronteras de lo cotidiano y erigiendo un discurso emancipador, que nos libera sin decirlo, sin transparentarlo siquiera, solo con tu originalidad a prueba del más mortal aburrimiento.

Solías decir que para entrar a una historia debía emplearse el momento oportuno. No importa si el autor llegaba por una puerta, una ventana, apenas una hendija. Lo importante era saber el momento justo en que se comenzaba a contar una historia. Enseñaste a todos que el humor es una herramienta demoledora de cualquier convención y a la vez un «ábrete sésamo» para domeñar cualquier voluntad por férrea que parezca.

Maese de Fantasía, tú nos regalaste el don de la risa, del asombro y la desmesura de recrear lo cotidiano con ojos nuevos. Habías nacido un 23 de octubre de 1920 en Omegna, Piamonte, Italia, y hoy por hoy —40 años después de tu muerte— con toda justicia se te considera uno de los renovadores más fervorosos de la pedagogía y la literatura para niños, no solo de tu tierra, sino del mundo entero.

Periodista y posteriormente escritor, te iniciaste muy joven en el magisterio que yo diría nunca has dejado de ejercer, pues tus libros constituyen verdaderas lecciones maestras para quienes se adentren en el arte de contar historias o para los profes deseosos de contagiar la lectura a sus pupilos.

Jovial, humanista, desenfadado, altruista, justiciero, provocador, beligerante a veces, fuiste un artífice de la palabra que, no por mucho respetar, dejaste de emplear en todas las formas posibles.

Tus cuentos, a veces de un par de párrafos, en ocasiones de cuartillas enteras, constituyen un verdadero acertijo para el lector y una guía para quienes apuesten por el difícil mundo de las letras.

Inicialmente tu creación vio la luz en periódicos de corte progresista, pues no se debe olvidar que fuiste un activo militante del Partido Comunista en tu tierra y que, desde las páginas del diario Paesse Sera, diste a conocer todos aquellos relatos tan famosos y polémicos porque se burlaban continuamente de la sociedad de consumo.

Exquisito, exigente, riguroso hacia tu obra, haciendo honor a tus libros teóricos, Gramática de la Fantasía y Ejercicios de Fantasía, solo diste a la luz una parte de tu creación literaria, quizá aquella que considerabas de más valor. Tu muerte prematura a los 60 años no fue óbice para que nos dejaras un impresionante legado de cuentos, noveletas, libros de retahílas y artículos teóricos sobre la lectura y literatura para niños, que no cesan de reeditarse en el mundo entero.

Aunque para algunos hoy tu literatura no se considere a la vanguardia de las letras italianas —donde figuran autores como Bianca Pitzorno, Silvana Gandolfi, Susana Tamaro, Patrizia Rossi, entre otros— siempre vuelves a ser noticia cada vez que tus herederos desempolvan algún manuscrito —que con su rigor, espíritu autocrítico y selectividad habitual tú habías desestimado— y lo confían a alguna editorial para que cada Navidad aparezca otro libro tuyo entre las novedades de los escaparates.

No creo que alguien te supere porque tú sabías ser tú y nadie más que tú. Tus ansias renovadoras, tus deseos firmes de emancipar a la infancia, te convierten para siempre en uno de esos guerreros imprescindibles de la causa más justa: esa que defiende la ilusión y la fantasía como premisas para legar a los humanos un mundo mejor, un futuro venturoso y posible.

 

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