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No es una película de Bollywood, pero podría serlo

Una vez que aceptamos que nunca vamos a aprendernos los 1 001 términos del glosario y decidimos que ni siquiera nos hacen falta, podemos disfrutar de una novela como Una vida poco común

Autor:

Herson Tissert Pérez

Una vez que aceptamos que nunca vamos a aprendernos los 1 001 términos del glosario y decidimos que ni siquiera nos hacen falta, podemos disfrutar de una novela como Una vida poco común, de Baby Halder, publicada por la editorial Arte y Literatura, en 2018, traducida por Aida Bahr y que se encuentra por las librerías cubanas.

El relato autobiográfico de esta escritora bengalí de nombre aparentemente anglosajón no es imposible de llevar a un musical de Bollywood. Después de todo, tiene una historia de abandono y superación, una mujer que suponemos hermosa y en cuanto al baile, a los productores de la millonaria industria cinematográfica india jamás les ha temblado la mano para montar una coreografía en cualquier escenario y circunstancia.

El obstáculo fundamental, sin embargo, está en la falta absoluta de malvados envidiosos y héroes salvadores. El único que se acerca a esta última condición es un honorable y pacífico señor que difícilmente imaginamos haciendo piruetas en una moto, mostrando su torso desnudo y moviendo el pelo, aunque repito, nunca se puede subestimar a un productor de Bollywood.

Los muchísimos personajes, algunos bastante impresentables, que se atraviesan en la vida de Baby son, en su mayoría, sobrevivientes. Y los sobrevivientes no son ni buenos ni malos, solo sobreviven. Son amables hasta un punto, y luego no lo son más, y tal vez, después, vuelven a serlo.

Abandonada por su madre, casada siendo una niña con un hombre muchos años mayor, madre de tres hijos a temprana edad, golpeada y abusada por su esposo, desantendida por un padre débil, una madrastra de carácter variable y unos hermanos egoístas, Baby se aferra a cualquier gesto de amabilidad, que la mayoría de las veces proviene de parientes no tan cercanos, y extraños. Y es su fe, su compasión, su manera de agradecer todo lo bueno que le sucede lo que la salva. De su padre, agradece que no la dejara abandonar la escuela; de sus empleadores (aún trabaja como doméstica), la posibilidad de tener techo, comida y mantenerse a sí misma. No es una rebelde en sí, todo lo contrario. Siempre trata de adaptarse y evitar los problemas hasta que, no puede ser de otro modo, todo explota.

Su historia pudiera ser abrumadora. Tantos vaivenes y desgracias, contadas por una persona sin educación formal, pudiera generar rechazo y aburrimiento. Baby cuenta mayoritariamente en primera persona, de manera lineal, sin artificios. Su relato es vívido y conmovedor, sin otro recurso literario que la honestidad. Honestidad en lo que vive y lo que siente y lo que cree que siente.

Muestra una India que siempre ha estado ahí, pero que muchos no estamos dispuestos a ver, enceguecidos por los musicales, y el yoga, y los taxistas de simpático acento en Nueva York, y los genios de la informática. La India es todo eso, pero también es lugar de atrocidades, desigualdad, pobreza, sexismo, castas, esclavitud. El relato de Baby nos acerca a un país terrenal, acaso no tan diferente a parte de nuestra realidad.

Baby logra triunfar. Otros en su piel se hubiesen volcado al activismo, a convertir su ejemplo en una doctrina. Ella prefiere seguir su trabajo de doméstica para el hombre que terminó de modelar su educación. ¿Agradecimiento? ¿Miedo al riesgo? Es fácil decirlo cuando siempre se ha tenido algo para llevar a la mesa.

No pierdo la esperanza de ver esta vida poco común, o demasiado común según se mire, llevada a la pantalla. O al menos a las tablas, en un musical de Broadway. Si ya han hecho zafra con los clásicos y montado una obra sobre el trabajo en un astillero, qué no harán con la historia de Baby, que, a fin de cuentas, ha tenido un final feliz. De momento ya podemos leer su historia.

 

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