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Jardines botánicos en Cuba, verdes catedrales de la ciencia

El 27 de febrero se celebra el Día del trabajador botánico en Cuba. JR propone un acercamiento a la historia y funciones de esta red en el país

Autores:

Mileyda Menéndez Dávila
Lucía Araujo
Leyanis Infante Curbelo

Ni el legendario Hércules hubiera sabido en 1968 cómo acometer tarea tan gigantesca… En aquel páramo del oeste capitalino plagado de piedras, aroma y marabú pedía Fidel que se erigiera un espacio con fines educativos y conservacionistas, un centro adscrito a la Universidad de La Habana, pero distante de ella decenas de kilómetros: el Jardín Botánico Nacional (JBN).

Fue preciso unir los días a las noches para crear en poco más de una década un oasis vegetal que hoy es orgullo de la ciencia cubana. Trabajadores, estudiantes y profesores de la Universidad, junto a jóvenes del cercano Instituto Tecnológico Revolución, levantaron bosques, recogieron piedras (¡miles de metros cúbicos de estas!), sembraron más de 600 hectáreas de césped y regaron miles de posturas para dar vida a cada zona fitogeográfica tropical y a las colecciones especiales (el Herbario, el Palmetum), según un plan director y un diseño científico novedosos y atrevidos para su época.

Tiempo fecundo aquel, en que la oscuridad dejaba de serlo gracias a las luces de camiones y tractores, recuerda la Doctora Ángela Teresita Leyva, directora de la institución desde 1972, quien llegó aquí siendo apenas una estudiante:

«Materializamos el sueño de Fidel. Con su ayuda inestimable lo hicimos realidad. Celia Sánchez nos visitaba mucho, y en una oportunidad nos envió un camión de orquídeas de Pilón».

A la par de esta labor de fomento, especialistas del JBN efectuaban expediciones a las montañas y sitios intrincados de la naturaleza cubana en busca de nuevas especies, y también para apropiarse del ambiente que tratarían de reproducir en el Jardín con toda la exactitud que permitieran el clima y el suelo capitalinos.

Ángela es hoy Doctora en Ciencias Biológicas, investigadora y profesora titular de la Universidad de La Habana, y sin que la pasión la ciegue, habla del JBN como un proyecto en permanente evolución: «Respecto a centros homólogos en países tropicales marchamos a la vanguardia. No somos segundos de nadie ni por el caudal humano ni por la proyección moderna, e incluso atrevida, del Jardín. Algunas representaciones paisajísticas parecen regiones naturales del archipiélago, dada su fidelidad a los modelos».

El 24 de marzo de 1984, la verde catedral de la capital cubana abrió sus puertas al público general y especializado para no cerrarlas excepto en momentos de contingencia natural, como el paso de ciclones. Con el tiempo —a sugerencia de Fidel— se levantaron tres pabellones cerca de la entrada principal (dos umbráculos, para las plantas de sombra, y un solarium) y se acondicionó un Jardín Japonés con ayuda del Gobierno de esa nación. La directora define ambos sitios como insignias del JBN por la acogida que tienen en el público.

También integraron áreas especializadas de máximo interés como el ecorestaurante El Bambú, el Bosque Martiano, el área de Etnobotánica (plantas que usamos comúnmente los cubanos con fines alimenticios, ornamentales o religiosos) y otros espacios de recreación donde se cultiva en el público infantil y adulto el interés y respeto por la biodiversidad vegetal tropical.

Lluvia, viento, fuego

Pero las buenas intenciones del Jardín no lo resguardan de realidades globales alarmantes como el cambio climático, fenómenos meteorológicos extremos, incendios, contaminación de las aguas y el aire, desertificación…

Según explica Ángela, la red cubana de jardines botánicos tiene bien establecido su plan de acción para adaptarse a tales desafíos, e incluye desde la capacitación intensa de sus trabajadores hasta la definición de áreas donde la aridez y la falta de lluvia implicarán luego una mayor especialización en plantas que soporten ese clima.

«No recuerdo un año en que no hayamos mitigado algún incendio en nuestro Jardín, sobre todo en la época seca», comenta Ángela. Como además estamos en el Occidente del país, por donde acostumbran a pasar la mayoría de los huracanes, tenemos un plan de medidas para mitigar sus efectos: en pabellones y viveros se bajan al piso todas las plantas, o se acuestan, para que el viento no las tumbe; se cubren los equipos de trabajo y se podan árboles.

«Recuperarnos puede durar meses, pero se trabaja sin descanso para no afectar al público, sobre todo en verano. Por ejemplo, en 2004 el huracán Charlie —al que apodaron “el Leñador”— derribó aquí 390 árboles. También en 2008 Ike y Gustav nos dañaron mucho, sobre todo el primero, debido a las grandes ráfagas de aire asociadas a estos fenómenos».

Ciencia en movimiento

Para garantizar su labor como coordinador de la Red Nacional de Jardines Botánicos —que cumplirá 20 años en 2010— el JBN desarrolló una valiosa infraestructura en laboratorios, viveros, biblioteca y espacios para alojamiento y docencia, de los cuales se sirven cada año especialistas de todo el país, y bajo su follaje han germinado ya decenas de maestrías y doctorados en Biología, Botánica y otras disciplinas afines.

A pesar de las limitaciones económicas para mantener el riego y la fitosanidad en jardines pequeños como el de Sancti Spíritus y para obtener variedades fuera del país, la especialización y el intercambio de ejemplares han sido procesos vitales de esta red científica. De ese modo expanden por toda la Isla el conocimiento sobre la flora tropical que cada región atesora y tratan de proteger especies de alto valor científico.

«Cuba tiene alrededor de 7 020 especies diferentes, 6 700 son nativas, pero es muy difícil tenerlas todas en un solo jardín: acá no podemos cultivar las de altas montañas ni las de suelos muy especializados, pero cada vez que podemos vamos al monte y traemos una ramita, una semilla… así cada año incrementamos nuestro potencial», explica la directora.

Por eso cataloga de muy valiosa la labor de jardines como el de Pinar del Río o el de Las Tunas, sin olvidar los muy especializados como el orquideario de Soroa o la colección de más de 300 helechos que conserva Santiago de Cuba.

Según pudo comprobar JR en el Jardín Botánico de Sancti Spíritus, nuestras provincias son muy ricas en diversidad biológica y aún quedan plantas endémicas en su hábitat natural, pero muchas están bajo amenaza de extinción porque no son siquiera reconocidas en su ambiente: la gente convive con ellas o las encuentra en una visita y no puede imaginarse su valía si antes no se le ha hecho saber. Destinar espacios al estudio profundo de estas plantas y darlas a conocer a la población es una labor científica importante, pero muy costosa. Por eso, el CITMA no cesa de buscar financiamiento para mejorar las condiciones de trabajo.

Sin ánimo de ser pretenciosos, cada uno de estos recintos pudiera reclamar también un espacio en el libro de honor de los conservacionistas de la fauna tropical americana, pues más de cien especies de aves y numerosas familias de insectos, reptiles, anfibios y hasta pequeños mamíferos como ardillas, jutías, murciélagos y liebres han encontrado en estos residencia, a lo que se suma su privilegiada ubicación en el corredor del Caribe que utilizan las aves migratorias.

«El mayor reto para los biólogos que nos hereden será la conservación del potencial genético de estos jardines, mediante modernas técnicas biotecnológicas, que hoy están fuera de nuestro alcance», augura Ángela.

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