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El secreto de Faber

En el siglo XIX una personalidad singular desafió grandes rezagos sociales. Con perenne interés de asistir enfermos y ayudar a los pobres, su vida fue una lección de entereza y emancipación

Autor:

Julio César Hernández Perera

EL 19 de enero de 1819 atracó en Santiago de Cuba, proveniente de Guadalupe,
el velero Helvecia. De este desembarcaba un suizo de 25 años, baja estatura (cerca
de 1,25 metros) y de finos modales; ojos azules, piel blanca, cabello y cejas rubias,
barbilampiño y con señales de haber sobrevivido a la viruela. Poseía el título de médico cirujano obtenido en París, con el nombre de Enrique Faber.

A su llegada solo se sabía que fue médico militar en la campaña de Napoleón en Rusia; hecho prisionero en 1813 en la batalla de Victoria,España,y en tal condición sirvió como médico en el hospital de Miranda del Ebro. Tras ser liberado en 1814,decidió vivir en una isla del Caribe: es posible que ansiara alejarse de un conflicto que le importunaba y que solo él sabía.

Escogió a Cuba como hogar,donde fue autorizado a practicar su profesión en todo el territorio y se estableció en Baracoa.

Cuenta el historiador de La Habana, Emilio Roig de Leuchsenring, en su libro Médicos y medicina en Cuba, que una noche fue llamado a atender a la joven huérfana Juana de León. Víctima de la desnutrición, ella vivía al cuidado de Luisa Menéndez, una anciana lavandera.

El médico se apiadó de la enferma,y al confirmar su descuido y extrema miseria le propuso matrimonio formal, pero no real, puesto que solo serían amigos en la intimidad.
Tanto para los ojos de la anciana como de cualquier otra persona, tal oferta era inaudita e incomprensible: ¿Por qué un médico pretendería casarse con una mujer pobre y casi muerta? Según el galeno su intención era «que (la enferma) pro- longue su vida y (…) que me sirva de compañía, de consuelo y hasta de estímulo para luchar por la sociedad».

Los primeros meses del matrimonio —consumado en la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de Baracoa el 11 de agosto de 1819— corrieron felices. Ella mejoraba su salud mientras él ganaba mucho dinero con la práctica de su profesión, a la par de atender gratuitamente a los pobres. Eran sucesos que conferían al médico respeto y consideración entre los pobladores de la Villa.

Pero al final la tranquilidad se esfumaría con la revelación de un asunto demasiado delicado e incómodo para la época.

Revelaciones

Con el tiempo la «artificial unión» se hizo insostenible. A la esposa, ya convaleciente,
no le satisfacía desempeñar la fría labor de amiga y se tornaba apagada y preocupada.

Bajo estas circunstancias el médico salió con urgencia hacia La Habana para esclarecer la negativa a que ejerciera la Medicina y la cirugía —se decía que el título era de un pariente fallecido—; a su regreso, él explicaría a su esposa el misterio de su vida, algo que haría primero ante el obispo Espada.

Frente al obispo reveló que se había casado con una joven y que «él» era también mujer, vestida de hombre. Descubierto su real sexo, su nombre verdadero era Enriqueta Faber. Una vez en Baracoa terminó por confesar a Juana la verdad. Entonces comenzó una
vida colmada de hostilidades.
Huérfana de padre y madre,la protagonista de esta historia se casó con un oficial
francés que posteriormente murió en la guerra,por lo que con 18 años se hallaba
viuda y sin hijos (había tenido uno que agonizó a los ocho días de nacido).

De sano corazón y bríos emancipadores, no se ofrendó a las acostumbradas sendas
que en aquel entonces condenaban a la mujer (la prostitución o el matrimonio). Por
eso se vistió de hombre y estudió con el designio de socorrer a los necesitados.

Así Enriqueta Faber se convirtió en la primera mujer que ejercía la carrera de
Medicina en Cuba, legalmente aceptada en aquel entonces por el protomedicato de
La Habana.

Héroes o culpables

A partir de haberse sincerado, su mundo se tornó más cruel, al punto de ser ultrajada por muchos y hasta condenada tras una querella presentada con el tiempo por Juana de León. En la galera quiso envenenarse por haber llegado hasta ella el rumor de que sería paseada desnuda por las calles.

Después de una apelación a la Audiencia territorial de Puerto Príncipe por la sentencia
de diez años de reclusión,se le rebajó la condena a cuatro años de servicio en el Hospital de Paula,La Habana,vestida de traje propio de su sexo,para después salir del territorio nacional. Fue este el primer hospital cubano en el que una mujer ejerció su profesión como médico.

De aquellos tensos momentos se recogen para la posteridad estas palabras del licenciado Manuel de Vidaurre, quien para poder defender a Enriqueta renunció a su cargo de magistrado ante esa Audiencia:

«Enriqueta Faber no es una criminal. La sociedad es más culpable que ella,desde el momento en que ha negado a las mujeres los derechos civiles y políticos, convirtiéndolas en muebles para los placeres del hombre. Mi patrocinada obró cuerdamente al vestirse con el traje masculino, no solo porque las leyes lo prohíben, sino porque pareciendo hombre podía estudiar,trabajar y tener libertad de acción, en todos los sentidos, para la ejecución de buenas obras. ¿Qué criminal es esta que ama y respeta a sus padres,que sigue a su marido por entre los cañonazos de las grandes batallas, que cura heridos, que recoge y educa negros desamparados, y que se casa nada más que para darle sosiego a una infeliz huérfana enferma? Ella,aunque mujer, no quería aspirar al triste y cómodo recurso de la prostitución».

«Debe ser una santa…», interrumpió irónicamente el fiscal. «O mejor una víctima», repuso el gran defensor. Desterrada hacia los Estados Unidos,murió en Nueva Orleans con el hábito de las hermanas de la Caridad bajo el nombre de Sor Magdalena, siempre asistiendo a los enfermos.

Aunque su caso en la historia no es inédito, sí puede ser ella la primera que sufrió en vida las consecuencias por confesar su secreto. Se tiene una referencia de un suceso similar bajo el nombre de James Barry (1795-1812), quien sirvió en la Armada británica por 46 años como médico-cirujano, pero solo cuando murió se supo que era mujer.

Cuando se estudian los actos de personas firmes y esforzadas como Enriqueta Faber, causa placer y admiración la huella radiante que dejan, y lo valientes que han sido para romper lanzas contra ideas injustas que en otras épocas parecían inamovibles. Es que quienes cambian algo porque se adelantan, de algún modo sacrifican mucho de sí.

Fuente: Roig de Leuchsenring, E. (1965): La primera mujer médico de Cuba, en 1819: Enriqueta Faber. En Médicos y Medicina en Cuba. Museo histórico de las ciencias médicas Carlos J. Finlay. pp. 31–50.

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