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De la frustración al gran develamiento

Fruto de una serendipia, Miescher descubrió el ADN hace más de un siglo. El suceso puede ser considerado como línea de arrancada de la genética y de la Era de la genética molecular

Autor:

Julio César Hernández Perera

Naciendo el siglo XXI apareció una noticia que contaba sobre la adolescente británica Alana Saarinen. Ella, alegre y saludable, llegó a ser una de las escasas personas que en este mundo tienen un ácido desoxirribonucleico (ADN) muy especial tras haber acogido simultáneamente, durante su «creación», partes del material genético de un tercer individuo —además del de sus padres— durante un peculiar y controvertido tratamiento de fertilidad.

A inicios de 2015 otra noticia ha sido capaz de levantar muchas disertaciones: según la agencia de prensa Russia Today, Google invertirá más de 400 millones de dólares en tecnologías capaces de alterar el ADN con el fin de prolongar la vida.

Según Bill Maris, importante ejecutivo de esa compañía distinguida principalmente dentro del ámbito de Internet, es posible que los seres humanos puedan vivir cinco siglos. El directivo, quien además es calificado como un neurocientífico, ha señalado que hoy se cuenta con las herramientas suficientes para conseguir, en breve tiempo, la ambiciosa meta.

Las «manipulaciones» del ADN han desatado enconados debates éticos. Por una parte se alega que es una forma de prevenir y combatir enfermedades, mientras que por la otra —más recelosamente— se expresa el desacuerdo con las mencionadas prácticas por el real riesgo de que mezquinos intereses pretendan crear a seres humanos «superiores», con determinadas singularidades como el color de los ojos, de la piel o el pelo, entre otros muchos rasgos.

El ADN acapara la atención de otros «avances». No deja de asombrar, sobre todo, si se hace una búsqueda en torno a sus orígenes: se calcula que el hombre y la civilización tienen cerca de 50 000 y 10 000 años, respectivamente; pero pocos se atreven a calcular la edad del ADN: se estima que tiene, al menos, algunos miles de millones de años.

No pocos se llevarían un gran asombro de saber cómo el hallazgo de esta sustancia no ocurrió en la contemporaneidad: su descubrimiento tiene más de un siglo.

Una serendipia

Importantes develaciones científicas realizadas en el mundo han sido fruto de una combinación de casualidades y de una «mente abierta», preparada para razonar un resultado anticipado durante un experimento. Esta revelación se conoce como serendipia, y así ocurrió con el ADN.

A finales de los años 60 del siglo XIX el médico suizo Johann Friedrich Miescher investigaba la composición bioquímica de los linfocitos. Para estudiar estas células las obtenía del pus fresco, el cual conseguía a partir de vendajes quirúrgicos sacados de los hospitales.

Eran tiempos en que no se conocían los antibióticos ni las técnicas antisépticas y la amplia producción de pus por las heridas era vista como beneficiosa, apreciada como forma eficaz de librar al cuerpo de elementos peligrosos, con la consecuente prevención de daños internos.

Miescher desarrolló un método propio para aislar los leucocitos del pus, separar sus núcleos y analizar sus componentes. Esperaba reconocer proteínas y lípidos, pero se llevó una gran sorpresa al divisar una nueva sustancia que precipitaba y poseía propiedades inesperadas. En 1871 la denominó nucleína —por proceder del núcleo celular—; con el paso del tiempo, recibió el nombre de ADN.

El estudio de la composición química de este precipitado llevó a la certeza de que estaba compuesto por carbono, oxígeno, hidrógeno, nitrógeno, azufre y fósforo. Este último elemento químico, presente en grandes proporciones en el nuevo compuesto, hacía ver que no se trataba de una proteína y que era algo totalmente diferente de lo que se había visto hasta ese momento en otras moléculas orgánicas.

El núcleo de las células había sido descubierto en 1802, y al momento de la revelación de la nucleína en 1869, se desconocía a ciencia cierta su función, lo cual motivaba grandes debates y especulaciones.

El médico suizo vislumbró el fruto de su serendipia como gran oportunidad para aprender más acerca de la composición química y sobre la función del núcleo celular. Desde el primer momento y después de analizar la sustancia en otros tejidos y en diversas condiciones, como en las enfermedades, el científico llegó a presagiar el papel del ADN en la fertilización.

Miescher nunca pudo identificar la responsabilidad del ADN en el almacenamiento y la transmisión de los rasgos hereditarios. Eso se demostró tras años de sucesivas investigaciones científicas que dejaron claro cómo la herencia tiene una base bioquímica. En el largo trayecto de buscar verdades, la sustancia tuvo más de un nombre: nucleína, ácido nucleico y finalmente ácido desoxirribonucleico.

Vida interesante

Desde niño Miescher se interesó por las ciencias. Tal inclinación fue promovida por familiares allegados. Él empezó a estudiar Medicina, carrera que culminó a la edad de 23 años y con la distinción de haber sido un estudiante excepcional.

Pero sus aspiraciones por ejercer la Medicina se vieron frustradas por su poca capacidad auditiva, condición por la cual se le hacía muy difícil examinar a los pacientes por medio del estetoscopio.

Esa barrera convertiría a Miescher en una persona poco comunicativa. Pero su gran pasión por desentrañar los elementos relacionados con la «creación de la vida», lo condujo a consagrarse por entero a una carrera de investigador que le llevó finalmente al descubrimiento del ADN.

Enfermó de tuberculosis a inicios de los años 90 del siglo XIX y se especula que adquirió la afección durante sus visitas a los hospitales, mientras recogía muestras de heridas que utilizaba más tarde en sus investigaciones.

Obligado a abandonar sus trabajos investigativos, falleció en un sanatorio de Davos el 26 de agosto de 1895: contaba al morir con 51 años de edad.

El descubrimiento realizado por este médico es considerado por muchos como línea de arrancada para el desarrollo de una nueva ciencia: la Genética. A su vez, el ulterior conocimiento de la estructura del ADN y sus mecanismos de acción condujeron a los científicos a la posibilidad de dominar la secuencia de esa sustancia con su consiguiente «manipulación».

Así comenzó una nueva era, la de la Genética molecular; y con esta grandes avances en favor de la salud humana, sin olvidar en esta saga los enfrentados debates éticos contemporáneos en torno a la manipulación del ADN, como los nacidos a propósito de la vida de Alana, o de ese ambicioso propósito de querer ser casi inmortales.

Fuentes consultadas:

Dahm R. Discovering DNA: Friedrich Miescher and the early years of nucleic acid research. Hum Genet. 2008; 122:565–81.

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