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Caso Semenya a expedientes X

El polémico episodio en torno a la corredora sudafricana Caster Semenya revivió la polémica sobre si los cromosomas o genes definen la identidad sexual de una persona

Autor:

Juventud Rebelde

Hasta hoy los hombres generalmente tienen en cada célula un cromosoma Y y otro X, mientras las mujeres exhiben dos X. Pero la identidad sexual de una persona no es cosa de variables, sobre todo en estos tiempos de desenfado y desenfreno.

Así el escándalo montado en torno a la corredora sudafricana Caster Semenya, campeona mundial de los 800 metros en el recién finalizado torneo del orbe, en Berlín, ha sacudido al universo deportivo. La joven, de 18 años, está siendo sometida a unas pruebas para verificar su sexo, aparentemente traicionada por un musculoso físico y su profunda voz.

Tiempos atrás, todas las mujeres que desearan participar en los Juegos Olímpicos debían someterse a un estudio de sexo. La excepción fue la princesa Ana de Inglaterra, quien compitió como jinete en los Juegos de Montreal 1976, pero su ascendencia le evitó pasar por el mal rato.

El protocolo incluía un reconocimiento físico y un análisis de ADN, el cual detectaba si entre sus 23 parejas de cromosomas había alguna Y, señal de masculinidad. El objetivo era evitar que hombres disfrazados de mujeres participaran en las pruebas femeninas, en las que contarían con cierta ventaja debido a su mayor fuerza natural.

A los hombres, en cambio, no se les practicaba el examen. Nadie podía entender que una mujer hiciera trampas para competir contra los varones, pues  estaría en desventaja.

«Era completamente innecesario y humillante el examen físico», comenta Arne Ljungqvist, presidente de la Comisión Médica del Comité Olímpico Internacional (COI). «Ya durante el control antidopaje se obliga a los deportistas a desnudarse para estar seguros de que la orina que suministran procede de sus uréteres. Evidentemente, un hombre disfrazado de mujer no pasaría esa prueba. Además, los análisis nunca son concluyentes y pueden ser injustos con atletas que presentan alguna anomalía genética o pertenecen al llamado género intersexual», explica Ljungqvist.

Un interesante artículo aparecido esta semana en el periódico español El País recuerda cómo la Federación Internacional de Atletismo (IAAF, por sus siglas en inglés) abandonó los controles de sexo en 1992, siete años antes que el COI. Entonces se acordó estudiar con mucha discreción los casos controvertidos.

«No hay una línea clara entre sexo masculino y femenino. Que sea la persona quien elija», se leía por aquellos días en la revista JAMA, perteneciente a la asociación médica de Estados Unidos. La idea parecía estar clara: «Todas las personas que desde su infancia han sido consideradas legalmente como mujeres, pueden participar en competencias deportivas femeninas, independientemente de lo que digan sus cromosomas».

Por ello, independientemente de los resultados que arroje el estudio, el caso Semenya parece una conspiración. Según la IAAF, las pruebas comenzaron después de los campeonatos juveniles de África, en julio pasado, cuando Semenya rebajó su marca personal en siete segundos y súbitamente se puso al frente del ranking mundial.

Sin embargo, el proceso se hizo público hace unos días en Berlín, violándose toda la privacidad. El domingo último, Lamine Diack, presidente de la IAAF, reconoció que el asunto fue manejado de forma incorrecta. «Es algo lamentable y solicité una pesquisa interna para asegurarnos de que se fortalezcan los procedimientos y nunca vuelva a pasar», comentó.

Mientras, el periódico inglés Telegraph difundió los rumores de que Semenya presenta elevados niveles de testosterona. Ello sugiere la posibilidad de que el caso no se aborde como un problema de identidad sexual, sino de dopaje. Para colmo, la publicación relaciona a Semenya con Ekkart Arbeit, un antiguo entrenador alemán acusado de suministrar anabolizantes a sus atletas.

Pero la réplica no se hizo esperar. «Arbeit nunca trabajó con esta pequeña niña, así que jamás pudo haberle inyectado algo», dijo el presidente de la Federación Sudafricana de Atletismo, Leonard Chuene, quien renunció a su puesto en la junta de la IAAF a raíz de los acontecimientos.

«Sus padres son los únicos científicos en los que creo. Por mucho tiempo en este país dejamos que nos armaran la agenda. Ahora hagámosla nosotros. No permitiremos que los europeos describan a nuestros niños», se explayó Chuene.

En tanto, el mandatario de Sudáfrica, Jacob Zuma, recibió a la campeona en la Residencia de Huéspedes Presidencial, tras una bienvenida multitudinaria en el aeropuerto de Johannesburgo y un homenaje popular por las calles de Pretoria.

«Una cosa es tratar de determinar si un atleta tiene una ventaja injusta sobre los demás y otra es humillar públicamente a una deportista honrada, profesional y competente», recalcó Zuma.

La niña

Caster Semenya, cuenta su indignada familia, siempre ha sido mujer y ella se considera como tal.

En la escuela prefería vestir el uniforme de los chicos, o sea, pantalones grises en vez de una falda marrón. Pero siempre ha vivido como mujer, acostumbrada desde niña a las burlas de los demás, en la remota provincia de Limpopo.

Los exámenes a los que se está sometiendo Semenya determinarán primero si tiene las características innatas a su sexo. Tanto las primarias (vagina, ovarios), como las secundarias (ausencia de pelo facial y pectoral y pechos funcionales). Después, se analizarán las hormonas para comprobar si su organismo funciona fisiológicamente como el de una mujer. Posteriormente se examinarán los cromosomas y el proceso se cerrará con un estudio psicológico sobre su identidad sexual. Los resultados se conocerán en unas semanas. ¿Pero no les parece demasiado?

Para cerrar, me sumo al buen juicio de los periodistas españoles Carlos Arribas y Emilio de Benito. No olvidemos que todos los deportistas fuera de serie son, de una manera u otra, seres diferentes al resto de los mortales: más rápidos, más flexibles, más altos, más musculosos y más fuertes, todo gracias a unos genes únicos.

De tal manera, poner una frontera biológica no es nada fácil. «No discriminamos a las mujeres muy altas, y lo son porque tienen una configuración genética especial», dice el experto en trastornos de crecimiento de la Universidad de Yale, Myron Genel.

En fin, que tanto revuelo se me antoja irracional. ¿Y todo ello por una medalla de oro?

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