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Ojos que no ven, corazón en riesgo

Muchos cubanos no consideran al sida como un problema propio. La decisión de crear sanatorios para quienes fueron diagnosticados con la infección también hizo que las personas se creyeran a salvo

Autor:

Lázaro J. Kow Calvo

Desde sus primeras manifestaciones en los años 80, el sida ha estado acompañado de muchos mitos que estigmatizaron a las personas que lo padecían, e incluso a sus familias y comunidades, y a su vez estas falsas ideas o el modo en que fueron difundidas provocaron que muchas personas seronegativas se consideraran inmunes al VIH.

Muchos creyeron que al no ser ni homosexuales, ni hemofílicos, ni heroinómanos (entre los primeros grupos afectados mayoritariamente por la infección) no iban a padecerla, y como su percepción de riesgo disminuyó casi a cero, la pandemia se extendió por todo el mundo afectando a hombres y mujeres de todas las razas, orientaciones sexuales y sectores sociales, e incluso a infantes.

Similar situación hemos estado viviendo en Cuba, pero con matices diferentes dadas las características de nuestra educación, cultura, hábitos e idiosincrasia. La homofobia, el machismo, el miedo y la mal llamada «libertad sexual» sumaron otros factores a este fenómeno.

Muchos cubanos no consideran al sida como un problema propio. Aquella decisión de crear sanatorios para quienes fueron diagnosticados con la infección también hizo que las personas se creyeran a salvo. ¿Para qué utilizar condón si los «enfermos» están controlados? Todavía hay quienes piensan que los portadores deberían ser internados nuevamente para obviar su parte de responsabilidad en el cuidado de su salud.

Otra «razón» para no identificarse con la gravedad del problema está en las bajas cifras de diagnóstico en el país, lo cual siempre ha minimizado el peligro en la mente de los individuos. Algunos suelen decir: «Si en África hay millones y en Cuba tan pocos, la probabilidad de que me toque es casi cero».

No pueden comprender el dolor que representa uno solo de esos números. El manejo adecuado y objetivo de las cifras y del significado de cada indicador, incluso entre especialistas, seguramente facilitará ver la verdadera magnitud del problema.

Caras al mal

Un mito clásico es asociar al sida con el físico de la persona. Las imágenes espeluznantes difundidas en los años 80 y 90 del pasado siglo de personas con sida, deformadas por el síndrome de desgaste o manchados por el sarcoma de Kaposi, hicieron pensar que el sexo con una persona bonita, de buena figura y rozagante, además del placer mismo, ofrecía la seguridad de que no estaba enferma. Se ha repetido millones de veces que el sida no tiene cara, pero se sigue creyendo que una persona seropositiva es identificable por su imagen física.

Mucha gente no se considera en riesgo porque prefiere tener relaciones con el sexo opuesto: «El sida es una enfermedad de homosexuales; yo no lo soy, por tanto no tengo porqué cogerlo», dicen, pero la mayoría de los primeros diagnosticados en el país fueron hombres y mujeres heterosexuales.

Una particularidad de este asunto es la de aquellos hombres que mantienen prácticas sexuales con personas de su mismo sexo pero no se asumen como homosexuales, ya sea por su apariencia física muy masculina, por su rol durante la relación sexual o por la presión del medio social en que se encuentran. Ellos tampoco consideran necesario protegerse, porque son varones y piensan que «el sida es para los gays».

La introducción del concepto de Hombres que tienen sexo con otros hombres (H.S.H) ha sido un importante instrumento para ampliar y particularizar las acciones de educación y prevención dirigidas hacia este segmento poblacional.

Otro mito es la difundida idea de que el sida solo afectaba a gentes de conducta social desordenada o marginales. Por tanto universitarios, profesionales y personas «decentes» asumen que por su comportamiento en la sociedad ya están protegidos y no necesitan aplicar las medidas para prevenir la infección del VIH.

El sida no solo lo transmiten los antisociales. Una persona de excelente comportamiento que no se proteja en sus relaciones sexuales puede ser infectada y de inmediato transmitir el virus a otras de cualquier estatus social.

La combinación de los dos mitos anteriores ha puesto a las mujeres heterosexuales entre los grupos vulnerables. Ser una señora casada, con un «matrimonio feliz», se maneja como carta de triunfo frente al sida. Nos olvidamos de la infidelidad, que refuerza la imagen de «machazo» del esposo, y hasta de la historia sexual anterior que trae toda persona.

Quedarían aún por mencionar otros factores y situaciones que se refuerzan mutuamente y mantienen muy baja la percepción de riesgo de las cubanas y cubanos. Se requiere de un esfuerzo sostenido para aumentar la información, la educación y la sensibilización, pero no corresponde solamente a Salud Pública o a los medios de comunicación: la familia, la escuela y todos los sectores sociales y políticos desempeñan un rol importante en este sentido.

La estrategia del país en respuesta al VIH-sida apela al enfoque multisectorial y a la participación de cada ciudadano.

Los invito a responder estas preguntas. Marquen con una cruz cada respuesta afirmativa o que le ocasione dudas.

¿Ha mantenido relaciones sexuales en los últimos años?

Entre esas relaciones, ¿ha tenido algunas sin usar condón?

Las veces que lo ha hecho sin condón, ¿ha sido sin conocer por un examen de sangre si esa persona es seronegativa o seropositiva? Si usted tiene dos cruces debe entender que ha estado en riesgo de contraer el VIH. Si tiene tres, el riesgo es mucho mayor.

Con este simple ejercicio se pretende demostrar que cualquiera que haya tenido o tenga sexo no protegido puede ponerse en contacto con el VIH. El VIH no entiende de raza, edad, sexo, orientación sexual o condición social. El sida nos afecta a todos, es un problema de todos.

LíneAyuda (nacional): (0-7) 830-3156. De Lunes a viernes, de 9:00 a.m. a 9:00 p.m.

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