Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Legítimo tema en la adolescencia

Hablar de sexo es algo muy serio a cualquier edad. Resulta emocionante, agradable y enriquecedor. Mejora la salud y la autoestima

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Nada hay más frágil que el alma de un adolescente.

Dulce María Loynaz

Trabajar con jóvenes y adolescentes es un privilegio al que no renunciaría jamás. Cuando me reciben en su círculo de confidencias, cuando me piden que les hable del sexo con la naturalidad que los adultos imprimimos al tradicional discurso sobre madurez y compromiso, me obsequian una oportunidad para pasar revista a los prejuicios de mi generación, que apenas pudo contar con información adecuada sobre el tema en esas edades y ahora no sabe cómo hablar de lo que ignora porque aún siente pena al averiguarlo.

Para muchas familias lo mejor sería que sus adolescentes se desentendieran del cómo y el porqué del erotismo hasta que terminaran sus estudios de nivel medio o la universidad. Si fuera posible, taparían en casa los espejos y esconderían su pujanza física en la torre encantada de Rapunzel.

Pero la sexualidad de ellos se respira cada día en la calle, se desborda en la música y los audiovisuales a los que acceden casi masivamente y busca resquicios en la escuela para hacerse notar: una camisa ajustada, una lectura en clases, una mirada en el matutino, un poema copiado en el receso, un SMS furtivo…

La sexualidad es, al decir del pedagogo costarricense Leonardo Garnier, un tema legítimo sobre el que adolescentes y jóvenes deberían leer, hablar, pensar y ver públicamente. Solo así se evita el riesgo de que lo hagan a escondidas, desde el morbo o la culpa, o con interlocutores poco adiestrados y gente malintencionada.

En los encuentros que tenemos a lo largo del país, en las peñas de Sexo Sentido, en mis clases con estudiantes del pre o la universidad, puedo corroborar que el asunto les fascina, pero les asusta, y les atrae porque les preocupa.

No importa sobre qué verse la conversación: una palabra confusa, un hecho histórico o cotidiano, un gesto involuntario… cualquier camino es bueno para llegar a lo que les cautiva, y mientras más alardean de sus logros, más pruebas dan de cuánto necesitan indagar sobre lo que están sintiendo, física y espiritualmente, y cómo controlar toda esa fuerza a su favor.

Pero en el diálogo con sus iguales no adelantan mucho (bien lo saben), y la mayoría teme llevar el tema al hogar porque destaparían un tsunami de prohibiciones y sobreprotección, especialmente quienes han notado que en casa todo el mundo se toma el cuidado de parecer «asexuado»: no hay escenas románticas entre sus padres o una señal de intimidad; si hubo un divorcio no hay indicios de nuevas parejas; nadie habla de su pasado amoroso, de sus éxitos y frustraciones, del aprendizaje que les dejó la juventud…

Ese silencio familiar no impide la práctica sexual a tempranas edades. Más bien aumenta su curiosidad y les vuelve más vulnerables ante la violencia, las infecciones de transmisión sexual, los embarazos indeseados, y también los empuja a las disfunciones y el displacer.

A veces incluso fomenta el abismo en otros espacios en los que quisieran consultar sus dudas con la gente grande, como su imagen, la carrera que elegirán, las amistades, la filosofía de vida, la proyección social…  Pero no confían en que sus criterios se escucharán con respeto, ingrediente esencial en el crisol de la personalidad en esa etapa de la vida.

Por eso no debería sorprendernos que reaccionen con indiferencia o risa al oír hablar de sexo a los adultos, dice Garnier, para quien la sexualidad joven es una de las formas más intensas y bonitas de aprender sobre los demás y sobre nosotros mismos, acerca del amor y el desamor, la pasión y la amistad, el sufrimiento y el perdón, lo cual la hace más interesante, y a la vez más compleja y riesgosa.

Cuando descubren que el erotismo es parte de la vida y se lo negamos, ya porque nos faltan  conocimientos o recursos expresivos, no somos, a juicio del especialista, ni coherentes ni confiables.

¿Se les puede exigir entonces que aprendan las reglas ortográficas o la tabla de los elementos de la naturaleza sin revelarles de buena fe los misterios de la convivencia humana y la química del amor? ¿Cómo inculcarles el ideal de la paz mundial sin conducirles en la búsqueda de esa paz interior que ofrece un erotismo responsable y placentero?

Hablar de sexo es algo muy serio a cualquier edad. Resulta emocionante, agradable y enriquecedor. Mejora la salud y la autoestima. Cada joven o adolescente que nos otorga el honor de adentrarnos en sus conflictos e ilusiones amorosas nos ayuda a crecer como seres humanos y nos lleva a descubrir lo que no aprendimos a tiempo. Incluso para aplicarlo, y pronto, en nuestra propia vida.

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