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Elefantes en la almohada

En el presente escondemos el sexo diseccionándolo en el espectáculo, la denuncia, la prevención de enfermedades, los intentos de fabricar mejores amantes y otros productos avalados por la moral y la ciencia que muchas veces ocultan las verdaderas inquietudes de la gente sobre el tema

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Levanto la mano contra los que me transfiguran/ y se fijan/ y se clavan/ para después drenar. Ramón Elías Laffita.

En la cultura occidental ya no es tabú hablar de sexo, pero el verdadero sexo sigue siendo un tabú, como en aquella fábula en la que un elefante blanco se escabulle viajando en una manada de elefantes grises.

En este caso los elefantes son los eufemismos, parábolas y estadísticas de las que tanto se abusa para circunscribir el sexo a un discurso normativo que reverencia tres pilares estrechos: el coito, el falo y la vida en pareja.

Esos pilares responden a intereses económicos que dominaron en la antigua Europa a partir del feudalismo y se agudizaron con el desarrollo de un capitalismo obsesionado no solo con la producción de bienes materiales, sino también con el ocio y el placer como fuentes de consumo.

La sexóloga francesa Valerie Tasso, autora del polémico texto Antimanual del sexo, opina que el modelo actual de sexualidad es coitocéntrico porque nos vende el coito como la única práctica productiva (entiéndase reproductiva) y por ende desvaloriza las demás como simples preliminares. Hasta la industria de los juguetes sexuales asume esa «superioridad» de la penetración como fin máximo, de la cual no excluyen al autoerotismo ni al sexo lésbico.

Tal filosofía está muy ligada a una mirada falocéntrica que tiende a asociar el éxito o fracaso del acto erótico con la función del pene. El paradigma es tan fuerte que no importa cuán eficaces sean sus caricias o cuanta espiritualidad logre un hombre: al final su desempeño se mide por el tamaño de sus genitales o sus tiempos de erección y recuperación poseyaculatoria.

Por eso todo lo que tiene que ver con el pene ha sido muy estudiado y continuamente se inventan nuevas maneras de garantizar su funcionalidad, incluso a edades avanzadas, mientras que la sexualidad femenina aún se debate desde los mitos o se menosprecia a partir de la edad mediana.

El tercer pilar es el que defiende la relación monogámica adulta, heterosexual, fiel en apariencias y volcada al cuidado de la familia como si fuera el único espacio válido para manifestar nuestra sexualidad dentro de los cánones legales y morales validados por la sociedad moderna.

Las otras expresiones eróticas que trascienden esa propuesta se consideran aberraciones o extravagancias condenables, puntualiza la experta francesa, y explica cómo el sexo normativo se fomenta a través de manuales que no solo intentan convencernos de la veracidad del modelo, sino además de su falta de alternativas.

Punto de partida

Valerie Tasso asegura que el deseo erótico opera en estructuras simbólicas. Por eso, cuando creemos desear un objeto o una persona, en realidad anhelamos lo que está detrás: estatus social, experiencia incomparable, atractivo irresistible, o lo que está más profundo en todo eso: comodidad, cariño, belleza, y más al fondo, el poder, la permanencia o el amor.

Esa secuencia infinita de relaciones simbólicas lleva al ser humano al «gran deseo», que es llegar a sí mismo, a la imagen construida a lo largo de su experiencia vital. «Cuando deseamos, componemos; cuando deseamos, escribimos», dice Valerie, y cita al filósofo Nietzsche: «Llegamos a amar nuestro deseo y no al objeto de ese deseo».

No es entonces por falta de información o de deseos que el sexo sigue siendo una zona de conflictos sociales, sino por los mitos que lo mantienen secuestrado. Quien hace ver que está más allá de todos los prejuicios solo intenta ocultar cuán apegado a estos está en realidad y qué siente sobre ese asunto.

Dice Valerie: «Ya no nos ocultamos detrás del secretismo y del rubor en las mejillas. Ahora lo hacemos tras la voz en alto y la risa tonta».

En el presente escondemos el sexo diseccionándolo en el espectáculo, la denuncia, la prevención de enfermedades, los intentos didácticos de fabricar mejores amantes y otros productos avalados por la moral y la ciencia que muchas veces ocultan las verdaderas inquietudes de la gente sobre el tema.

«La era digital no sustituye a la gramática», escribe la terapeuta. «Empleamos las palabras que hemos inventado para dar un marco moral, jurídico y clínico al sexo», pero eso no implica saber más: solo le damos una nueva regulación al emplear vocablos como sexo, homosexualidad o vida sexual para sustituir términos de origen religioso o moral, como «pecados de la carne», «sodomía» o «deber conyugal».

Lo novedoso es que hoy el erotismo no se silencia, sino que se sobreexpone y escenifica para ocultar lo desconocido, fenómeno cada vez más evidente en el cine, la literatura y otras artes que toman prestado el lenguaje marginal para alimentar el llamado realismo sucio.

Para gran parte de los cultores de esa corriente, hablar de sexo funciona como una coraza de aparente desinhibición que oculta su miedo a fallar. Detrás de ese desparpajo se esconden tabúes que todo el mundo hereda, y que influirán en nuestra conducta hasta tanto aprendamos a reconocerlos y a desmontarlos conscientemente en la cotidianidad.

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