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ABC para la vida

La mente humana vive atrapada entre postergación y esperanza, culpa y amenaza, nostalgia y desilusión. Como un péndulo al que le cuesta encontrar su punto de equilibrio

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Por la calle del ya voy,

se va a la casa del nunca.

Miguel de Cervantes

Cada persona es un mundo, dice el refrán. Pero todas nos movemos en un margen de conductas entre la obsesión por el control y el autosacrificio pasivo. Así somos para el trabajo, el sexo, las relaciones interpersonales… y tiene mucho que ver con el pasado familiar o las metas soñadas.

La mente humana vive atrapada entre postergación y esperanza, culpa y amenaza, nostalgia y desilusión. Como un péndulo al que le cuesta encontrar su punto de equilibrio, al decir del psicólogo argentino Walter Riso.

Pero no es una cualidad inamovible: Se puede huir de los extremos, aquietar la mente y descubrir la felicidad en el presente. Si pasado y futuro hacen daño, ajustemos el cronómetro mental a lo realmente útil y adaptativo.

Necesitamos una gran dosis de paciencia para desprendernos de las expectativas insanas, resignarnos a seguir el curso de una realidad probabilística y lidiar con situaciones de incertidumbre o ambigüedad en la información que manejamos.

Tan incómoda resulta a veces la duda que aceleramos un mal desenlace por no esperar que se resuelva solo. Así se dan muchas uniones mediocres, decenas de rupturas innecesarias, abortos no premeditados, castigos, distanciamientos familiares… Tomar esas decisiones sin detener el péndulo mental nos lleva a equivocarnos con peores consecuencias.

¡Que nadie toque nada!

Quien padece una extrema ilusión de control necesita fiscalizar personalmente todo lo que roce su vida, pulirlo, premeditarlo y hacer que el mundo funcione a su manera. Es tal el vicio que cuando algo escapa a su Plan sobreviene el pánico y se malgastan recursos para recuperar la sensación de poder a través de nuevos «logros» personales.

Así describe Riso a lo que él llama una persona tipo A (sea hombre o mujer), cuyo organismo sufre la pérdida de control como un daño físico real y vive siempre bajo la presión de luchar y ganar a cualquier costo. No le ve mucho sentido a filosofar, curiosear o experimentar y cree que un regalo costoso transmite mejor su mensaje que una frase de cariño.

Las personas obsesivas sufren en demasía porque las flores no están frescas, el bebé no es del sexo deseado, la pareja no llama a la hora acordada, su cuerpo cambia con los años… Tienen celos de las oportunidades ajenas y se decepcionan de sí mismas tan fácilmente como de los demás, castigándose mientras castigan a sus seres queridos.

¿Su misión o sumisión?

En el otro extremo está la persona tipo C, descrita por Riso como bloqueadora de emociones primarias como ira, miedo, tristeza y alegría, de las que hablamos en la página anterior. Son seres inhibidos y orientados a satisfacer necesidades ajenas, aunque se perjudiquen a sí mismos. Ante el estrés muestran indefensión, depresión o aislamiento.

Es el cuadro típico de esas mujeres que se forman en una familia disfuncional para luego dejarse abusar del marido, hijos e hijas y hasta de las parejas de estos. Su forma de relacionarse es mediante la sumisión, siguiendo un patrón de persona querida, amable, frágil y necesaria a los demás.

Según Riso, esa actitud apaciguadora no viene por vocación, sino por miedo a no recibir aprobación. Apelan a la culpa, la postergación, la prudencia o la sumisión. Al aferrarse a información incompleta o en desuso, que ensucia el sistema psicológico, se enferma la persona y su entorno.

También hay hombres así. En lugar de defender sus derechos y aspiraciones aceptan pasivamente los agravios, negocian lo innegociable y se dejan paralizar por rabia o rencor. Postergan las decisiones importantes y no reconocen cuando tienen problemas, así que no buscan o reciben ayuda.

Tanta autocensura genera constipación emocional, agravada por el exceso de prudencia (para no desentonar) o el autocastigo que va directo al corazón… y no como metáfora.

En el origen de esas cualidades están las presiones de la niñez, las frustraciones familiares. Si el menor ve problemas a su alrededor puede creer que no lo quieren y estarían mejor sin su presencia. Así aprende a hacerse invisible o servil, en lugar de defender sus derechos y asumir sus responsabilidades con una preocupación sincera.

La madurez está en reconocer cuánto tenemos de A o de C y propiciar el equilibrio en lugar de invertir recursos (tiempo, dinero, esfuerzo) en proyectos que ya no nos interesan, no nos convienen o estamos hartos de ellos, como una dieta insana, un amor imposible, un matrimonio que agoniza o los cuidados de un «adolescente» que rebasa los 25 años de edad.

Si una batalla no vale la pena es mejor dejarla, no perseguir una esperanza ficticia o irracional que altera el equilibrio mental. La mayoría de la gente se desgasta en misiones que no deseamos y muchas veces ni siquiera son propias. Dimitir es quitarse preocupaciones dañinas y sacudirse del mañana inútil, aconseja Riso.

Renunciar a tiempo garantiza descargar el sistema de expectativas innecesarias, aprender a perder cuando la ilusión es vana y descubrir que las consecuencias nunca son tan catastróficas como se imaginan.

El tipo B es entonces el de quien asume con pasión lo que vale la pena y desecha otras imposiciones de la pareja, familia o sociedad porque no son realistas. Como Buda, elige el camino del medio para superar conflictos y reserva su energía para lo verdaderamente importante. No se deja dominar por la rigidez o el exceso de flexibilidad, más bien asume un estilo protector y promotor de salud. Preferencia el ahora desde la autoobservación, sin ostentación ni pasividad, y escucha tanto al cuerpo que manda como a la razón que exige.

Para esas personas los valores, y no los caprichos, guían las decisiones, a la hora de discernir qué desechar y qué rescatar para salvar el Yo sin descuidar el Nosotros.

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