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Sinfonía del amor y el deseo (I)

Vivir una pasión sexual implica que decenas de componentes bioquímicos armonicen en nuestro sistema cuerpo-mente

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

El sexo es la broma que Dios gasta a los seres humanos, Bette Davis.

Como en la buena música, vivir una pasión amorosa y/o sexual implica que decenas de componentes bioquímicos armonicen en nuestro sistema cuerpo-mente, siguiendo una partitura escrita hace decenas de miles de años por los primeros homínidos, y luego vetada o enardecida a través de procesos culturales que responden a los principios e intereses de cada civilización.

Desde mediados del siglo pasado, y gracias al desarrollo de tecnologías que facilitan la observación en sujetos vivos de fenómenos endocrinos y neurológicos, la llamada química del amor devino atractivo objeto de estudio del que se ha logrado sistematizar muchísimo conocimiento para develar sus bases, elementos y relaciones desde una mirada multidisciplinar.

Una de las voces autorizadas mundialmente en esa búsqueda es la del neurosiquiatra norteamericano Daniel G. Amen, autor de numerosos libros y artículos de corte científico y popular, y director de la clínica internacional que lleva su nombre.

Con amenidad, el doctor Amen valida en sus textos cómo el amor pasa por cuatro etapas básicas, cuya intensidad, duración y despliegue dependen en gran medida de un grupo de sustancias que el organismo produce (o no), a partir de fenómenos ajenos al acto de amar, y aun así esenciales para cumplir ese instinto básico natural de aparearnos.

Esas cuatro fases son la atracción, la infatuación u obsesión, el compromiso y el desapego. En cada una de ellas el concierto de sustancias cambia constantemente, llevando a estados de ánimo fáciles de percibir por las personas que nos rodean, aun cuando intentemos esconder tales efectos.

Deseo, olor y explosión

La primera etapa, nombrada atracción o enamoramiento, está signada por la acción de la testosterona, los estrógenos, las feromonas y el óxido nítrico. La primera es producida de modo natural en los testículos, y en menor cantidad en ovarios y glándulas adrenales.

No importa el sexo biológico: los humanos dependemos de ella para sentir interés en el sexo, además de sus roles básicos al definir rasgos sexuales secundarios y motivarnos a actuar con entusiasmo en todos los aspectos de la vida.

A medida que las personas envejecen, la producción de esa hormona puede mermar, condición conocida como hipogonadismo. Pero no tiene que ser siempre así, y muchas veces es posible sustituirla con productos sintéticos si consideramos que sus niveles afectan la calidad de vida, erótica y general.

Asociar envejecimiento a baja atracción es un mito cultural que es necesario desmontar, sobre todo en una época en que más de la tercera parte de la población puede aspirar a una ancianidad enriquecida, vital y atractiva.

En las mujeres el pico de testosterona se manifiesta justo antes de la ovulación, a mitad del ciclo menstrual, por lo que el deseo aumenta en días potencialmente fértiles. El uso de anticonceptivos hormonales influye en su balance respecto a los estrógenos y puede bajar el deseo, pero no lo inhibe.

Por su parte los estrógenos, producidos sobre todo en los ovarios, son también sintetizados en el cerebro. En las mujeres son importantes para mantener la elasticidad de la vagina, producir lubricación y preservar la textura y función de las mamas. Cuando escasean puede apelarse a tratamientos combinados para rescatar la sinergia entre ambas hormonas.

En los modernos sistemas intensivos de producción de alimentos se pueden encontrar xenoestrógenos, sobre todo en pesticidas, aves de corral y otros productos no orgánicos que consumidos en exceso pueden poner en riesgo el balance hormonal y afectar el deseo y la respuesta sexual masculina.

El óxido nítrico lo producen los genitales cuando te sientes «alborotado» por alguien. Esa sustancia ayuda a dilatar las venas y aumenta el fluido sanguíneo, en especial hacia el pene, por lo que drogas como Viagra, Cialis y Sildenafilo estimulan su liberación.

El rol de las feromonas en la atracción es más conocido. Ellas son liberadas al ambiente a través de las axilas y las ingles fundamentalmente, y el sistema vomeronasal de otras personas percibe esa huella única y busca la compatibilidad, incluso a nivel del ADN.

Una persona sana mental y físicamente «escucha» esa sinfonía química, se excita con determinadas personas y fantasea con ellas, aun sin intenciones de actuar. Cuando este proceso se prolonga pasa a la fase de infatuación u obsesión, del que hablaremos la próxima semana.

 

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