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Roces prohibidos

La hefefobia es el miedo irracional y persistente a tocar o ser tocado por algo o alguien. Una fobia que, por razones obvias, se ha acentuado en los últimos dos años

Autor:

Mileyda Menéndez

Hay un encanto sobre lo prohibido que hace que sea indescriptiblemente deseable.

Mark Twain

 

Una joven llamó la semana pasada para buscar ayuda: «Me gusta lo que mi novio me hace, pero si toca mis senos me provoca repulsión. Tal vez sea porque desarrollé muy rápido y en la escuela se burlaban o intentaban tocarme. Decían que era un juego, pero yo sentía que no estaba bien y salía llorando. El caso es que nunca lo he disfrutado, ni yo misma me toco».

Preguntaba ella si podría ser patológico, porque en internet leyó sobre la hefefobia: ese miedo irracional y persistente a tocar o ser tocado por algo o alguien. Una fobia que, por razones obvias, se ha acentuado en los últimos dos años.

En primer lugar, es importante aclarar que esa patología no se relaciona solo con la sexualidad, aunque puede haber algo de abuso o represión moral en el origen de algunos casos.

Es consenso en el área de la Sicología y la Siquiatría a nivel internacional que el distanciamiento impuesto por la pandemia ha sido un reforzador de conductas asociadas a este tipo de trastorno, una excusa para encerrarse en esa zona de confort. Pero si alguien rechaza el estímulo en alguna que otra zona de su cuerpo, no significa que tenga un problema: pueden ser solo preferencias y es válido pedir a la pareja que las respete, como cualquier otro límite negociado en la relación.

¿Qué zonas son las más quisquillosas?, preguntamos en los grupos Senti2 de WhatsApp y Telegram y a otros lectores, y armamos una lista muy variada de roces prohibidos, según la experiencia de quienes se identificaron en esa situación.

Hay quien no soporta que la pareja hurgue en el interior de sus orejas o entre los dedos de las manos, las plantas de los pies, el ombligo, la piel de los codos, el cuero cabelludo, las corvas… Incluso si la intención es buena les resulta invasivo, y pierden la agradable sensación de intimidad para pasar a un estado emocional defensivo.

Los niveles de rechazo son muy personalizados. Para algunos individuos la tolerancia es cero. Otros aceptan incursiones en la zona tabú con los dedos, no con la lengua o los genitales, y viceversa. Un tercer grupo tolera el roce con objetos como tejidos, plumas, cuero, pero no admiten un toque piel a piel.

Las confesiones se multiplican en el chat privado: Un joven se excita con mordidas en su espalda, sin embargo, las caricias delicadas lo exasperan. Un adulto acepta que jueguen con los vellos de su pecho si hay luz, pero a oscuras jamás. Una adulta disfruta cuando su pareja eyacula sobre su espalda o vientre, jamás en sus muslos. Otro se niega a ser abrazado por los hombros…

«Mis rarezas» es frase que se repite en algunas historias, con mayor o menor autoaceptación. Solo dos personas, además de la chica que provocó el tema, consideran que necesitan terapia. Para el resto la relación funciona y hay placer de ambos lados, así que califican sus vidas sexuales de muy sanas.

Eso no se toca...

Varios rechazos son culturalmente impuestos, más asociados a cuestionamientos morales que a la sensación de la caricia en sí. De hecho, admiten que ni lo han probado, porque la sola idea de que otra persona vulnere ese límite les distraería en la búsqueda del placer, meta de cualquier caricia.

En ese caso cuentan los juegos cerca del ano o las tetillas para muchos hombres heterosexuales, el vientre y parte blanda de los brazos en personas con sobrepeso, estrías en la piel después del parto, los senos si están lactando, las axilas no afeitadas, el interior de la boca en quienes emplean prótesis dentales, el pelo de quienes se aplican tratamientos químicos, los tatuajes y los labios agrandados por medios artificiales.

¿Son manías, complejos o expresiones de hefefobia? ¿Cuál es el extremo más irracional de esa conducta? ¿Se puede remediar? No hay respuestas únicas para estas dudas.

El tacto es un valioso instrumento de comunicación emocional, que ayuda a percibir y expresar en palabras nuestra concepción de la vida y tomar conciencia de nuestra individualidad como seres sexuados y sociales. Es además un sentido clave para la supervivencia: gracias a las sensaciones de dolor y placer ubicamos las fuentes de peligro o comodidad y aprendemos a responder para garantizar nuestra integridad física.

Si crees que tu rechazo es excesivo, si te genera disgustos y rebasa el plano sexual para adueñarse de otras circunstancias, tal vez quieras consultar con especialistas. En ese caso llama al Cenesex, al 7838-2529 o escríbenos al correo de la sección.

Acariciar y recibir caricias es una habilidad, un lenguaje. El cuerpo es un pentagrama en el que el sexo graba su propia música, y aunque se vale dejar fuera ciertas notas, es bueno asegurarse de no perder el conjunto de esa divina melodía.

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