Y. M.: Desde hace nueve años vivía independiente con mi pareja. Ambos trabajamos ocho horas diarias y al comienzo nos dedicábamos toda la atención; pero luego él empezó a hacer deportes, entre otras cosas. Le reclamé a menudo nuestro tiempo, pues lo amo y deseaba que él también necesitara estar cerca de mí, pero decía que lo tenía cansado de tanto reclamo y terminó nuestra relación hace un mes. Cuando lo veo parezco una adolescente. En ocasiones parece que quisiera volver, pero en otras no. Ninguno tiene otra relación. Mi alma se alimenta de esperanzas cada vez que lo veo. Quisiera que me diera su criterio sobre tratar de interesarme en otra persona o seguir esperando a ver si él ordena sus sentimientos. Tengo 24 años.
Para desear, el ser humano necesita sentir cierta falta, cierto límite o imposibilidad a la satisfacción. Cuando estamos del todo disponibles o demandantes y le hacemos creer al otro que estamos ahí sin condición alguna puede ocurrir que provoquemos cierto hastío en lugar del deseo. Tu compañero se sintió asfixiado y fue a buscar otros espacios, provocando más reclamos de tu parte.
No fue por exigirle más que él te deseó en un inicio, ni por lo que lograste su interés. Te recomendaría hacerte desear por otras vías que no sean exigencia o disposición sin límites. Esto no significa que tengas la obligación de buscar otra pareja, aunque no se descarte. Sí te vendría bien buscar otros intereses, disfrutar y romper ese círculo vicioso que tanto los afectó.
Vivenciar insatisfacción a pesar de la gratificación sentida, reclamarle al otro, sostener el lugar privilegiado de la pareja significativa, son maneras de enlazarse al amor típicas en algunas mujeres. Muchas veces funciona. Pero si se puso en riesgo el lazo es oportuno pensar otros modos de luchar con lo que experimentaste antes de que él decidiera romper.
Mariela Rodríguez Méndez, máster en Psicología Clínica y psicoanalista
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