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Sin explicaciones

El pasado 10 de septiembre, el tren que cubre la ruta entre la ciudad de Matanzas y Los Arabos inició su recorrido de forma habitual a las 4:40 de la tarde. Y al llegar al poblado de Coliseo, a las 5:50 p.m., se detuvo.

Según Juan Carlos Duquesne (Clemente Gómez No. 7 entre Suárez y Campo, Perico, Matanzas), en Coliseo estuvo paralizado el tren por más de tres horas, sin explicación alguna a los viajeros.

«Al indagar con los operarios de dicho tren —refiere Juan Carlos—, el silencio fue la respuesta más recurrente, cuando no alguna respuesta de forma poco educada. Y en medio de toda esta incertidumbre, los operarios decidieron ir a comer, esperando Dios sabe qué».

Manifiesta el remitente que ese medio de transporte, por demás el más económico, lo utilizan personas de los orígenes más disímiles y por los motivos más diversos: quienes asisten a un turno médico, estudiantes universitarios de la Salud, que al otro día deben regresar para presentarse en sus aulas; mujeres en estado de gravidez avanzada, niños, ancianos…

«Lo mas indignante de todo es que no se tomaron el trabajo de apagar la locomotora durante todo ese tiempo. Después de lo anteriormente planteado solo me queda expresar: Ya entiendo cómo se siente el ganado cuando viaja en tren».

Permitir es ser cómplice

No es el primer caso de impunidad, ni será el último, el enviado por Pablo Lluveras Forcé, médico veterinario jubilado y vecino de San Pedro No. 357, entre San Germán y Trinidad, en la ciudad de Santiago de Cuba. Él cuenta que, con una licencia de construcción otorgada, el vecino colindante con la parte de atrás de su casa le desbarató la pared limítrofe.

Pablo buscó a los inspectores de Vivienda, quienes levantaron un acta que decía que el infractor tenía que arreglarle lo dañado, y ellos volverían al mes siguiente. «Pero nunca más han pasado por mi casa, señala. A los dos meses fui, y no vinieron. A los cuatro meses fui y no vinieron. Por supuesto, el infractor no ha arreglado ningún daño».

Ahora, precisa Pablo, la pared de su cocina está en peligro de derrumbarse, porque han continuado las violaciones constructivas. Ahora tiene dos problemas más: que la pared se caiga y mate a alguien, o que la pared se caiga y explote la cocina de gas junto a la balita, si aquella está encendida.

«Yo sé que el país está institucionalizado y hay que ir paso a paso (distrito, municipio, provincia, nación). Pero, humanamente, no tengo ni salud ni dinero para esos trámites que pueden durar años. Y se me cae la casa y nunca se repararán los daños. Mi divisa siempre ha sido vergüenza contra dinero, y eso lo voy a cumplir hasta el final.

«Pero Cuba es un Estado de Derecho, y no puede imperar la ley de la selva. Nadie por construir su casa puede destruir la del vecino», concluye Pablo.

Las autoridades, que deben ser el garante del orden y la disciplina, no pueden estar haciéndose de la vista gorda, eludiendo su responsabilidad ante las violaciones y arbitrariedades, so pena de que la opinión pública las identifique como cómplices de esos desmanes.

Es muy preocupante que se estén registrando tales perjuicios: los comisores con las manos sueltas, y las víctimas desprotegidas. ¿Qué piensan la Dirección de Vivienda, el Gobierno y demás autoridades en la ciudad de Santiago de Cuba? ¿Van a dejar abandonado a su suerte al afectado?

Solo en algo no coincido con Pablo: hay asuntos en los que no puede irse paso a paso, desde el distrito, municipio, provincia hasta nación, porque ese es el interminable laberinto del burocratismo. Hay que cortar por lo sano en asuntos de daño al ciudadano, y restituir la justicia allí mismo donde se vulnera. ¿Adónde vamos a parar con tanta permisibilidad y oídos sordos?

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