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Y ahora, ¿qué hacer?

Treinta y dos años tiene la hija de Juan José Rodríguez Rondón (Calle 10, No. 3, entre Céspedes y Batey, Niquero, Granma) y ya, por esos golpes del destino, tuvo que abandonar por razones de enfermedad el ejercicio de la Medicina, carrera de la que se graduó en 2007.

La joven laboró por más de dos años y medio en el municipio de Pilón, donde la ubicaron para cumplir su servicio social, mas se vio urgida de interrumpir su desempeño y comenzó un período de tratamiento médico sin percibir pago alguno por las instancias de Salud, según relata el papá.

Solo cuando un trabajador del sector le sugirió a la familia que indagaran al respecto fue que la galena devenida paciente recibió una visita de la Directora Municipal de Salud, «por primera y única vez». Posteriormente, «le estuvieron pagando por peritaje médico hasta que la Comisión de Peritaje decidió que no podía ejercer más su profesión, y no le ofertaron otro trabajo dentro del propio sector», se duele el padre. Después de eso, el Inass la asistió salarialmente por un tiempo.

En una nueva revisión del caso, evoca Juan José, la presentaron a la Comisión de Peritaje de la provincia y esta determinó no jubilarla, pero sí apuntó una serie de limitaciones, y pusieron el caso en manos de la Dirección de Trabajo.

«Al cabo de dos años sin ningún tipo de remuneración, le ofertaron un contrato por 15 días en la UMIV como auxiliar general de limpieza; concluyó allí y al cabo de tres meses más le ofrecieron otro contrato con el mismo oficio en la Empresa Cubana del Pan por espacio de cuatro meses», rememora el progenitor.

En abril de 2014 se presentó a las pruebas de aptitud para capacitarse en la Escuela de Formatur y aprobó los exámenes satisfactoriamente. En diciembre de ese año comenzó el curso y lo llevó adelante con sacrificio y entusiasmo, paralelamente al trabajo en la empresa del pan, señala el granmense.

«Aprobó con calificaciones de cuatro puntos tanto teóricamente como en la práctica diaria hasta hoy, día 8 de junio, cuando en una reunión con todos los alumnos, la profesora (…) de Formatur le informó que no podía continuar en el mismo por ser trabajadora o haber trabajado en Salud Pública»…

Y ante la necesidad de crecimiento en la vida personal y social de la muchacha, el padre se pregunta angustiado qué hacer ahora. ¿Cómo es que casi terminando el curso en Formatur le dan la noticia de que no puede continuar?, cuestiona este redactor. Por otra parte, y sin demeritar ningún oficio, ¿no había dentro del propio campo de la Salud Pública algún trabajo de otra índole que ofertarle a una persona quien, más allá de las limitaciones por enfermedad, había terminado y ejercido una carrera de Medicina? ¿Qué pueden aclarar las autoridades correspondientes?

¿Por qué por medios propios?

La felicidad de poder comprar un refrigerador en la tienda de Carlos III duró poco en la casa de Irma Martín Álvarez, pues tras 11 días de comprado, el equipo tenía reporte de baja por defectos.

La capitalina había pagado de su bolsillo el traslado del aparato hasta su casa de Santa Ana No. 259, apto. 4, entre Boyeros y Ayestarán, Nuevo Vedado, en Plaza de la Revolución, lo cual le costó ocho CUC; pero al salir defectuoso el equipo le informaron que debía llevarlo hasta los distantes talleres de San Agustín, también por medios propios.

«Fui a la tienda y me explicaron lo mismo. El jefe de piso, Jorge, muy atento, trató de que me ayudaran —pues vivo sola y soy una persona mayor— en cuanto a que me lo recogieran ellos o al menos pudiera entregarlo en los talleres más cercanos: Oquendo entre Neptuno y San Miguel, o en 10 de Octubre, o incluso en Playa, pero la respuesta siempre fue que era en San Agustín y por mis medios», refiere la capitalina.

«Llamé al número de la garantía, de atención al cliente, y muy correcta y amable me atendió la compañera, pero lo mismo. (…) Es lo que tiene establecido Cimex, me parece que para comodidad de la firma», opina la lectora.

Y con razón se pregunta quién le indemniza el alto costo que finalmente le reportó trasladar el aparato cuando en realidad, es la empresa, tras vender un equipo que resultó defectuoso, la que debía correr con esos gastos.

Es un tema que hemos tocado muchas veces en esta columna: los mecanismos comerciales no pueden romperse por el eslabón más débil, ese que según los eslóganes al uso es la persona más importante: el cliente.

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