Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Desgastados sin el gas

Maritza E. Martínez Larred (calle 19102, entre Asís y Calzada de San Miguel, reparto Mirta, San Miguel del Padrón, La Habana) relata las tribulaciones que están sufriendo ella, con 67 años, y su esposo, de 75, diabético con insuficiencia renal y sobreviviente de un derrame cerebral hace seis meses.

Precisa Maritza que en la segunda mitad de febrero ellos se mudaron para la actual dirección desde Jagüey Grande, en la provincia de Matanzas, donde eran clientes del gas licuado. Y allí les orientaron entregar los dos cilindros y su contrato. Además, les indicaron volver a Matanzas, a recoger el traslado.

Pero en eso llegaron la COVID-19, el aislamiento social y el cierre del transporte interprovincial. El trámite para el traslado quedó varado. Han hecho muchas gestiones vía telefónica en la capital para que se resuelva transitoriamente el traslado; pues les prestaron un fogón eléctrico, y se les rompió; y la olla arrocera tiene problemas.

Maritza caminó nada más y nada menos que 86 cuadras para ir a las oficinas del gas licuado en ese municipio y ver cómo podía resolver su situación. Allí llamaron a la dirección provincial de la Empresa, donde orientaron que desde Matanzas les pasaran la gestión por correo electrónico; o que llamaran para confirmar que en verdad se había hecho el traslado, y ella es realmente consumidora del gas.

Y Kirenia Rodríguez Salcedo, funcionaria de Cupet en Matanzas, plantea que la solución es hacer el traslado. Maritza ha hablado con ella infinidad de veces, porque no pueden trasladarse hasta Matanzas, y no se ha resuelto nada.

«Le planteé la situación de mi esposo, que presentamos apagones en diversas ocasiones y él no puede comer cualquier comida. Me encuentro desesperada», concluye Maritza.

Uno se resiste a aceptar que no haya al menos una solución transitoria para ese par de veteranos. Pensar como país en medio de la pandemia no es una consigna ni una abstracción.

Revendedores intermunicipales

Pedro Pablo Roque Amorós (calle 178, No.110, entre 1ra y 5ta. Avenida, reparto Flores, Playa, La Habana) cuenta que allí, alrededor del mercado Caribe, se registra la arribazón en las madrugadas de personas ajenas al barrio, ni siquiera del municipio Playa.

«Duermen en las escaleras de los edificios, detrás del Rincón Martiano del parquecito o en la costa, afirma. Anoche, por ejemplo, la Policía pidió carné de identidad, y había coleros de Regla y Guanabacoa, además de otros lugares distantes.

«Y, por supuesto, orinan y defecan en donde les de la gana. Son coleros que venden cada turno en 5.00 CUC. Además traen cuatro o cinco acompañantes. La cuenta da unos 30.00 CUC. Además de vender los turnos, estos “negociantes” también compran, para revender en sus barrios al doble del precio.

«Las autoridades municipales tienen conocimiento de la situación de las madrugadas en las afueras del mercado Caribe del reparto Flores, explica Pedro Pablo. ¿A quién más hay que acudir para resolver esta situación?», concluye.

Y lamentablemente hay que reconocer que lo denunciado por él se registra en otros sitios del país. Como los efectos económicos del nuevo coronavirus se harán sentir en el consumo de la población, es hora de crear mecanismos irreversibles para que, mientras la oferta esté constreñida y dure la etapa de recuperación, los alimentos lleguen a manos  de la población con mecanismos ágiles y controlados. Hay muchos vividores a costa de las privaciones.

Por otra parte, esta sección ha tenido que redireccionar por ahora su mirilla hacia los temas más interrelacionados con las necesidades y requerimientos de la población en medio de la pandemia del coronavirus.

Habrá asuntos que tendrán que esperar un tiempo. Pero al menos, de estos que se revelan por estos días, debían llegar respuestas ágiles y comprometidas, con actos fehacientes en su permanencia.

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