Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

«Estoy sembrado aquí»

Cuando le preguntan si se iría del monte, un joven campesino dice que la ciudad puede ser muy buena, pero nunca tendrá los atardeceres del campo

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

BARAGUÁ, Ciego de Ávila.— Nadie sabe por qué a ese lugar le dicen La Loma. La pregunta también se la hace Yudismar Zaldívar Martínez: ¿por qué llaman así a la zona donde vive, en el municipio de Baraguá, cuando por todo eso no hay una sola lomita? Y es verdad: no hay ni rastro de montaña y sí mucha manigua y platanales, y también una tierra colorada, que ya no es roja sino gris, por la cantidad de meses sin llover.

El lugar tiene otras historias, no tan viejas, contadas con naturalidad por la gente de allí, pero que a los de afuera, a los de la ciudad o los poblanos —como les dicen los guajiros— les dejan un sabor a leyenda. Como, por ejemplo, que cuando llueve en primavera como se debe, los alrededores se inundan, a excepción del lugar donde está la comunidad. Y hablan de las lagunas formadas en las rococeras, donde capturan el pez gato a machete o con la mano. O de un vecino que tenía un botecito y con las crecidas buscaba la leche suya y de los vecinos, como si el campo se hubiera convertido en un lago.

De todo eso habla Yudismar; pero hoy la conversación no es de esos cuentos, sino de él. De este muchacho, delegado de circunscripción, que llegó a la entrevista directo de un despacho en el Gobierno del municipio Primero de Enero. Un joven alto y flaco, un guajiro que no usa sombrero, sino gorra. Que nació en el campo y ahora es secretario general del Comité de la Unión de Jóvenes Comunistas en la Cooperativa de Producción Agropecuaria Paquito González, y miembro no profesional del Buró de la UJC en el municipio de Baraguá. Y para más responsabilidades: jefe de Protección y seguridad de la cooperativa, casado y con cinco hijos: tres propios y dos que ha criado como si fueran suyos.

—Oye, Yudismar, ¿no te vuelves loco con tantos cargos? ¿Cómo haces para atender todo eso, compadre?

—Uno prioriza. Es cierto, no puedo estar en todo. Mira, te voy a contar algo: hace unos días se me juntaron cuatro cosas al mismo tiempo: reunión de secretarios generales; asamblea en el Gobierno de Primero de Enero, porque nosotros trabajamos en Pesquería, que es de Baraguá, pero La Loma pertenece al municipio de Primero de Enero; una citación en la policía por un caso de los custodios, y un juicio en Gaspar, por un hurto, en el que yo debía declarar. Al final decidí por el juicio. Es una citación con carácter judicial y eso hay que respetarlo.

—¿Te buscas problemas por ir a un lado y a otros no?, porque a algunos tienes que faltar.

—Lo que pasa es que uno cumple y la gente sabe que cuando falto a un lugar es por un problema importante. Cuando lo hago, enseguida aparezco en el Gobierno o llamo a la Juventud o a quien deba hacerlo para explicar lo sucedido y enterarme de la parte que me toca hacer.

«Uno se gana el respeto, porque primero hay que actuar con responsabilidad y ser consecuente con eso. A mí no me gusta llegar tarde a los lugares. Cuando voy a dar las reuniones del delegado o del comité de base, empiezo a la hora. Eso de que “Yo me incorporo” no está en mi ideología. También digo otra cosa. He estado citado en lugares y me han puesto a esperar sin explicación alguna. En esos casos, sencillamente he dicho: “Díganles que estuve por acá, esperé y me fui”».

De chiquito, pegado con el viejo

—Ahora eres jefe de Protección y seguridad de la Paquito González; pero antes, ¿qué has hecho en el campo?

—De todo: guataquear, recoger plátano, sembrar, lo que sea. Decirte quiero que nací en un campo de Esmeralda y al poquito tiempo la familia se mudó para las lomas de Guisa, en Granma. Con el tiempo viramos para acá, para La Loma, y de aquí no nos hemos movido.

—¿Quién te enseñó a trabajar en el campo?

—Mi padre, Juan Zaldívar. Desde chiquito andaba pegado a él. En Guisa, al regresar de la escuela, lo acompañaba a guataquear yuca o lo que fuera. Cuando era más pequeño, me iba con él a recoger café. Mi viejo se trepaba en la mata y el grano que caía al piso, lo recogía yo con una lata de sorbetos, de las que venían antes.

—Pero tu primer trabajo como obrero agrícola, ¿cuál fue?

—Boyero; andaba con dos bueyes: Precioso y Muñeco. Eso fue antes de ir para el Servicio Militar. ¡Me sacaron cada susto! Al quitarles el yugo era el problema. Una vez Precioso, que era un buey cebú, me partió para arriba y salí huyendo a millón. Otra vez los llevé a tomar agua a una rococera y la carreta los empujó y cuando vine a ver, estaban ahogándose. La suerte es que andaba con el machete y me metí dentro del agua, corté las sogas y pude salvarlos.

—¿Cómo terminaste de custodio?

—Bueno, en eso hay su historia. Después que terminé el Servicio Militar, como antiaéreo, pasé el curso de Trabajador Social y al mismo tiempo comencé a estudiar en el Curso de Superación Integral para alcanzar el 12mo. grado. Tenía que dar una bicicleta tremenda por todos estos bateyes; pero llegó la reducción de plantilla y había que decidir quién se quedaba. O mi hermana, quien también era trabajadora social, o yo. La decisión fue rápida. «Mi hermana —dije—, usted se queda y asegura el empleo, que yo me voy para el campo». Había necesidad de un custodio en la vaquería de la cooperativa en La Loma y para allá me fui.

Ni loco para la ciudad

—Yudismar, ¿no has pensado dejar el campo e irte para la ciudad?

—No, compadre, de verdad se lo digo: por mi cabeza nunca ha pasado esa idea.

—Pero en la ciudad estarías más cómodo, hay más cosas...

—Pero también falta una pila. No es lo mismo el cantío del gallo en la ciudad que en el campo. Yo en la ciudad no me acostumbro, compadre. Hay mucho ruido, mucho ajetreo. Además, la salida del Sol es distinta. La del campo tiene colores y el olor por las mañanas es distinto. No es lo mismo, de verdad que no.

—Y sin embargo, muchos jóvenes se van del campo...

—Tampoco estoy muy de acuerdo con eso. Muchos se van, es cierto. La vida puede ser dura y es verdad que al campo le falta más atención. Pero también muchos jóvenes se quedan y dan su aporte. Mira, cuando empecé de secretario general casi ni teníamos militantes y el comité de base iba a desaparecer. Ahora tenemos 29 militantes y vamos a crecer con diez. Aquí cada vez que hace falta meterle mano a una tarea, usted se vira y ve a los jóvenes prendidos.

—En tu opinión, ¿qué rasgos caracterizan al joven campesino de Pesquería?

—Creo que el compañerismo. Pueden existir otros, pero ese para mí es el esencial. Vaya, el que más he sentido es ese. Un joven de por acá, te quiere de verdad o no te quiere.

—¿A ti te gusta dirigir, verdad?

—Sí, me gusta. Llevo 15 años como militante y 14 han sido de secretario en algún lugar. En la casa debe haber una caja con reconocimientos. El problema es que con la dirección yo veo un resultado si te esfuerzas y trabajas con la gente. Uno se siente contento cuando ve los logros. El día que le dieron la Bandera Aniversario 55 de la UJC a la Cooperativa, yo me sentí muy contento. Es la verdad.

—Con tantas responsabilidades, ¿cómo haces para atender a la familia?

—Bueno, ahí la leona es mi mujer, Aida Velázquez Sánchez. Ella es la que tiene la casa arriba, la que atiende a los animales, porque con los cargos y la responsabilidad de jefe de Protección lo mismo llego a las diez de la noche que salgo a la tres de la madrugada.

—¿Y los niños? ¿Cómo atiendes a los niños?

—Bueno, ahí sí me autoexijo. A veces no es fácil; pero, bueno, en las tareas o cualquier trabajo de la escuela estoy yo. El problema es quitar de la cabeza el pensamiento de que tienes muchas responsabilidades y no puedes atender a la familia. En casa viven dos hijos, que no son nuestros. Son en verdad nuestros sobrinos, hijos de una hermana de mi esposa que falleció. Y el principio es que ellos son tan hijos como los tres chiquitos. No puede haber privilegios.

—Vuelvo con un tema. Si algún día, por una alguna casualidad, te fueras a ir del campo, ¿para dónde te irías?

—¿Yo? Bueno, para el batey de Sabanita, en Primero de Enero. ¿Tú sabes lo que hay ahí? El cementerio. Ahí entierran a la gente de La Loma. ¡Yo estoy sembrado aquí, compadre! Del campo no me voy.

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