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Una luz milagrosa a orillas del lago Titicaca

En la frontera de Bolivia con Perú, campesinos de los dos países recuperan la vista con operaciones sencillas.

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Juventud Rebelde

COPACABANA, Bolivia.— Angelina Pando tuvo que reaprender a reconocer los contornos de estos paisajes secos y profundos. Hace 12 años, unas cataratas persistentes le cegaron la visión de estas rutas del Altiplano que corren pegadas al cielo, muchas veces por encima de las nubes, serpenteando una sólida cadena de montañas cuyos valles se desploman hacia una inmensa superficie azul que se pierde en el horizonte. Un geógrafo experto podría confundirse y afirmar sin dudar demasiado que este lugar sublime es un rincón montañoso del Mediterráneo, entre Francia e Italia. La semejanza es perturbadora. Pero no es el mar sino el lago Titicaca, el más alto del mundo, más de 4 000 metros de altitud entre dos países, Perú y Bolivia. Angelina Pando se hizo atender la vista en una dependencia de La Paz porque le dijeron que le podían devolver la vista gratis, que habían venido unos médicos de otro país que atendían sin pagar un peso. En un país donde el sistema de salud es de una voracidad que roza el absurdo, el tratamiento sin gasto alguno de las enfermedades de los ojos es una bendición, o un milagro. Así se llama el dispositivo desplegado por Cuba en más de 20 países: «Operación Milagro».

Angelina Pando le puso un apodo a los doctores que le devolvieron la vista. «Los médicos de Fidel me dijeron que con una operación de 15 minutos podía recuperar la vista. Yo soy de El Alto y no puedo pagarme una operación así. Entonces seguí lo que me dijeron. Fui hasta el hospital de Copacabana y pude ver de nuevo. Uno no recupera de golpe la vista, hacen falta algunos días. Pero lo que sí se ve enseguida es la luz. Cuando vi la luz pensé que me había muerto, que estaba en otro mundo». El centro oftalmológico montado por la cooperación cubana está instalado en una dependencia del Hospital Municipal de Copacabana, en la frontera con Perú, frente al lago Titicaca. Para llegar hay que cruzar el estrecho de Tiquina con una balsa rústica de madera y subir por las montañas los 40 kilómetros hasta la ciudad. Una empinada calle de piedras termina en la entrada del hospital, justo detrás de la iglesia donde está la Virgen de Copacabana. Antes la gente venía a celebrar a la Virgen, a hacerse bendecir el auto y a comprar las truchas del lago. Ahora llegan por otro motivo, de toda la región boliviana y hasta del Perú. Cuando el presidente Evo Morales asumió su mandato en enero pasado firmó un convenio de cooperación con Cuba que dio lugar a que casi mil médicos cubanos se desplegaran en distintos puntos del país para atender gratis.

La presencia de los llamados doctores de Fidel dio lugar a innumerables polémicas y críticas de la oposición. Hasta el muy oficial Colegio Médico Boliviano protestó con vehemencia. A finales del mes de junio los médicos bolivianos atendieron un día gratis en todos los hospitales para protestar por la presencia de los médicos venidos de Cuba. En ese entonces, el director del Colegio, Eduardo Chávez, había arremetido con fuerza. «Es irresponsable que se entregue a extranjeros la atención de un pilar fundamental como es la salud de un pueblo», había dicho el doctor. «Si yo instalo un consultorio en la Plaza de Mayo ¿qué pasa?, ¿qué hacen conmigo? Lo mínimo es que me pidan mi título de médico, o que lo revalide. Esos pasos no se han cumplido acá con los cubanos». El problema es que nadie se ocupaba de ese pueblo. Los médicos del Caribe se instalaron en zonas de extrema pobreza donde nunca nadie había visto antes un guardapolvo blanco, ni el más lejano signo de un servicio médico. En estos páramos, donde los campesinos trabajan en tierras polvorientas y bajo los abrasadores rayos del sol altiplánico, las afecciones oculares son un drama. La atención gratuita resuelve un problema nacional. Desde que llegaron hasta la fecha, los médicos cubanos realizaron casi 20 000 operaciones y, según las encuestas, han encontrado un 99 por ciento de aprobación entre la población. La aceptación es el otro escollo de la medicina boliviana. Desde el rincón más pobre de la ciudad de El Alto hasta la calle más rica de la zona sur de La Paz la gente se queja de lo mismo, es decir, el mal trato que reciben por parte de los médicos locales. El doctor Chávez reconoce esa falla. «Yo les digo siempre que traten bien a la gente, pero no hay nada que hacer, se creen dioses. Tal vez con todo esto las cosas cambien para bien».

Ningún campesino puede pagarse los 800 o 900 dólares que cuesta operarse los ojos. Es irrealizable, incluso para alguien de la clase media. En el Hospital Municipal de Copacabana los cubanos trajeron sus médicos y el material necesario para las cirugías. La doctora Odali Curbelo dirige el centro oftalmológico desde hace tres meses. Vino de Cuba pero no es su primera misión. Antes estuvo en Venezuela, lo mismo que el cirujano oftalmológico, el doctor Mario Banderas Fumichili, que estuvo operando en Angola. La doctora Curbelo cuenta que la brigada que opera en Copacabana consta de 16 personas que atienden a unas cien personas por día. Entre las ocho y la una de la tarde llegan los pacientes bolivianos, en su mayoría campesinos, después vienen los peruanos, que cruzan la frontera con familias enteras en los autos para hacerse atender los ojos. El centro oftalmológico de Copacabana opera entre 25 y 30 personas por día. Muchos llegan ciegos y salen percibiendo la luz. La doctora abre sus ojos con asombro cuando cuenta cómo la gente se emociona cuando, después de la operación, ya puede ver la luz del quirófano. «En la región había muchos pacientes con ceguera. Hasta hoy hemos operado aquí a más de mil, principalmente de cataratas y pterigium (carnosidad). La poca cultura en lo que es la salud y el sistema económico de las personas explican que haya habido tanta gente con afecciones importantes. La gente no podía ni siquiera pagarse un hospital. Nosotros queremos eliminar la ceguera en Bolivia. La gente debe saber que todo paciente que haya perdido su visión la puede adquirir con nosotros gratuitamente. Trabajamos por la ceguera cero». Durante el último mes, algunos medios de comunicación bolivianos lanzaron un montón de rumores infundados sobre los médicos cubanos. Dijeron que operaban demasiado rápido, que hubo casos de mala praxis e incluso que los médicos desertaban de su misión. Mucho rumor y ninguna verdad probada. Lo que se constata en Copacabana está lejos de esas afirmaciones. Los pacientes llegan, se realiza un primer examen, se le diagnostica su afección y luego, si está de acuerdo, se opera, previo control cardiológico. Unas horas después se va a su casa o, si hace falta, puede permanecer en la ciudad gracias a un acuerdo entre el centro oftalmológico y la municipalidad. La atención gratuita incluye el tratamiento, la operación, los medicamentos y los anteojos. La doctora Curbelo no comenta la protesta de los médicos bolivianos y ese día de atención gratuita. Solo dice, entre dos sonrisas: «A nosotros nos alegra que los médicos bolivianos se unan a nosotros y que participen en la Misión Milagro. La gente sale muy contenta cuando se opera, y no le digo la expresión que tienen cuando ven. Había gente que estaba ciega desde hacía 10 o 15 años».

Anselmo González llegó al hospital de Copacabana con su mujer y una pareja amiga. Venía de la iglesia, donde había hecho «challar» el auto, es decir, el bautismo oficial realizado por el cura de la catedral de Copacabana y luego por el yatiri, la autoridad espiritual de los aymaras. El coche estaba ornamentado por bandas de flores naturales y de plástico y símbolos protectores. Anselmo González es peruano y, según cuenta, le costó trabajo cruzar la frontera, pero valió la pena. «Nos enteramos en Perú de que acá operaban los ojos gratis y nos vinimos. A mí no me importa que sean médicos cubanos». La doctora Odali señala que ahora hay más pacientes peruanos que bolivianos, en su gran mayoría campesinos. Víctor Pando Marroni, el hijo de Angelina Pando, dice que ahora cree en milagros. «Cruzamos el estrecho de Tiquina con mi madre ciega y mi hermana y volvimos a El Alto con mi mamá que lloraba de ver de nuevo la cara de sus hijos». (Tomado de Página 12, Argentina)

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