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EE. UU. se aleja cada vez más de la América latinoamericana y caribeña

Su política excluyente de cara a la mal llamada Cumbre de las Américas, explica por qué el ALBA-TCP reclama un cambio en las relaciones hemisféricas, con base en la Carta de la ONU y el Derecho Internacional

 

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Si en Washington primara una política más inteligente y razonable hacia Latinoamérica y el Caribe —y no estoy diciendo, siquiera, justa—, allá tomarían en cuenta los pronunciamientos del ALBA-TCP en su Cumbre de La Habana, este viernes.

El intento de Estados Unidos, en pretendida marcha atrás hacia el pasado reciente, de excluir a naciones del hemisferio de su próxima cita de Las Américas y usarla como instrumento de dominación para imponer sus recetas a los vecinos al Sur, ya no se sostiene.

Lo peor para la Casa Blanca no es solo que las diez naciones miembros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos hayan condenado esa aspiración y, de hecho, reiterado en el encuentro de La Habana, la mayoría de sus dignatarios, que no asistirán a la cita de junio en Los Ángeles, si hay exclusiones. Incluso, algunos como el primer ministro de San Vicente y las Granadinas, Ralph Gonsalves, dudan si sería legítimo, ya que él no irá, enviar a otro representante… Y ha confesado:  «siento que se insulta nuestra inteligencia con este tipo de falta de sentido… Tenemos que defender nuestra integridad». Lo mismo deben sentir sus colegas, dentro y fuera de la Caricom, que ha cuestionado el carácter excluyente de la Cumbre.

Sin embargo, lo que más debía preocupar a EE. UU. es que su obtuso y obsoleto quehacer está haciendo que muchos en la región, y no solo los países miembros del ALBA-TCP, se radicalicen en una lógica posición antihegemónica que, tal vez la totalidad no proclama con todas sus letras, pero sale a luz cuando se oponen a la afrenta que significa pretender juzgar y «sancionar» a priori a Cuba, Venezuela y Nicaragua, en el afán por hacer valer la falaz Carta Democrática Interamericana, impuesta por Washington desde 2001 en su escenario de la servil OEA, para dictar y juzgar el sistema democrático de cada quien.

Así, la actual administración estadounidense pretende, a estas alturas, justificar un bloqueo a Cuba de más de 60 años que es repudiado por la comunidad internacional, y las medidas punitivas aplicadas contra Nicaragua y Venezuela.   

Eso es lo que entraña la exclusión. Una medida, como denuncia la Declaración del ALBA-TCP, políticamente motivada que remarca la necesidad, también recogida en el texto, «de materializar un cambio en las relaciones hemisféricas, con base en la Carta de las Naciones Unidas y el Derecho Internacional».

Es obvio que, además, como denunció la cita del ALBA-TCP, hay un intento de dividirnos. Pero las cuentas les están saliendo a Estados Unidos, al revés.

Aunque no pertenezcan al arco integracionista, ese imperativo de estampar otras reglas del juego —que ya dejaron de ser las mismas, solo que en Washington no lo han reconocido— subyace en la actitud de esos otros países de la región inconformes con el preámbulo de una Cumbre que cada vez hace menos honor a su nombre, «de Las Américas». 

El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, todavía no confirma su asistencia, negado a que tres países del continente hayan sido segregados; algo similar ocurre con la jefa de Estado de Honduras, Xiomara Castro, quien expresó ayer: «Asistiré a la Cumbre solo si están invitados todos los países de América. Sin excepción».

Aunque no ha dicho que su país decline asistir, la canciller chilena, Antonia Urrejola, ha declarado que su nación aboga por una Cumbre sin exclusiones.

Por si fuera poco, fuentes cercanas al mandatario argentino Alberto Fernández —defensor de la misma demanda de no exclusión—, han anunciado que, en su calidad de presidente protémpore de la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), el dignatario impulsará una cita del conglomerado paralela, y dentro del propio marco del defectuoso cónclave «de las Américas».

Esa celebración ratificaría otro de los principales pronunciamientos del ALBA-TCP, cuando sus miembros reiteraron que la Celac es nuestro espacio natural y el sitio apropiado para debatir y resolver los problemas que nos aquejan.

La intención de Estados Unidos de maniatarnos, no hace más que enfatizarlo.

En consecuencia, y lejos de cualquier consideración dictada por los sentimientos o la ideología, más de un observador ha vaticinado que la pretendida Cumbre de las Américas será un fiasco y valoran, mínimamente, como errada, la actitud de la administración de Joe Biden de cara a esa reunión.

Es que la insistencia de Estados Unidos en retornar a la Doctrina Monroe está haciendo cada vez más amplio el terreno que lo separa de sus vecinos del sur.

En contraposición, la coyuntura está indicando a las naciones latinoamericanas y caribeñas que la solución a sus dilemas está en su unión. Y ese mensaje parece que está siendo entendido.

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