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El nuevo grito de Faluya

Estudios revelan las mutaciones genéticas entre los nacidos vivos en esa ciudad… pero de las secuelas del uranio empobrecido tampoco se salvan los victimarios de la guerra criminal contra Iraq

Autor:

Juana Carrasco Martín

EL llanto que no cesa… Varios años después de los bestiales asaltos estadounidenses de 2004, Faluya es «noticia». Están a punto de publicarse las conclusiones de un nuevo estudio científico en International Journal of Environmental Research and Public Health: las malformaciones natales, las enfermedades cancerosas, los padecimientos crónicos del tubo neural y las cardiopatías aumentaron luego de aquellos ataques que prácticamente destruyeron la ciudad de 350 000 habitantes (650 000 con sus tres áreas rurales colindantes).

Solo los nacimientos con defectos son casi 11 veces mayores que la tasa normal. Durante el mes de mayo, por ejemplo, el hospital general de esa ciudad vio nacer a 547 bebés y el 15 por ciento presentaban anormalidades mutantes. Tampoco corresponde a lo natural el balance de sexos, pues desde el comienzo de la invasión de Iraq en 2003, nacen 15 por ciento menos varones, dice otro estudio.

Uno de los autores de la investigación citados por el periódico británico The Guardian, el toxicólogo Mozhgan Savabieasfahani, ha dicho cautelosamente: «Nosotros sospechamos que la población está crónicamente expuesta a un agente ambiental. No sabemos cuál es ese factor ambiental, pero estamos haciendo más pruebas para encontrarlo».

Pero no son tan desconocidos algunos de los agentes causantes de la irregularidad que afecta principalmente a las embarazadas: hay «metales involucrados en la regulación de la estabilidad del genoma», añadía el científico y precisaba: «los metales son potencialmente buenos candidatos causantes de defectos de nacimiento».

Por supuesto, ahí están los proyectiles de uranio empobrecido (DU-depleted uranium) que se utilizaron en los dos grandes asaltos a la ciudad —uno en abril y el otro en noviembre de 2004—, las bombas de fósforo vivo y otros armamentos de componentes químicos o radiactivos incluso prohibidos por las convenciones internacionales. Se afirma que el DU permanece como contaminante del ambiente durante 4 500 millones de años.

Un grito eterno para Faluya que tuvo entonces otros daños evidentes contabilizados: 7 000 casas totalmente destruidas; 8 400 tiendas, clínicas y almacenes, entre otros inmuebles; 65 mezquitas y santuarios religiosos demolidos; 59 escuelas de todos los niveles de enseñanza; 13 edificios gubernamentales; dos subestaciones eléctricas, tres plantas purificadoras de agua, las dos estaciones de ferrocarril y graves daños al sistema de drenado de la ciudad y al puente occidental; ardieron cuatro bibliotecas y con ellas miles de libros y ancestrales manuscritos islámicos, y se sabe que fue intencional la destrucción en los bombardeos del histórico sitio de Saqlawia y el castillo Abu al-Abbas al-Safah.

¿Muertes? Por supuesto, para «neutralizar» a Faluya en abril de 2004, se conocen los nombres de 749 personas asesinadas. Una cifra parcial, porque esos son los identificados… No hay nombres de la multitud de civiles que perdieron la vida en la segunda arremetida, pero fueron aún más. También resultaron víctimas de las municiones químicas cien mil animales domésticos y salvajes.

Por supuesto, los agresores niegan su responsabilidad en los «daños colaterales» que ahora nacen, irreversibles y reproducibles, garantes de un dolor eterno.

Y saben muy bien que ya habían dejado esa semilla maligna cuando en 1991, durante la guerra de Bush, el padre, usaron criminalmente el uranio empobrecido en los bombardeos a Basora y otras ciudades, donde la reconocida científica Dra. Helen Caldicott, encontró que desde entonces los niños nacidos con malformaciones y cánceres eran siete veces más que lo habitual.

La verdad inconveniente

Como es indecorosa la realidad, se oculta en la medida de lo posible. Un activista de una organización no gubernamental que testimonió para la 15 sesión del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Nahoko Takato, dijo: «Cuando visité Faluya en 2009, fue muy difícil obtener el permiso de entrar (a la ciudad). Está rodeada de puntos de control… Básicamente, solo quien tenga una identificación provista por el ejército norteamericano puede hacerlo.(…) Los ciudadanos de Ramadi pueden entrar a pie en Faluya, pero no en sus propios vehículos, porque necesitan un registro especial que es muy difícil de obtener… Quizá el ejército norteamericano tiene temor de que un internacional pueda colectar evidencia de la polución, de las trazas de uranio…».

No voy a hablar de castigo divino, porque de ser esto posible debieran ser otros quienes expíen la culpa. Sin embargo, los invasores-victimarios, los brazos ejecutores de los dueños poderosos del complejo militar-industrial-mediático, se están transformando también en víctimas de sus propios crímenes.

No aprenden sus propias lecciones, la de Vietnam, por ejemplo, donde el Agente Naranja, utilizado como defoliante para, entre otros objetivos, matar de hambre a un pueblo combatiente, dejó una estela nefasta de enfermedades cancerosas, malformaciones en los nacimientos y otros padecimientos, y todavía continúan sus efectos sobre el medio ambiente y la población vietnamita, pero también marcó a los soldados estadounidenses y su descendencia.

En noviembre pasado, el periódico The Oregonian publicó que en una demanda establecida por 32 soldados de la Guardia Nacional del estado de Oregón, se sugería que el consorcio Kellogg, Brown and Root —la KBR del entonces vicepresidente Dick Cheney— conocía, por pruebas médicas realizadas en el año 2003, que soldados estadounidenses habían sido expuestos al cromo hexavalente en Iraq, un cancerígeno utilizado en la planta Qarmat Ali de tratamiento del agua, administrada por KBR.

El cromo hexavalente estaba prohibido en Estados Unidos; sin embargo, en Iraq el viento llevaba el polvo naranja hasta los lugares donde estaban emplazados los soldados, aunque los trabajadores de la planta usaban máscaras antigases, pero KBR no dejó de utilizar el producto químico. Por supuesto, los aldeanos de la vecindad también lo absorbieron, pero esos no importan, y quién sabe cuándo se les revelará el problema y las circunstancias.

Sin embargo, no fueron solamente esos soldados de Oregón. Similares reclamaciones judiciales han sido interpuestas por militares de Indiana, Virginia Occidental y Gran Bretaña. Y lo que es peor, la mayoría de esa tropa no supo que había sido expuesta al corrosivo químico hasta cinco años después de su servicio en Iraq.

Y si vamos al uranio empobrecido, presente en los proyectiles disparados en Faluya y en general en todos los escenarios bélicos iraquíes, encontramos que el DU es parte del arsenal estadounidense y de sus naciones aliadas, a pesar de que contamina no solo el gen humano, sino todas las especies vivientes.

Ya desde la primera guerra del Golfo, miles de jóvenes quedaron envenenados, y el Pentágono le buscó dos nombres a las enfermedades de múltiples síntomas: PTSD (Trastorno de Stress Post-traumático) y GWS (Síndrome de la Guerra del Golfo); pero no reconocieron jamás que parte de su génesis podría estar en el uranio empobrecido y en otros componentes químicos del armamento utilizado, al que también estaban expuestos los soldados.

A 20 años de las Operaciones Escudo del Desierto y Tormenta del Desierto, comenzadas el 2 de agosto de 1990 por George Bush, padre, y cuando todavía continúa el infierno proseguido por George W. Bush, el hijo, se sabe que al menos un cuarto de los 697 000 hombres y mujeres que sirvieron en la Primera Guerra del Golfo (1990-1991) están contaminados con la «inexplicable» y crónica enfermedad.

Hablan de fatiga, dolores de cabeza, fibromialgia, insomnio o perturbaciones del sueño, falta de memoria, conducta irritable, anormal pérdida de peso, síntomas cardiovasculares, neurológicos y neuropsicológicos, desórdenes menstruales, problemas en la piel y respiratorios, así como mal funcionamiento gastrointestinal y dispepsia, además de tumores y leucemia.

La basura DU, 60 por ciento tan radioactiva como el uranio natural, químicamente tóxica y cerca de dos veces más densa que el plomo, dejada por el uranio empobrecido contenido en miles de proyectiles y en la armazón de cientos de tanques, se trasladó a suelo estadounidense.

Entre 315 y 350 toneladas de DU fueron utilizadas en la primera guerra del Golfo, y se estima que en la actual han empleado cinco veces más.

El resultado es siniestro y podría interpretarse como crimen y castigo para quienes llevan en el cañón de sus armas la vergüenza de aplicar a sangre y fuego la dominación mundial, con el propósito de que crezca el imperio de Estados Unidos y el bolsillo de los ricachones, los verdaderos malos que, por ahora, «duermen bien», mientras Faluya llora.

Las armas de uranio empobrecido

Hasta donde se conoce, la Armada de Estados Unidos comenzó a desarrollar las armas de uranio empobrecido en 1968. En 1973 se las dieron a Israel para que las empleara en la guerra de Yom Kippur contra las naciones árabes. La utilizaron también en la guerra de los Balcanes y, por supuesto, en el actual escenario bélico afgano.

Como las armas se prueban, también el DU está presente en polígonos estadounidenses como el de Fallon, en el estado de Nevada, y desde Puerto Rico hasta el Pacífico, por lo que se estima que 42 países o territorios están contaminados, y 29 naciones le han comprado armas DU al gran proveedor: Estados Unidos.

El profesor japonés, doctor K. Yagasaki, ha calculado que 800 toneladas de uranio empobrecido son equivalentes a 83 000 bombas del tamaño de la explotada por Estados Unidos sobre Nagasaki, y que Washington ha utilizado desde 1991 en sus guerras el equivalente a 400 000 bombas atómicas como la lanzada sobre esa ciudad japonesa.

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