Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El peligro de las alturas

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Desde lo alto de las torres Trump, con más de 3 000 millones de dólares en fortuna, no se puede apreciar la miseria y la tristeza de este mundo. Todo se ve en panorámicas triunfales, sin distingos de los más, esos que  se difuminan en sus propios dolores y penurias, entre las nieblas del olvido.

Con groserías, desplantes y mentiras, el vociferante emperador dispone de la humanidad a su antojo. Él es América, y más: el mundo. Volátil, cuasi hormonal es en darle giros impredecibles a las palancas de la geopolítica. Ya pretende en sus delirios, ¡oh, Newton!, fundar una ley universal de gravitación estadounidense. Una fuerza centrípeta que se trague el mundo.

Así de súbito como es con sus colaboradores y aliados —los utiliza y recicla con desprecio—, así trata al planeta: como a una pelota cargada de designios y maldiciones a manera de balines, que puede estallar cualquier día. Su mapamundi es la bandera de las barras y las estrellas. Las verdes praderas son sus rampas de lanzamiento. Solo promueve el miedo ambiente, no el medio.

Este Nerón de nueva factura no sufre el dilema de Hamlet. Está incendiando las esperanzas de paz de los terrícolas. Y la aldea global, esa donde ya no cabe su megalomanía, cada día empequeñece más, acortando espacios y tiempos, viendo caer las cúpulas de tanto saber y virtud milenarios, en una orgía de apetencias y posesiones. Una expedición suicida a las cavernas, al puro instinto, borrando tanta bella palabra y hondo pensamiento atesorados durante siglos por la humanidad.

Ahora la trituradora del derecho internacional y la soberanía de los pueblos da «trumpadas» ciegas a uno y otro lado. El hostigamiento de Venezuela a los extremos más desembozados, la intervención por la fuerza en todas sus variantes, y el arreciamiento del bloqueo sobre Cuba, la  activación del Título III de la Ley Helms-Burton con su efecto extraterritorial para ahogar a la Revolución, ya adquieren ribetes brutalmente inquisitoriales. 

Pero no confundamos, filosóficamente hablando, la causa con el efecto, la esencia con la envoltura. Porque corremos el peligro de atribuir los excesos y desmanes del estrambótico Presidente estadounidense a sus obsesivas manías, y no a los intereses a los cuales sirve y responde, como ícono visible de una gran maquinaria dislocada.

Es el imperialismo como sistema, que necesita expandir el gran bazar de la muerte para exacerbar sus utilidades. Es la espiral de la guerra que retorna cada cierto tiempo, una urgencia cíclica de los usureros uncidos al Dios Mercado: el complejo militar industrial. Es barrer todo lo que frene la apetencia desmedida, la enfermiza obsesión por rendir a sus pies las reservas petroleras de Venezuela, y ahogar a cualquier legión de soberanía y dignidad en este mundo.

Desde el despacho Oval de la Casa Blanca ha arreciado sus amenazas contra Cuba por su defensa de los hermanos bolivarianos, esgrimiendo endebles guiones fabricados con tercera dimensión de las mentiras y los infundios. Y así, cree en sus propias mitomanías.

Cuba no come miedo ni digiere amenazas, lo ha demostrado muchas veces. Y si algo habrá que reconocerle al «trumpidante» objetor de las nobles causas de los olvidados y preteridos, es que va al grano y no anda con disfraces. Nos ha tendido el escenario bien claro, sin las movedizas y sutiles maniobras de la zanahoria. Cada cubano patriota, no importa cómo piense y dónde esté, ya sabe de qué lado de la cerca tendrá que estar, vigilante, y a la vez sin distraerse de las batallas internas por mejorar nuestra sociedad, si al magnate Presidente y a todos los estrategas de la gran maquinaria imperial se les ocurre lanzarse.

Desde las alturas de las torres Trump no se perciben los pasajeros de las más bajas categorías en este viaje impredecible hacia el futuro. Pero, cuidado: allá arriba, en el Parnaso del dinero a toda costa, en la cúpula de las  utilidades sin escrúpulos, pueden extraviarse los controles del puesto de mando algún día. Y si aprietan el famoso botón de la muerte, tampoco ellos podrán hacer el cuento.

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