Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Refugio

Autor:

Osviel Castro Medel

Resulta difícil que alguien haya dejado de zambullirse en su regazo, porque en todo tiempo supo curar —piel con piel— los ataques de nostalgia, la sal de una lágrima y el cansancio de un viaje a lo imposible.

Cuando la duda apretó sus tuercas dentro de la mente, cuando surgió el secreto por un paso con la izquierda, cuando nuestras rodillas temblaron por culpa o emoción…

Cuando brotó la noticia tremenda por un triunfo escolar o un acontecimiento que sacudió a la familia, cuando parecía que íbamos a precipitarnos a la derrota y el dolor… ahí estuvo ella.

Estuvo con su voz, que es como un otoño sanador de todo, con su regaño reparador de yerros, con el ovillo de su hilo para no salirnos de la ruta complicada de la vida.

Qué criatura para hacer glorioso un simple arroz blanco, menos abrupta una beca de lejanías, más emblemática una flor temblorosa en una mano.

Qué criatura para velarnos el sueño, incluso después de que nuestras anatomías crecieron como montañas; para bajarnos una fiebre con un leve rocío; para quebrarnos la garganta cuando tuvimos que despedirnos desde una ventanilla.

Ningún otro ser logró hacernos apretar hasta el fondo el acelerador de la felicidad, ni consiguió que le pusiéramos pies a la ilusión, ni conquistó más admiración aun con el fruncido del ceño.

Aquellos que la vieron partir por el almanaque o el azar, saben que nadie como ella consigue remover tantos recuerdos, que nadie puede mojar tanto los ojos cuando se mira cada día su foto colgada en la pared del corazón, ni calentar en extremo el alma si se ha tenido que viajar a la morada desde la cual ella habla, estremecedoramente, en silencio.

¿Alguien será capaz de contar la virtud que habita más allá de su historia o de sus actos? ¿Alguien se atreverá a ceñirla en un poema o en el gesto de un domingo de mayo?

Una madre no cabe en mil regalos, tampoco en la postal comprada con premura o antelación, ni en los cientos de kilómetros que haya que vencer para encontrarse con su divina frente. No cabe ni en la más colosal de las estrellas. Es el soplo que tiene de eternidad y encanto, de ubicuidad y estación, de detalle o universo, el refugio al que volveremos una y otra vez. Siempre.

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