Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Imposiciones…

Con razón, muchos ciudadanos consideran que la regla de oro del comercio, esa de servir al cliente y complacerlo, se extravía con frecuencia. Quien compra y gasta su dinero tiene que supeditarse a quien vende, por absurda que sea la ordenanza. De visita en la capital, Guillermo Domingo Álvarez (Calle 53 número 4320, entre 43 y 45, reparto 26 de Julio, Nueva Gerona, Isla de la Juventud) visitó la flamante tienda de Trasval de Galiano, para adquirir un pedazo de malla metálica, imprescindible para cernir arena en reparaciones de su vivienda. El producto se vendía a 4,75 CUC el metro, y Guillermo solicitó medio metro. Entonces la dependienta le dijo que no. Debía comprar un metro. Él le reclamó: solo necesitaba medio metro y tenía ese derecho. Ella, de muy mala forma, le respondió que «esa era la orientación que tenía; que fuera a ver al gerente». Pero el gerente estaba reunido. Habló con el jefe de piso; muy amable, pero le reiteró el argumento de la empleada: esa era la orientación. Y el argumento: la computadora no aceptaba cifras menores a un metro... «¿Es posible, con el desarrollo de la informática que hay en Cuba? ¿Dónde están los derechos de los clientes?», pregunta el lector.

Más imposiciones, y con maltrato: La Cocina Gigante de Alamar, en el municipio capitalino de La Habana del Este, tradicionalmente ha vendido alimentos a la población. Y el 21 de marzo pasado, al mediodía, Francisco Gispert de la Osa (Edificio 944, apartamento 30, Zona 7, en ese reparto), fue allí a comprar puré de tomate. Le solicitó a la dependienta litro y medio de puré de tomate, y le entregó un pomo plástico de refresco de 1 500 mililitros. Pero ella no le dio la cantidad requerida: le faltaba más de un cuarto de litro para llenarlo. Cuando Francisco reclamó, la mujer le dijo que si no le gustaba que no fuera más a comprar allí, y siguió atendiendo a la persona que seguía. Y nadie más protestó, a pesar de que al resto también le despachaban así. «Al final —señala—, todos seguimos esperando por que el administrador o responsable tome alguna medida ante estas cosas que nunca acaban, y cada vez son más comunes en la vida diaria. ¿Quién le pone el cascabel al gato?».

¿Y el agua?: Yosniel Martínez reside en el kilómetro 32 de la carretera a Luis Lazo, en la localidad de Sumidero, municipio pinareño de Minas de Matahambre. Relata que en la circunscripción 49 de Sumidero siempre ha existido un pozo para el abastecimiento de agua a los vecinos, con el auxilio de un motor de petróleo, que envejeció con el tiempo. Hace ya unos tres años, en el Gobierno del municipio se les dijo que el problema se resolvería en poco tiempo. Y la medida emergente que se tomó, mientras tanto, fue enviar una pipa desde la cabecera municipal a ese sitio, distante 24 kilómetros. Y lo que era emergente fue quedándose fijo, pero ya con frecuentes irregularidades. Cuando Yosniel me escribió, llevaban ¡un mes y ocho días! sin que apareciera la pipa, la cual, por cierto, gasta más de 70 litros de combustible cada vez que cubre ese trayecto. Yosniel piensa que esta no puede ser la solución. Les han prometido que llegará una bomba eléctrica, pero si es como la pipa, se les secarán las esperanzas a los pobladores...

Desierto de soluciones: Una historia similar cuenta Leydanis Rodríguez, desde la comunidad Cardonal, en el municipio guantanamero de San Antonio del Sur. A raíz de intensas lluvias que azotaron en 2006 a ese territorio semidesértico, el sistema de abastecimiento de agua de la comunidad fue arrastrado por el torrente. Desde entonces, solo ven el agua cuando Acueducto les envía una pipa. Y eso sucede cada 20 días, a veces un mes. Les dicen que el parque de pipas está deteriorado: solo tienen una para todo el municipio. Situación tan crítica es punto fijo en todas las asambleas de rendición de cuentas del delegado. Y la respuesta siempre es: se va a resolver. Pero cuándo, preguntan los pobladores de la comunidad. Cuando me escribió, hacía más de un mes que no llegaba la pipa: estaba rota. «Y ni tan siquiera del cielo nos cae una gota en esta zona semidesértica cubana», señala Leydanis.

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