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La ciega fuerza de la costumbre

A Miguel Pacios (Calle 37 No. 224, Plaza de la Revolución, Ciudad de La Habana) le preocupa —a este redactor también— que en nuestro país algunos hayan satanizado  la sana crítica, al punto de que unos la reciban como una agresión personal, y otros consideren que «sirve para pertrechar de municiones al enemigo».

Si la crítica no fuera vista con tal ojeriza, y se erigiera en el estilo cotidiano, con la elegancia y la ética debidas pero con la fuerza de la honestidad, no nos engañaríamos, y mejoraríamos mucho más nuestra sociedad. Pero hay muchos «guardianes de la imagen», que entorpecen el avance, agregaría a las palabras del lector.

Pero Miguel no fustiga en su carta; todo lo contrario: desea hacer justicia con el Centro de Atención al Diabético, del Instituto Nacional de Endocrinología, sito en 17 esquina a D, en el Vedado capitalino. Y lo ensalza «no solo por el nivel científico y rigor profesional de su personal médico, especialistas y paramédicos, algo común en nuestro país; sino por su organización, higiene y limpieza, lo que ya no es tan común en otras instituciones de salud». Pero lo más encomiable, en su opinión, «es el grado de amabilidad de las personas que allí laboran».

Miguel observa con preocupación que no todos los pacientes que disfrutan de esos servicios, cuidan por igual el entorno de los mismos. «Muchos no se sienten ni responsabilizados ni comprometidos a contribuir con mantenerlos limpios».

Y concluye con una reflexión hermosa y profunda: «Así como todos los días, al levantarnos, no agradecemos al Sol su presencia, sin la cual no hubiese vida en el planeta, así la fuerza de la costumbre nos hace indiferentes con la medicina al alcance de todos».

Entregadas, como fuere...

Santa Elena Yumar (Calle 5ta., Bloque 1, apto. 3, entre 306 y 308, Santa Fe, Playa, Ciudad de La Habana) manifiesta su inconformidad, y la secundan los vecinos de otras 23 familias damnificadas del huracán Charlie, que habitan viviendas entregadas en noviembre de 2009 sin estar concluidas.

Podrán aparecer las casas en un informe y engrosar estadísticas engañosas; pero la carta y las elocuentes fotografías que la acompañan, dan cuenta del mal trabajo realizado, a tropezones de chapucería e indolencia.

Lamentablemente, los vecinos no especifican qué fuerza constructiva erigió las viviendas, pero lo cierto es que esas familias están habitando las mismas desde inicios de noviembre de 2009, y aún no tienen instalado el servicio eléctrico, apenas tendederas y peligrosos cables viejos y pelados.

Hay bloques que aún no tienen fosas, y los baños descargan a un hueco en la tierra. Algunas casas no tienen agua, y deben extraerla de la cisterna sin tapa. Y otras tienen ventanas rotas y mal puestas, puertas en pésimo estado técnico y sin seguridad. Hay filtraciones en varias, que causan ya peligros.

No se les ha entregado aún a los moradores ningún documento legal de las respectivas viviendas, y por ello no pueden hacer cambios de dirección, ni el contrato del gas, ni poseer allí sus libretas de productos alimenticios. Las escaleras están sin losas.

«Estamos aquí sin condiciones pasando trabajo. Somos damnificados y nos han engañado. El personal calificado que atendía esta obra se ha marchado sin darnos explicación», concluyen los demandantes.

Uno se pregunta cómo a estas alturas aún pueden levantarse engaños e improvisaciones, cuando la máxima dirección del país está exigiendo integralidad, rigor y respeto en nuestros procesos inversionistas. ¿Quién responderá, sin justificaciones y con profundidad, por el desaliño y los tropiezos de esas viviendas?

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