Cuba ha vivido la crisis energética de mayor calado que se recuerde. El viernes 18 de octubre todo el país se quedó a oscuras y los cortes se mantenían, aunque más de 60 por ciento de los cubanos venían soportando desde hace varias semanas apagones de más de 14 horas e interrupciones en servicios esenciales, desde el suministro de agua potable hasta la comunicación y la salud pública.
Para que no me tilden de «politiquero barato», yo también he recordado por estos días a todos los dioses y hasta a la progenitora de mis días cada vez que llegan los «benditos apagones» y veo como, poco a poco, los no muchos alimentos que guardo en el refrigerador pierden sus colores y también, lo más jodido, varían sus olores.
El de Washington es un poder tan prepotente, que parece dejarlo ciego y sordo.
Ha sido una crónica del semanario puertorriqueño Claridad la que me ha ayudado a hallar el término justo: «Si los resultados de las próximas elecciones, por fin, favorecen un cambio de verdad será, ciertamente, un primer paso de reconstrucción».
La situación actual en Medio Oriente, marcada por la escalada de bombardeos y conflictos provocados por Israel con la complicidad de EE. UU., ahora extendidos más allá de Palestina, plantea un sombrío panorama tanto para la región como para el planeta en su conjunto. Los enfrentamientos, que parecen perpetuarse sin un fin a la vista, no solo afectan a los países involucrados (agresores y agredidos), sino que tienen repercusiones globales que afectan a todos los habitantes del orbe.
Tuve la dicha inmensa de asistir, como parte del ávido público que siempre añora rememorar o aprender, al panel Alejo Carpentier y la escena, realizado en el Teatro Nacional de Cuba como parte de la Jornada de la Cultura Cubana. ¡Qué privilegio!
El deseo de frenar al progresismo cuaja a veces en «frentes comunes» coyunturales totalmente inéditos en Latinoamérica. Cierto que la ductilidad hace que, a veces, algunas de esas fuerzas dejen jirones de su identidad con tal de conseguir coaliciones que detengan a la izquierda. Pero debe reconocerse que tienen capacidad para metamorfosearse y —pérdida de valores aparte, porque acceder a ello es una derrota total—, quizá valga la pena reparar en ese, su nuevo arte.
El fango todavía es una huella visible en el norte del extremo oriental de Cuba. Ha dejado la marca indeleble e inequívoca de hasta donde copó la furia del desastre, las aguas endemoniadas y el dolor en los rostros humildes, dentro de esas casas que se sostienen entre montañas.
Ha muerto el Doctor Juan Virgilio López Palacio, y pareciera como si una parte de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas (UCLV) se fugara con él a la eternidad. ¿Cómo contar ahora la historia de esta institución sin el aliento, la palabra exacta y el inmenso caudal pedagógico de uno de sus más ilustres maestros?
En medio de tantos infortunios y carencias que sufre Cuba en los momentos más duros de la Revolución, un huracán efímero y engañoso inundó y desmanteló con sus fieras aguas el extremo oriental de la Isla, confabulado con el gran apagón del sistema eléctrico nacional en crisis.