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El misterio de las bolsas

Jueves 22 de abril de 2010. Nada hubiera alterado la rutinaria compra, si Marisel Hidalgo no se fija en que la leche vitaminada esta vez venía en unas bolsas de nylon transparente, sin ninguna inscripción.

En aquel punto de venta de Delicias y la Avenida Camilo Cienfuegos, en el municipio capitalino de Diez de Octubre, la abuela adquiría habitualmente sin contratiempos el producto para su nieto, que no alcanza los dos años. Pero aquellas bolsas...

Cuando indagó el porqué con la administradora de la entidad, esta le dijo que habían surtido con dos tipos de envases: unos con litografía —que ya se habían acabado— y otros sin marca alguna. Y que estas últimas, incluso, tenían mejor calidad (¿?). Que si quería quejarse, en el mural tenía los números a los que podía llamar.

Viernes 23 al domingo 25. En el Departamento de Ventas de la fábrica de leche en polvo Fernando Chenard Piña, un empleado llamado Juan Manuel escucha vía telefónica la queja de Marisel. «Me pregunta el municipio y al decirle que es en Diez de Octubre, responde: “efectivamente, eso ya está informado”».

La preocupada abuela se dirige a la Empresa de Comercio y Gastronomía (ECG) municipal, ubicada a una cuadra del punto de leche. La atiende muy amablemente Miriam y le promete que ellos pasarán por la unidad donde se vendió el producto.

Segunda llamada a la fábrica. Anotan los datos de la demandante y le aseguran que le enviarán la leche. No aclaran más.

Contacto telefónico con la ECG. Isabel, pues Miriam no se encuentra, comunica que tenían una carta de la distribuidora según la cual la leche envasada en esas bolsas se distribuyó en Diez de Octubre. Que le iban a sacar fotocopias al documento para que en puntos de leche y bodegas los consumidores lo conocieran. Nada se especifica.

«No conforme con esta respuesta, llamo al Departamento de Atención a la Población del Ministerio de Comercio Interior (MINCIN). Me atiende, muy atenta y preocupada, la compañera Barbarita. Dice que de ninguna manera le dé al niño esa leche. Incluso me pregunta si tenía para darle… Y que la próxima vez no compre el producto si viene con esas características. Pide mis datos».

Llamada al trabajo de Marisel. Es Susy, funcionaria de la Unión Láctea. Muy gentil y preocupada le informa que habían llamado a la fábrica y les habían asegurado que «no había salido ningún lote de bolsas de leche sin litografía. Además, que ellos tenían las máquinas en buen estado técnico. Que no le diera esa leche al niño».

Lunes 26. La abuela capitalina vuelve a comunicarse con el MINCIN. Le aseveran que la compañera de Comercio y Gastronomía del municipio pasaría por su casa a darle una respuesta.

Llaman a la reclamante en horas de la tarde. Es precisamente de la ECG. Le dicen a Marisel que irían a llevarle la referida carta de la distribuidora. Ella, que agradecía la gestión pero no resolvía nada con ese documento; que continuaba con las bolsas del misterio sin abrir y ya las necesitaba, pues se estaba acabando la reservita que tenía.

«La compañera me informa que de todas maneras trataría de ir a mi casa al día siguiente, pues en ese momento llovía con fuerza».

Jueves 29. Marisel se decide a escribir a Acuse. Sigue con los productos de dudosa factura en su casa sin explicarse a ciencia cierta nada. Ninguna de las instituciones vinculadas al caso le ha dado una respuesta completa y convincente.

¿Cómo salió a la calle y se vendió —para niños pequeños— este tipo de bolsa? ¿Quién debía controlar su entrada y posterior expendio en el punto de venta? ¿Cuántos clientes pueden haber atravesado el mismo trance? ¿Por qué no se alerta oportunamente a quienes pueden estarlo sufriendo?

En San José No. 422, entre Pocito y Luz, en Lawton, Diez de Octubre, Marisel Hidalgo Salomón aguarda explicaciones.

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