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De vuelta por la Plaza

La Plaza Cívica o de la República comenzó a llamarse de manera oficial Plaza de la Revolución José Martí a partir del 16 de julio de 1961. Para entonces, dicho espacio era unas cuatro veces menor de lo que se planteó en sus orígenes y había recorrido un camino lleno de contrariedades e inconvenientes. Veamos su historia.

Centro de la ciudad futura

En 1905 el ingeniero cubano Raúl Otero, en su tesis de grado de Arquitectura, señaló como centro de La Habana futura una eminencia, localizada no lejos del Castillo del Príncipe y cerca de la Calzada de Ayestarán, donde se encontraba situado un interesante edificio, entonces no terminado, de estilo algo morisco y aspecto más militar que religioso, pero dedicado al culto católico bajo el nombre de Ermita de Nuestra Señora de Montserrat. Lo había construido la colonia catalana en Cuba y se le conocía popularmente como la Ermita de los Catalanes. El ingeniero Otero propuso crear allí una gran plaza de la que partirían cuatro avenidas orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, a fin de unir el centro de la ciudad con sus barrios colindantes.

En 1926, el dictador Gerardo Machado, empeñado en modernizar la capital, trajo a La Habana al gran urbanista francés J. C. N. Forestier. Hizo Forestier los estudios pertinentes y en colaboración con ingenieros y arquitectos cubanos —Raúl Otero entre ellos— entregó un proyecto en que figuraba como centro geométrico del municipio habanero  la Ermita de los Catalanes. Según la idea de Forestier, aquella zona debía convertirse en un centro cívico, con avenidas radiales y de circunvalación que la comunicaran con todos los barrios capitalinos. Ese plan comprendía la construcción de la Plaza Cívica, epicentro de circulación de la ciudad y lugar de ubicación de edificios públicos. Contaría con una zona de acceso y dos plazas; una alta y otra baja. En el centro de la primera de esas plazas se erigiría un gran monumento a Martí. Raúl Otero diría después que la idea de ese monumento fue suya y no del francés.

Monumento a Martí

Desde 1935 comenzó hablarse de la necesidad de erigir un monumento a Martí. En esa fecha, un decreto del presidente Carlos Mendieta disponía la constitución de la comisión correspondiente y destinaba medio millón de pesos para la obra. En 1937, el presidente Federico Laredo Bru reafirmó mediante un decreto la conveniencia de erigir un monumento a Martí. Batista, que era el jefe del Ejército y el verdadero amo de la nación, estuvo de acuerdo con esa idea. El proyecto del monumento se fusionó con el proyecto de la creación de la Plaza Cívica y se emplazaría en el lugar que ocupaba la Ermita de los Catalanes.

Entre 1938 y 1942 se libraron varias convocatorias a concurso para la elección del proyecto del monumento. Entre 1941 y 1942 (presidencia  constitucional de Batista) en aras de la utilidad pública del proyecto, se promulgaron decretos que disponían la expropiación de terrenos a particulares para la construcción de la Plaza.

No se avanzó mucho entonces. Tampoco se avanzó, en lo que tocaba a la Plaza Cívica, en el Gobierno de Grau (1944-1948). Los estudios y proyectos se reanudaron durante el Gobierno de Carlos Prío (1948-1952). Pero el resultado  no fue feliz. Al demoler la Ermita de los Catalanes, y acometerse las labores de nivelación, la altura de la colina se redujo notablemente. Sucedió algo peor.

En 1926, Forestier y sus colaboradores asignaron a la Plaza un área de 2 305 000 metros cuadrados. En 1941, el proyecto de Varela, Otero y Labatut le asignó un área de 2 023 000 metros cuadrados. En 1942, el decreto de Batista la redujo a 1 049 841 metros cuadrados. En 1951, el decreto de Prío la reducía a 580 000 metros cuadrados. Se adujeron razones de economía, lo que no parece cierto. En verdad, y así se denunció, figuras del Gobierno y del Poder Judicial acometieron una especulación escandalosa con los terrenos que se expropiaban para la Plaza.

Otras irregularidades 

En el concurso definitivo para seleccionar el monumento a Martí, fue premiado el proyecto del arquitecto Aquiles Maza y el escultor Juan José Sicre. Ese proyecto contemplaba que en torno al monumento a Martí se erigiesen varios edificios, más o menos similares en su aspecto exterior y que albergarían a las instituciones oficiales. Esos edificios escoltarían al monumento; serían una guardia de honor permanente. No respetó ese proyecto el Gobierno de Prío y en terrenos muy próximos al lugar, donde se ubicaría el monumento a Martí, dispuso la construcción de edificios que por su estilo, forma y dimensiones contrastarían con el monumento y romperían la perspectiva de la Plaza.

Prío aseguró que tendría lista la Plaza (sin el monumento a Martí) el 20 de mayo de 1952, en ocasión del cincuentenario de la República.  Pero el 10 de marzo de ese año, Prío no era ya el presidente. Así se prosiguió lo que ya Prío había iniciado. El Palacio de las Comunicaciones (actual Ministerio), obra de Gómez Sampera,  se inauguró en 1957. También en ese año se inauguró el Palacio de Justicia (hoy, Palacio de la Revolución) construido por José Pérez Benitoa, socio de Batista. Asimismo en 1957 se inauguró la Renta de la Lotería Nacional (después, Junta Central de Planificación y hoy, Ministerio de Economía y Planificación). Se inauguró, en 1954, el edificio del Tribunal de Cuentas (Ministerio de Industrias, Ministerio del Interior), obra de Aquiles Capablanca. Se construyeron el Teatro Nacional, con proyecto de Nicolás Arroyo y el Palacio Municipal (Ministerio de las Fuerzas Armadas) que se concluyó en 1959.

Dice el historiador Emilio Roig al respecto: «Todo sin orden ni concierto; cada edificio no guarda sombra de armonía con los demás ni por su aspecto y mucho menos por su orientación. Perdida quedaba toda esperanza de que la Plaza Cívica fuese la Acrópolis de América que muchos habían soñado para la cuna de Martí».

El problema del monumento

En el concurso definitivo para seleccionar el proyecto del monumento a Martí (cuarto y último concurso, 1943) resultó premiado, como ya se dijo,  el del arquitecto Aquiles Maza y el escultor Juan José Sicre. En segundo lugar, resultó seleccionado el de los arquitectos Evelio Govantes y Félix Cabarrocas. Ocupó el tercer lugar el de los arquitectos e ingenieros Enrique Luis Varela, Juan Labatut, Raúl Otero, Manuel Tapia Ruano y el escultor Alexander Sambugnac.

Como el monumento que se acometería era el de Maza-Sicre, se sugirió que el proyecto de Govantes-Cabarrocas se erigiese como Biblioteca Nacional, y el de Varela  se adaptase para un monumento a Carlos Manuel de Céspedes.

Pero Batista decidió que se erigiera el de Varela. Esto motivó la protesta del Colegio de Arquitectos en el sentido de que el monumento que debía erigirse era el de Maza-Sicre. Pero Sicre aceptó esculpir la estatua sedente del Apóstol que se adicionó al proyecto de Varela y que originalmente no tenía y que es la que está hoy en la Plaza.

Por su parte, la Junta de Patronos de la Biblioteca Nacional decidió llevar a la realidad, con fondos propios, el proyecto Govantes-Cabarrocas a fin de instalar la Biblioteca, que se inauguró el 21 de febrero de 1958.

Así, el único monumento que no se construyó fue el del proyecto que resultó premiado en el concurso.

Detalles constructivos

Datos que ofrece el historiador Emilio Roig: El monumento tiene un diámetro de 78,50 metros (m) y la pirámide es de 27,29 m en su base, con una altura de 112,07 m desde la calle hasta la torre de remate. La altura total, hasta los faros y banderas, es de 141,95 m sobre el nivel del mar. Cuenta con un elevador que recorre 90 m. Y una escalera de 579 escalones. La pirámide forma una planta de cinco puntas. La armazón es de hormigón y acero, toda revestida de mármol blanco de Isla de Pinos. Se emplearon en su construcción 20 000 metros cúbicos de hormigón, 40 000 quintales de acero y 10 000 toneladas de mármol.

El mirador ofrece un punto  que posibilita un radio de visión de 60 km. Cuenta con dos tribunas, con capacidad para 1 200 y 300 personas sentadas. Los terrenos de la Plaza costaron tres millones de pesos y el monumento, 3,5 millones. Es la mayor altura conseguida por la mano del hombre en la Isla.

La estatua de Martí tiene 18 metros de alto. La talla comenzó el 15 de octubre de 1956 y terminó el 15 de agosto de 1958. El mármol que se empleó en ella se extrajo de las proximidades de El Abra, en Isla de Pinos, donde Martí inició su destierro. La cabeza fue tallada en un bloque de tres metros de alto por dos de ancho y un peso aproximado de 18 toneladas.

El Memorial José Martí se inauguró el 28 de enero de 1996. Cuenta con cinco salones que se corresponden con las puntas de la enorme estrella monumentaria sobre la que se levanta el obelisco.

En esos salones se exhiben reliquias originales, documentos y grabados relacionados con el Apóstol. Se muestra además una historia de la Plaza. El Memorial auspicia asimismo exposiciones transitorias, conciertos y actos diversos.

De mucho valor resultan los títulos de Martí como licenciado en Derecho y licenciado en Filosofía y Letras, expedidos por la Universidad de Zaragoza, donde cursó dichas carreras. Martí nunca tuvo la oportunidad de tenerlos en sus manos pues para solicitarlos se exigía jurar fidelidad al monarca español. Nunca los reclamó. Dichos documentos fueron donados a Cuba por la mencionada Universidad en ocasión del centenario de la caída en combate de Martí.

La Plaza ha sido el escenario de las más grandes concentraciones populares a partir de 1959. Como la de aquel millón de campesinos que llegados, el 26 de julio,  de todas partes del país con sus sombreros de yarey y sus machetes, respaldaron la Ley de Reforma Agraria.

El desfile y concentración del 1ro. de mayo de 1961, inmediato al triunfo de Playa Girón,  inspiró al Indio Naborí un poema que el escribidor se atreve todavía a citar de memoria: «Qué mar, qué tremendo mar/ de fuerzas trabajadoras/ durante catorce horas/ seguidas yo vi pasar…». Y, cómo olvidar, la velada por la muerte el Che, en octubre de 1967.

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