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El enigma de Las Tapas

Dos campesinos de Las Tunas conocen los secretos para «destapar» el enigma de la fertilidad de la tierra en beneficio colectivo

 

Autor:

Juan Morales Agüero

JESÚS MENÉNDEZ, Las Tunas.— Más que ensalzar sus bondades nutritivas, lo mejor del garbanzo es comérselo en un suculento y bien aderezado cocido. Pero cuando se tiene por interlocutores a Reynold Fernández y a Gildardo Zaldívar —dos importantes productores del grano en el país— es difícil escurrirle el bulto a un tema que los apasiona.

Ellos, además de cuñados, son socios de la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Oscar Lucero Moya, en un asentamiento conocido por Las Tapas, en este norteño municipio tunero. Aquí tienen plantado garbanzo en poco más de dos caballerías de excelente tierra. Este año esperan lograr un rendimiento de tonelada y media por hectárea.

«Somos una CCS fortalecida que surgió de campesinos individuales —precisa Gildardo—. Tenía mucha tierra ociosa antes de entregarla en usufructo. Una parte estaba copada por la hierba y el marabú. Incluso nosotros, gente de campo, estábamos pesimistas. Decíamos: “qué va, nunca va a producir”». Por suerte, sus usufructuarios no pensaban así. Se pusieron a trabajarla y ahora lleva una producción tremenda.

Según cuentan a JR, debutaron con el ajo y la cebolla cuando estos productos comenzaron a escasear en Las Tunas. El Partido les ofreció áreas para fomentarlos. Respondieron y, en la cebolla, llegaron a cosechar más de mil quintales por hectárea. Pero una incontrolable plaga los obligó a cambiar de cultivos. Y ahí apareció el garbanzo.

«En Cuba fuimos los primeros en sembrarlo en grandes cantidades —asegura Reynold—. De eso hace unos 12 años. Recuerdo que plantamos cuatro hectáreas con un quintal de semillas. ¿Y sabe cuánto recogimos? ¡Más de 240 quintales! No volvimos a tener un rendimiento así. Y eso que cosechamos con una máquina que no era la ideal. Cuando repasamos a mano el campo, acopiamos varios quintales más».

Por la calidad del grano que producen, las cosechas de Reynold y Gildardo están pactadas con la Empresa de Semillas. Si hay remanente, lo venden a Acopio y a Frutas Selectas para su comercialización. Ellos tienen referencias de que hasta en mercados agropecuarios de la capital cubana se ha ofertado garbanzo cultivado por sus manos.

El secreto está en el trabajo

Hay un pensamiento de José Martí que se repite últimamente por los círculos campesinos y cooperativistas cubanos. Dice el Apóstol con la agudeza acostumbrada: «Cualquier tierra sirve si el hombre sirve». Me bastó con echarles una mirada a los impecables sembrados de Reynold y Gildardo para confirmar con creces el acierto de la frase.

No es necesario ser experto en organización si se trata de apreciar cuándo el trabajo es conducta o cuándo sofisma. En la garbancera de Las Tapas su presencia es ubicua. Se percibe en la limpieza de los surcos, en la lozanía de las plantas y en el sudor de los hombres que llegan a las áreas a pie, a caballo o por cualquier otro medio.

La CCS contrata regularmente mano de obra entre los vecinos para atender los plantíos. Cada uno puede ganarse hasta 50 pesos diarios. Eso sí, se les exige calidad. Reynold y Gildardo fiscalizan in situ y al detalle cada golpe de azadón. Quien ande con chapucerías, recibe la correspondiente alerta. Y si persiste, le cancelan el contrato.

Entre los que doblan el espinazo desde temprano en las plantaciones de Las Tapas figura Nikolai Espinosa. Tiene 23 años de edad y es técnico de nivel medio en Contabilidad. Viene a trabajar la tierra seis veces a la semana. Con lo que devenga por su labor, mantiene a su esposa y a su pequeño hijo. Y el dinero le rinde para otras necesidades.

«Aquí trabajo bajo el sol y me canso más que sentado en una oficina, pero soy bien retribuido —asegura este militante de la UJC, mientras se enjuga el sudor de la frente—. Y no solo gano buen dinero. También me beneficio con alimentos, porque, en tiempos de cosecha, nos permiten adquirir productos: garbanzos, tomates, maíz, pepinos… ¿En casa? Tengo hasta equipo de video. Es el fruto de mi esfuerzo».

La clave está en el detalle

El garbanzo es una planta exigente a la hora de pedirle su «menú» a la tierra. Sus «platos» favoritos son los fertilizantes. Como los de origen químico no siempre figuran en la «carta», Gildardo y Reynold aprovechan el gusto de la susodicha por la materia orgánica. Así, le incorporan al suelo restos de cosechas, hierbas, estiércol de res…

«Pero lo principal para conseguir rendimientos productivos elevados, además de una buena preparación del terreno antes de sembrar, es que la semilla tenga la máxima calidad —interviene Reynold—. Somos obsesivos en eso, porque el 50 por ciento del éxito de una cosecha depende de ese requisito. Aquí la mala semilla no va al surco».

Otro elemento importante es el agua. La CCS tiene un sistema de regadío Fregat. Pero, por aprietos con el combustible diésel, no lo están utilizando. Y es una pena, porque, a juzgar por estos hombres, si al garbanzo de sus tierras se le pudiera ahora dar una remojada, aumentaba el rendimiento por lo menos en un 20 por ciento.

«Estamos gestionando con la Delegación Provincial de la Agricultura la colocación de varios postes para traer la electricidad hasta las cercanías del campo —explica Reynold—. Si se logra, la Fregat podría trabajar con un motor eléctrico, que es menos gastador. Así, después de cosechar el garbanzo, sembraríamos maíz, pepino, melón… Y el pueblo se beneficiaría, porque se trata de productos muy aceptados.

Reynold y Gildardo sienten placer en aportar sus producciones al consumo público. Le entregaron al Estado en el último año más de 7 000 quintales de plátanos. Todos los fines de semana envían a la Feria de Las Tunas —un mercado alternativo impulsado por el Partido y el Gobierno— entre 100 y 150 quintales, que, por su calidad, gozan de extraordinaria aceptación por parte del pueblo.

«El plátano macho exige mucha atención cultural —acota Reynold—. Hay que ser sistemático en el deshije y en el deshoje de la mata. El potasio del abono es básico para el grosor del fruto y el peso del racimo. Aquí promedian 25 libras y se cosechan 700 quintales por hectárea. Este año pensamos producir unos 10 000 quintales».

Los golpes de la naturaleza

Pero la fortuna no siempre ha sido cómplice de este par de tenaces campesinos. «La agricultura es una ruleta rusa», ironiza Reynold. Y rememora la vez en que las lluvias arruinaron más de dos caballerías de garbanzo. Le calculaban unos 1 500 quintales y tenían la máquina lista para desgranarlos. No recogieron ni para un humilde potaje. Ahora el riesgo de una fatalidad así disminuyó, pues, como los golpes enseñan, aprendieron a conocer en qué época se siembra mejor.

«El ciclón Ike casi entró por aquí —acota Gildardo—. En ese momento no teníamos sembrado garbanzo, pero sí plátano macho. Faltaba un mes para cosechar 6 000 quintales. Los racimos ya estaban afuera. Había alrededor de un millón de pesos contratados con el Estado. Pero ni una mata quedó en pie. Aquello nos abatió. Pero nos levantamos».

El huracán asoló también la comunidad de Las Tapas. Antes, Reynold, Gildardo y otros vecinos con casas sólidas evacuaron con un tractor y un camión a posibles afectados. Cargaron, además, con sus colchones y electrodomésticos. Cuando confirmaron que habían «volado» sus frágiles moradas, compartieron con ellos lecho, plato y techo. Hoy los damnificados no solo están vivos, sino que tienen mejores casas.

El granero de las tunas

A esta zona la llaman así por su proverbial productividad de granos como el garbanzo y el frijol. Goza de un microclima que la favorece. Pero la tierra no produce sola. Los campesinos tienen cultura del trabajo. Y la recompensa de esa cultura la pone el surco que, agradecido, multiplica cada semilla que depositan en sus entrañas.

«En Jesús Menéndez desarrollamos una intensa labor en el cultivo de granos diversos para colaborar con el país en la sustitución de importaciones —dice el ingeniero Amaury Velázquez, director de la Empresa de Cultivos Varios—. Hoy tenemos sembradas 536,8 hectáreas de garbanzo. Pensamos recoger 740 toneladas este año. De ese total, 185 estarán destinadas al consumo nacional para no tenerlas que adquirir en el mercado internacional, donde cada vez el producto se encarece más.

Según el directivo, en el territorio se ha incrementado la producción no solo de granos, sino también de viandas y vegetales, impactada por la entrega de tierras en usufructo a 736 campesinos, entre ellos, muchos jóvenes. Todos tienen el compromiso de dedicar sus áreas a siembras dirigidas y a contratarles sus cosechas al Estado.

La nueva cosecha

«Turquía nos ayuda con un proyecto para incrementar áreas de siembra de garbanzo para el consumo nacional —dice Reynold, quien viajó recientemente a ese país para capacitarse en el tema—. Ya se aprobó el cultivo de nuevas variedades del grano, aunque el nuestro se ablanda bien y tiene buen sabor. En el futuro algunas pueden resultar competitivas. Y quién quita que hasta podamos exportarlas».

El tema del empirismo y la academia en la práctica agrícola contemporánea sale a relucir. Estos campesinos no son gente improvisada, sino técnicos con estudios en centros especializados.

«No trabajamos la tierra a capricho —apunta Gildardo—. Nuestros rendimientos están avalados por la ciencia, la técnica y hasta por Internet, pues un muchacho de aquí labora en un club de computación y nos busca información actualizada. Además, nos asesoramos con centros de investigaciones y con productores de experiencia. Ya no hay campesinos ignorantes. La Revolución nos preparó con el estudio».

Campesinos de alto provecho como Reynold y Gildardo vigorizan la certeza de la frase martiana: «Cualquier tierra sirve si el hombre sirve». Ellos conocen como nadie los secretos de su entorno. Hijos legítimos de Las Tapas, han destapado con su ejemplo el enigma de la fertilidad para poner a parir al surco en beneficio colectivo.

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