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Revolución energética global

Un proceso semejante, que posibilite acceso universal a servicios energéticos modernos, basado en la energía solar y otras alternativas, la eficiencia, la descentralización y la educación energética, salvará a la humanidad de su autoextinción

Autor:

Juventud Rebelde

El planeta Tierra, nuestro hogar espacial, es el tercero en distancia respecto al Sol y el único donde se han dado las condiciones propicias para la evolución de la vida tal y como la conocemos. Una de estas condiciones es la existencia de la delgada capa de gases que llamamos atmósfera. Esta fue adquirida a partir de procesos que se extendieron a lo largo de millones de años, y mantenida gracias al campo gravitatorio terrestre que impide que los gases que la componen escapen al espacio interplanetario, como ocurrió con la atmósfera que una vez tuvo la Luna.

Gracias a los gases que la componen, la atmósfera nos brinda importantes servicios ambientales y nos sirve incluso de escudo natural. La capa de ozono, por ejemplo, nos protege de la radiación ultravioleta del Sol. La atmósfera también nos resguarda de los impactos permanentes de cuerpos sólidos procedentes del espacio exterior, que al atravesarla se incendian debido a la fricción y en ocasiones se consumen totalmente.

Otras veces son de gran tamaño y llegan a impactar la superficie terrestre, como el asteroide que chocó con la Tierra hace 65 millones de años en un punto cercano a la Península de Yucatán, México, conocido como Chicxulub. El impacto de aquel objeto, cuyo diámetro se ha estimado en unos diez kilómetros, provocó entre otros efectos el levantamiento de gran cantidad de partículas hacia la atmósfera. Esto trajo como consecuencia una fuerte reducción en la captación de la radiación solar. La temperatura bajó y muchas plantas no pudieron crecer, por lo que la cadena alimentaria se vio temporalmente interrumpida. Los dinosaurios y otras especies de animales y plantas no pudieron resistir este repentino cambio climático y se extinguieron masivamente.

Gracias a la existencia en la atmósfera terrestre de gases como el dióxido de carbono, el metano y otros conocidos como gases de efecto invernadero (GEI), la temperatura media del aire es adecuada para la estabilidad del clima y el sostenimiento de la vida. De no existir esos gases la temperatura media del aire estaría unos 18 grados Celsius por debajo del punto de congelación del agua.

Según investigaciones que se han llevado a cabo sobre el contenido de dióxido de carbono en los hielos de la Antártida y por otras vías, la concentración de este gas en la atmósfera antes de la Revolución Industrial era de unas 280 partes por millón por volumen (280 ppmv). Esto significa que en un volumen de un mililitro de la atmósfera existen 280 millonésimas de gramo de CO2. Por ejemplo, si una pastilla de vitamina C de 500 mg se diluye en un litro de agua, se obtendría una concentración de 500 ppmv de vitamina C. Como se puede comprender esta es una concentración muy pequeña. Sin embargo, esas «trazas» de dióxido de carbono y otros GEI son las responsables de que podamos disfrutar de temperaturas razonablemente altas para el desarrollo de la vida en el planeta.

La composición de la mezcla de gases que conforman la atmósfera terrestre ha estado cambiando desde su surgimiento. El estudio de los climas antiguos, rama de la ciencia conocida como paleoclimatología, demuestra que en el pasado han ocurrido cambios del clima terrestre que han provocado extinciones masivas. Las causas de estos cambios han sido siempre naturales.

Las erupciones volcánicas, por ejemplo, provocan la expulsión de grandes cantidades de gases y partículas, que eventualmente pueden ocasionar cambios significativos en la composición atmosférica, como los ocurridos con la erupción del volcán Monte Pinatubo en 1991, en Filipinas. En aquella ocasión, se registró una disminución de la temperatura media global en aproximadamente un grado Celsius.

Grandes cantidades de hojas y ramas que se desprenden de los árboles y se degradan durante los meses de otoño en los países de climas templados, provocan la emisión de gases que modifican la composición química de la atmósfera. Esta retorna a su estado anterior cuando los árboles expanden su follaje en el próximo ciclo y absorben nuevamente esos gases.

Peligroso experimento

Durante siglos la especie humana vivió en relativa armonía con el medio natural. Pero por primera vez en la historia de la humanidad, el Homo sapiens ha desarrollado la nefasta capacidad de modificar la composición química de la atmósfera terrestre con su actividad diaria. Desde la Revolución Industrial hasta hoy se ha venido desarrollando un colosal y peligroso «experimento químico» de proporciones planetarias, cuyos impactos ya se evidencian y seguirán manifestándose durante décadas en todos los confines del globo terráqueo.

El experimento ha consistido en la emisión deliberada a la atmósfera de grandes cantidades de GEI al quemar sustancias como el petróleo, el carbón mineral y el gas natural, conocidos en su conjunto como hidrocarburos o también combustibles fósiles. Estas sustancias son el resultado de la captación y retención de la energía solar durante cientos de millones de años por parte de la materia orgánica (animales y plantas), proceso en el cual se fijó el carbono de la atmósfera.

Cuando estas sustancias son quemadas ahora en las calderas de las industrias, en los motores de los autos, camiones y naves aéreas o en las unidades de generación termoeléctrica, el carbono retorna a la atmósfera, pero en una escala de tiempo mucho menor que en la que fue captado y fijado, por lo que la concentración sube aceleradamente. Esto, unido a fenómenos como la explosión demográfica, la deforestación y la expansión de un modelo consumista y estilos de vida no respetuosos del entorno, nos ha colocado al borde de una catástrofe climática global de graves consecuencias.

Los sectores del transporte automotor y de la energía, tanto la generación de electricidad como los usos industriales, tienen una alta cuota de participación en este dañino experimento. Gran parte de la electricidad que se genera en el mundo y la casi totalidad del transporte automotor, dependen del empleo de los hidrocarburos. Estos son recursos naturales que además de ser contaminantes no se renuevan.

Hace unos cien años la población mundial rondaba los 2 000 millones de habitantes. Hoy somos unos 6 500 millones de personas. A finales del siglo XIX en el mundo se consumían 6 millones de toneladas de petróleo al año. Hoy el consumo diario de petróleo supera los 12 millones de toneladas. En apenas un siglo la población mundial creció 6,5 veces mientras que el consumo de energía se expandió más de 730 veces. Según el Fondo Mundial de la Vida Salvaje (WWF en inglés), la Huella ecológica de toda la humanidad es 28,6 por ciento mayor de lo que puede soportar el planeta.

Un camino diferente

En el 2008 la concentración de CO2 era alrededor de 385 ppmv, un significativo aumento desde la Revolución Industrial. Parafraseando al experto estadounidense Christopher Flavin, del World Watch Institute, los seres humanos no podemos seguir «jugando a ser Dios con el clima». Si la humanidad no toma un camino diferente al que lleva actualmente, provocaremos un cambio irreversible en el clima y sus efectos se sentirán en todo el globo, haciendo desaparecer una gran cantidad de especies de animales y plantas. Si no actuamos ahora, vivir en el planeta Tierra será un verdadero desafío para las futuras generaciones. Y no se trata de una visión apocalíptica y catastrofista. Lo que lleva a pensar así es la abrumadora evidencia científica acumulada por investigadores de todo el mundo reunidos en el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC en inglés).

En el sector de la energía deberán realizarse las principales acciones para salvar al mundo del caos climático. Hace falta un cambio radical en la manera en que se utilizan los recursos energéticos. A escala de todo el mundo necesitamos ser más eficientes, usar más las fuentes renovables, descentralizar más la producción de energía eléctrica, plantar más árboles para que capten y almacenen el carbono, llevar la electricidad a millones de personas que hoy no la conocen para que mejoren su nivel de vida, y educar más y mejor a la gente en el uso eficiente de la energía.

Como ha expresado el científico australiano Tim Flannery en su libro The Weather Makers, «la transición a una economía libre de carbono es perfectamente alcanzable porque tenemos todas las tecnologías que necesitamos para lograrlo. Es solo la carencia de comprensión y el pesimismo y la confusión generadas por ciertos grupos de interés lo que nos impide seguir adelante». Algunos dudan de la veracidad del impacto humano en el clima pero lo cierto es que desde la Revolución Industrial hasta la fecha la temperatura media global ha subido en 0,6 grados Celsius. La mayor parte de la quema de combustibles fósiles ha ocurrido en los últimos 50 años y siete de los diez años más calientes han acontecido en lo que va del siglo XXI.

Urge una revolución energética global para salvar a la especie humana de la autoextinción y lograr un desarrollo sostenible con justicia social y ambiental.

 

*El autor es especialista de CUBAENERGÍA y miembro de CUBASOLAR.

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