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¿El mejor oficio del mundo?

Luis Cándano respeta sobremanera su trabajo y no demora en calificarlo de honrado e importante. Él es técnico preparador de personas fallecidas

 

 

Autor:

Mayra García Cardentey

PINAR DEL RÍO.— Lo imaginé envuelto en una aureola mística de morbosos secretos y escalofriante pasado. Hasta cierto punto, la banda sonora de aquel instante quedó en pausa; la risa diabólica que siempre imaginé escuchar al escudriñarlo por primera vez no existió.

Aunque siempre se predique que hay que tener más respeto a los vivos que a los fallecidos, el miedo a la muerte es todavía un temor ancestral predominante en nuestros días. Las historias que rodean a aquellos que trabajan de alguna manera con occisos, no pocas veces tienen sesgos fantasmagóricos, y un mínimo de reconocimiento social.

Él tiene un nombre común, y su fisonomía no tiene nada que ver con la apariencia de espanto, hasta pudiera decirse que resulta agradable a simple vista. Luis Cándano, joven de 32 años, tiene la intención de rebasar ciertos convencionalismos. Es técnico preparador de muertos y siente orgullo al decirlo.

Fanático del trabajo

«Mi infancia fue normal. Soy el típico niño de campo. Nací y me crié en el kilómetro 18 de la carretera a San Juan. Al morir mi madre, como éramos varios hermanos, tuve que empezar a trabajar en una vega de tabaco.

«Una vez, mi amigo Jackson me dijo que fuera a ver en lo que trabajaba. Fue mi primera vez en la funeraria de San Juan, por ahí empezó todo.

«Al principio sentí temor, nunca había visto a un fallecido. También estaban todos los cuentos de miedo y sobre aparecidos que nos hacían en la infancia. Al llegar a la realidad, vi que era una cosa normal.

«No me da miedo trabajar con muertos. Llega el momento en que te acostumbras. No significa que no tenga sentimientos. Siento cuando fallece una persona, pero alguien tiene que hacer este trabajo.

«Tratamos siempre de que el fallecido quede lo mejor posible. Si hay inconvenientes, estamos capacitados para ir al hospital y hacer una preparación completa.

«Esa es la parte más difícil: abrir un cuerpo. Y lo tienes que hacer; muchas veces es duro. Lo había visto, pero no es igual cuando lo haces tú. Es lo que más me ha costado en estos diez años.

«¿Decir un día específico como el más malo? Es engorroso, todos los días lo son si se muere alguien. Ha habido jornadas de hasta 12 o 14 casos.

«Los más espinosos son los niños, es muy doloroso. Lo hago porque soy el técnico, y no queda otra opción, tengo que cumplir.

«Para mí los niños son como mis propias hijas, mi misma sangre, son sagrados. Por cosas injustas de la vida he tenido que enfrentarme a esa situación».

Pausa de respiro

«Cuando la conocí me pareció la mujer más bella de este mundo. Bajita, mulata, con un cuerpo tremendo, no pude dejar de recogerla aquel día en la moto, en pleno pueblo de San Juan. Se llama Mercedes Díaz Pozo. Tenemos dos niñas: Naomi y Melisa.

«Al principio de salir juntos yo todavía no andaba en esto, pero ya frecuentaba la funeraria de San Juan en adiestramiento. Cuando le dije lo que iba a hacer hizo rechazo al instante, me preguntó si no había otro trabajo, me estableció imposiciones. Le dije que era una labor igual que otra cualquiera.

«Ella me preguntaba, y todavía lo hace, por qué no laboro en otra cosa, y le digo que me siento bien con lo que hago. Es un trabajo útil, para algunas personas es feo, te rechazan, pero es importante.

«Eso no significa que no tenga mis precauciones. Al llegar a casa lo primero que hago es bañarme, cambiarme y pongo la ropa en un batea destinada solo para eso.

«¿Mis niñas? Nunca me han preguntado lo que hago, ¡imagínate!, una tiene ocho y la otra, seis. Si lo hacen algún día, tendré que decirles con cuidado, no en bruto; ellas no saben qué es un muerto. Cuando crezcan me prepararé para explicarles, que no queden con dudas y, sobre todo, que me entiendan».

Adicción laboral

«Una vez soñé que mi padre era el muerto, que estaba tendido en un ataúd. Llegué y vi aquello, no sabía si gritar, llorar, ese sueño me sacudió.

«¿Susto? Cuando estaba en San Juan, amigos míos me mandaron a encender las luces del portal del trabajo a las 11 de la noche. Cuando caminaba por el pasillo, en la oscuridad sentía algo rayando un metal. No te voy a negar que me asusté; fui, encendí la luz del portal y atravesé el salón de vuelta, todo oscuro. Al volver al patio mis amigos me preguntaron si no sentí algo raro. Fui a ver qué era lo que hacía ese ruido y cuando busqué era un cangrejo en un cenicero de aluminio. Mis amigos me hicieron la maldad, les devolví el cangrejo y les dije que hicieran algo productivo con él.

«Nunca digo que no creo en esas cosas de fantasmas, apariciones; no quiero que me pase nada, pero vivo tranquilo.

«En relaciones humanas, si te digo otra cosa, mentiría: sí me rechazan y mucho. Ponen caras, me ofenden, me tratan con asco, me dicen que si soy vago porque hago eso. No me dan la mano, no me miran.

«Hay quienes no lo hacen y quedan agradecidos por como los he ayudado, pero otros ni las gracias te dan.

«Yo me quedo tranquilo, qué le voy a hacer. Ya uno coge experiencia. Cuando la gente entra para el salón de preparación sabemos, de tan solo mirarlos, cómo son esas personas, cómo piensan, cómo pudieran actuar con nosotros. Han sido tantos los ejemplos que se sabe por dónde vienen. Uno evita que te digan cualquier barbaridad.

«Pero no soy vago, trabajo 24 horas aquí y los días de descanso en la vega con mi familia. Gano 440 pesos, no creo que nadie haga esto por dinero o vagancia. Me parece digno mi trabajo, no será bonito para algunos, pero es honrado».

Paso en la vida al mejor oficio del mundo...

«Muy pocos valoran lo que hago. Uno ve tantas cosas que se prepara para estas situaciones, y quizá no me impactan como a otras personas, pero sí tenemos sentimientos.

«A veces es un trabajo bien difícil, mas alguien tiene que asumirlo. Me siento con la conciencia limpia, no les hago nada mal hecho a los muertos, no los maltrato, aun cuando sepa que ya no sienten nada los atiendo con cuidado.

«Hay algunos familiares y amigos del fallecido que ni te quieren saludar, ni te toleran, y no se dan cuenta de que nosotros somos el último contacto de esa persona con los vivos. La mayoría de los familiares te dicen que no van a entrar, a muchos de ellos les afecta ver a un ser querido tendido.

«Soy el último que le hace algo a ese ser humano, el último que lo trata, que lo despide de este mundo. Quién puede decir si algunos hasta quizá reciban mejor trato de mí que el que recibieron en vida.

«Y es que cuando uno lleva tiempo aquí se convence de que la vida es una sola, ¡y a veces la hacemos tan compleja! Se está viviendo con un trabajo grandísimo, y perdemos la existencia en un abrir y cerrar de ojos. Nadie escapa, lo mismo un niño que un viejo de 90 años. Si algo he aprendido es que no deberíamos vivir con tanta lucha. La muerte es para todo el mundo. Y cuando llega, sencilla y llanamente, llegó. No perdona a nadie».

Su espacio de trabajo es una sala blanca con una camilla perfectamente alineada. Al ver a los fallecidos, Luis Cándano no siente asco ni lástima, los respeta como a cualquier ser vivo.

Él tiene la intención de rebasar ciertos convencionalismos. Es técnico preparador de muertos y lo enorgullece decirlo. Y para él también, como lo es el Periodismo para Gabriel García Márquez, es el mejor oficio del mundo.

Nota: Cada subtítulo es una frase de El mejor oficio del mundo, discurso pronunciado por Gabriel García Márquez ante la 52 Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa.

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