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Una decisión más allá de la piel

Dibujar algo sobre el cuerpo no es camino de fácil retroceso. Si los interesados acopian toda la información posible y meditan, asumirán una suerte responsablemente elegida, sin el sabor amargo del arrepentimiento fácil

Autor:

Julio César Hernández Perera

Acompañado de su hermano, Jenry llegó al hospital con una idea fija: quitarse el tatuaje de dos años de antigüedad, el que alguien le hizo cuando él tenía 14 años. La indeseada marca —una calavera con bríos amenazadores sobre la piel lampiña— ocupó gran parte de la cara externa de la pierna derecha en atrevido despliegue de diestros trazos y una gama de sombras grises y azuladas.

Cuando el joven llegó a nosotros su rostro era la viva estampa del abatimiento. Ese día confesó con timidez: «Me hice esto por embullo de los amigos —dijo señalando su tatuaje—; todos ellos tenían uno, y más también, y un día dijeron: “¡Vamos a hacerte uno!”».

«El tatuaje lo hace en su casa una persona que estudió pintura. Siempre tiene gente esperando afuera; casi todos jóvenes. Usa una maquinita con una aguja muy pequeña. Allí todo está limpio —según la percepción de Jenry, quien observó cómo quien tatuaba cambiaba las agujas de persona a persona, porque las sacaba de una gaveta—; aunque nunca pude saber si estaban estériles o se habían usado antes.

«Cuando terminaron conmigo me dolió un poco y sangré algo. Me echaron una crema que creo es un antibiótico, y me taparon el dibujo con una venda, para protegerlo del sol. A los pocos días el pie se hinchó un poco…

«Para hacerme el tatuaje pagué 20 CUC. Ahora subió un poco el precio. Todo depende del tamaño y del tipo de dibujo. Además, dicen que las tintas se han puesto difíciles».

El reino de los trazos penetrantes

El tatuaje es un dibujo permanente sobre la piel. Se realiza mediante la aplicación de un colorante introducido en la dermis (capa menos superficial de la piel), con pequeñas agujas u otros materiales punzantes.

Los pigmentos empleados son variados y de distintos orígenes: mineral o vegetal. Igualmente la localización, número, forma y extensión son extremadamente variables.

Según diversas fuentes, los antecedentes de este tipo de dibujo se remontan a los inicios de la civilización. A lo largo de la historia ha tenido diferentes significados y matices. Según evidencias arqueológicas, desde la antigüedad los seres humanos decoraban su cuerpo mediante tatuajes, hábito que aún persiste como tradición cultural en aisladas tribus del planeta.

El tatuaje fue también una forma de castigo para los esclavos y criminales en las antiguas sociedades griega y romana. Tiempo después la práctica estuvo prohibida por la Iglesia hasta el momento en que acontecieron trascendentales encuentros con nuevas culturas, principalmente en el período de feroces expansiones coloniales.

Probablemente las islas de la Polinesia fueron de las más influyentes en la efervescencia del llamado «arte corporal». Poco a poco la popularidad se incrementaría y llegaría a encontrar espacio entre la nobleza. Pero el tatuaje encontró mayor frenesí a finales de los años 90 del siglo XIX, gracias a una invención: la máquina eléctrica de tatuar.

Durante el siglo XX los dibujos corporales fueron habituales entre soldados de algunos ejércitos. También eran vistos con mayor frecuencia entre personas que se desenvolvían dentro del llamado «bajo mundo», muchas veces vinculados con pandillas y los ámbitos de las prisiones.

En la actualidad un suceso distinto y extremadamente influyente se ha sumado al reino de los trazos penetrantes: la moda. Es a través de esta que la práctica de tatuar se promueve y esparce internacionalmente con el favor de la globalización, lo cual le ha hecho ganar popularidad. Los más jóvenes —especialmente los adolescentes— constituyen el grupo más vulnerable ante este tipo de atracción. Según expertos consultados, las principales razones pueden ser halladas en la personalidad del adolescente, muchas veces caracterizada por la oposición a todo tipo de autoridad, tendencia donde el tatuaje puede constituir una vía para desafiar. Dibujarse el cuerpo, además, puede formar parte de ritos de iniciación exigidos por determinados grupos para la aceptación de un muchacho.

Pero la atracción por esos trazos no se limita a la adolescencia: desde edades más tempranas el gusto por estos es incuestionable, y esa es una realidad de la cual muchas familias no tienen conciencia plena.

Pensemos en las «inocentes» intenciones de las calcomanías imitativas de tatuajes con temas infantiles y que podemos encontrar como premio en caramelos, chicles y otras golosinas. Los niños, orgullosos de portar esa imagen pegada a la piel, se comparan con los adultos.

El tema es delicado y polémico, suficiente para motivar desavenencias en hogares y lugares públicos. Tiene defensores y críticos, y mueve un amplio abanico de argumentos que abarca desde las consideraciones sociales, estéticas, y culturales, hasta peligros para la salud.

Cuestiones médicas

La piel es un órgano importante. Constituye una barrera necesaria entre el medio interno y el ambiente que nos rodea. También tiene la capacidad de metabolizar sustancias químicas que son absorbidas por el organismo, y ayudar a conservar la temperatura.

Ya desde finales del siglo XIX comenzaron a reportarse complicaciones relacionadas con el tatuaje. Y aunque las más importantes han estado asociadas con las infecciones, existen otras que no dejan de ser peligrosas.

Por su naturaleza extraña para el cuerpo humano, los pigmentos depositados son capaces de desencadenar en el transcurso de días, meses y en ocasiones años, fenómenos alérgicos importantes (hipersensibilidad). También pueden aparecer reacciones cuando esas marcas se exponen a la luz solar (fotosensibilidad) y a los rayos ultravioleta u otras respuestas inflamatorias de carácter crónico.

El riesgo de desarrollo de cáncer es otro de los problemas. Entre estos, los más importantes son los melanomas, los carcinomas y los linfomas. Muchas de estas enfermedades están relacionadas con determinados compuestos potencialmente cancerígenos presentes en las tintas.

Pero en la desenfrenada carrera del mercado las sustancias que se venden y compran muchas veces carecen de regulación. Sus fórmulas suelen ser secretas, y ello torna muy difícil el acceso a la información real sobre cuán dañino puede ser un compuesto químico de los aquí mencionados.

De todas maneras ya muchos saben que hay ingredientes altamente tóxicos o cancerígenos como el mercurio, el cadmio y el cobalto. Y que hay otros como el cromo, el níquel y el magnesio, usados para conferir determinadas propiedades al dibujo —digamos el color—, los cuales son capaces de desencadenar daños importantes.

Las infecciones son las principales y más temidas amenazas. En los inicios, cuando no se conocían las más elementales medidas de asepsia, el tatuaje fue causa de muchas enfermedades contagiosas. Y a pesar de los avances, en nuestros días aún persevera como una notable vía de contagio.

Desde mediados del siglo XIX se hablaba de relación entre los tatuajes y la gangrena (causa importante de amputaciones de miembros y de muerte). También esta costumbre de marcarse la piel fue una vía de diseminación de enfermedades infecciosas como la tuberculosis, la sífilis y la lepra.

La propagación se explicaba esencialmente por la forma en que los tatuadores empleaban la saliva para limpiar agujas o fijar los pigmentos. Y aunque el uso de la saliva pasó a la historia, otros problemas emergieron: a finales del siglo XX el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) marcó una nueva época, y en el año 1988 se reportó el primer caso de transmisión de esta infección asociada al tatuaje. Pero mayor importancia tuvo la diseminación de las hepatitis B y C, casi siempre relacionadas con el uso de la misma aguja y con malas condiciones higiénicas.

A inicios de enero de 2012 se empezó a reportar en Nueva York el brote de una infección rara en la piel, asociada igualmente al tatuaje. Aunque no es una condición extremadamente grave para la vida, acaparó la atención de especialistas y del Centro para el control y la prevención de enfermedades, de esa nación norteña (CDC, por sus siglas en inglés), si se tiene en cuenta que uno de cada cinco norteamericanos está tatuado.

El germen fue identificado como una micobacteria no tuberculosa (similar a la responsable de la tuberculosis). La infección requiere, para combatirla, del uso prolongado de costosos antimicrobianos, y en ocasiones no ha quedado más remedio que extirpar quirúrgicamente el grabado de la piel. Las tintas empleadas han sido la fuente de contaminación.

Desengaños

Las secuelas por tatuarse van más allá de lo físico: en el plano psicológico quedan huellas tanto o más graves que las del cuerpo. Muchos adolescentes no saben en verdad por qué quieren un tatuaje. Como un episodio que se repite una y otra vez, hemos sido testigos de cómo muchos sienten arrepentimiento y desean quitarse la marca.

Empezar a negar el tatuaje portado suele tener que ver con la pretensión de una nueva reinserción social, o simplemente con una percepción personal de estos adornos corporales totalmente opuesta a la que se tuvo tiempo atrás.

Así le sucedió a Jenry, como a tantos otros que actuaron a la ligera, por capricho, por embullo o por el espejismo de la moda de turno: «En algunos lugares —comentó Jenry— no me siento bien cuando me ven el tatuaje. Sabía que era para toda la vida, pero nunca pensé en las consecuencias ni en el arrepentimiento».

Él tiene ahora una novia y su vida ha cambiado. No piensa como tiempo atrás ni ve el mundo como entonces. Por eso se hastía de ver, al punto de la irritación, la mirada de esa calavera. Por tal de no mostrar esa imagen prefiere, a pesar de su juventud, abstenerse de ir a la playa.

La desesperación fue tan grande que en determinado momento pensó en pegar una plancha caliente sobre la piel. Cuando las cosas llegaron a ese punto, su hermano mayor lo aconsejó y acompañó al médico.

Sería bueno que Jenry cuente su historia a cuantos pueda. Penosamente, el desenlace de él no será el primero ni el último. La sensación de arrepentimiento se dará una y otra vez luego de que la piel, y la memoria, estén marcadas. Suertes similares merecen un alto para deliberar sobre lo reconfortante o riesgoso de una decisión que no debe resultar nada ligera. Es lo que ha escrito ya una colega: «Si alguien se puntea la piel por simple capricho, si corre el riesgo de poner una señal sobre sí porque la moda lo impuso, habrá sido rehén del dolor y el riesgo físico —no más que eso—, y habrá perdido de antemano su batalla frente a lo que sabe perdurar. Porque el tatuaje ignora temporadas y levedades: cuando nace, hay que asumirlo como verdad a la cual nada podrá arrebatarle su sentido».

* Doctor en Ciencias Médicas y especialista de Segundo grado en Medicina Interna.

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