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La Espeleología dentro de un Ballet

Artículo publicado en el periódico El Nacional, de Caracas, el 25 de junio de 1952, por Manuel Trujillo

Autor:

Juventud Rebelde

Oír hablar de filosofía en la trastienda nerviosa de un escenario, mientras frente al público una bailarina ejecuta graciosamente lo difícil de un fouette, no es caso común.

Más extraño aún si en esa misma voz, junto a la cual cruza un par de zapatillas cansadas, comienza a caminar la ciencia que estudia las cavernas, cuevas, ríos subterráneos y las manifestaciones prehistóricas de ello. O sea, la Espeleología.

Sucedía esto más allá de las tablas, más allá de la Muerte del Cisne en la vida maravillosa de Alicia Alonso. Y sucedía por eso: por lo maravilloso de la vida de Alicia Alonso. Porque Antonio Núñez Jiménez, el de la voz de filósofo y de letras, el de las pupilas inquietas por la geografía americana, el del concepto fundador de la Sociedad Espeleológica de Cuba, no podía faltar a una muerte de cisne en la vida de Alicia. Su admiración por la bailarina solo era comparable a su vocación de geógrafo. Fernando y Alicia han comprendido bien a Núñez Jiménez, lo suficiente como para encargarlo de representar a su ballet en esta gira por América. Y ello constituye doble satisfacción para Núñez Jiménez: la de ver bailar a Alicia sin pagar boleto, claro está‑ y la de traer un mensaje de la Sociedad Geográfica de Cuba para los países suramericanos.

En Cuba, por cierto, dejó Núñez Jiménez dos proyectos de exploración: el primero comprende una expedición conjunta a la Caverna de Caguanes, integrada por miembros de la Sociedad Espeleológica de Cuba y los exploradores venezolanos Eugenio Edwin Contreras, miembro de la Sección de Espeleología de la Sociedad de Ciencias Naturales de Venezuela; el segundo proyecto es otra expedición conjunta (cubano‑venezolana) que estudiaría la famosa Cueva del Guácharo, conocida desde los días en los cuales Humboldt se llenaba los párpados con los sueños superrealistas convertidos en realidad por las tierras americanas.

Estas realidades —lo real maravilloso de un Alejo Carpentier en El Reino de este Mundo— han querido tener eco en las páginas de un libro La Cueva de Bellamar, donde Núñez Jiménez procura dar a conocer las bellezas naturales que encierra el subsuelo cubano. Estas realidades —lo real maravilloso que Gide adivinaba más allá del azul oceánico y que un día se tropezó en Africa— son las que provocan el interés de los arqueólogos cubanos por el estudio de Venezuela, realidades que hacen sospechar la de un salto precolombiano de los indios taínos desde nuestras costas a las de Cuba. (Para ello existen datos importantes: en algunas grutas cubanas de la Isla de Pinos se encontraron pictografías o dibujos en colores rojo y negro cuyo parecido con las tallas o petroglifos de la costa Norte venezolana es ‑según la voz de Núñez Jiménez‑ ‘asombroso’). Estas realidades, en fin, son las que obligaron a Núñez Jiménez en plena adolescencia a fundar, en unión de otros tres jóvenes cubanos, la Sociedad Espeleológica de Cuba. De eso el calendario ha deshojado 17 años.

Recuerdo —dice Núñez Jiménez— las dificultades que encontramos. Para los viajes largos nos conducían gratuitamente los obreros del transporte. En el campo nada adelantaban nuestras gestiones científicas si no acudían a ayudarnos los campesinos. Poco a poco nos prestaron su apoyo prestigiosos hombres de ciencia y centros de la misma índole. La Sociedad creció y se fortaleció hasta llegar a ser un verdadero instrumento de beneficio. Hemos enriquecido la Bibliografía Geográfica Nacional, publicando y divulgando en revistas obreras, en revistas populares y en publicaciones técnicas y científicas todos nuestros estudios y nuestras experiencias.

Estas son las palabras de Núñez Jiménez, el que a veces charla de filosofía y letras y geografía mientras Alicia se convierte en cisne para morir.

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