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La formación de los intelectuales en la Universidad

Quienes se interrogan sobre el papel de la educación superior en el socialismo y sobre la necesidad de una verdadera formación intelectual, pueden encontrar claves insoslayables en el legado de este pensador de cuerpo entero

Autor:

Graziella Pogolotti

Una interesante encuesta publicada en Juventud Rebelde sobre la formación intelectual de los jóvenes universitarios, me llevó de regreso a algunos textos de Carlos Rafael Rodríguez incluidos en el tercer tomo de Letra con filo. Intelectual de cuerpo entero y hombre entregado a la lucha política, amigo personal de muchos escritores y artistas, casado durante muchos años con la musicóloga María Antonieta Henríquez, Carlos Rafael no perdió jamás su vínculo raigal con la Universidad. Graduado eminente de Derecho y Ciencias Sociales, en la Colina se produjo también su iniciación a la vida política, otro aprendizaje fundamental. En el crisol de la batalla antimachadista, pasó del Directorio al Ala Izquierda. Se hizo comunista. Después del triunfo de la Revolución, fue uno de los conductores del proceso de reforma universitaria.

Siempre quiso volver al aula como profesor. Antes de la Revolución, su militancia comunista resultaba una barrera infranqueable. Luego, lo impidieron sus altas responsabilidades en la economía y en las relaciones internacionales. Al conferírsele la condición de profesor emérito, pronunció una conferencia que constituye un verdadero ensayo en torno al tema, vigente hoy y de considerable utilidad para quienes se interrogan sobre el papel de la educación superior en el socialismo y también la necesidad de una verdadera formación intelectual.

Situada en el corazón de la ciudad, la escalinata magnífica conduce a nuestro minúsculo ámbito universitario. Simbólica en más de un sentido, en lo alto, la matrona de cuerpo mestizo recibe con los brazos abiertos al recién llegado. Su historia excepcional conoció manifestaciones, congregaciones multitudinarias. A sus pies se derramó la sangre inaugural del 30 de septiembre de 1930 y, al costado, la de José Antonio Echeverría. En la vida de cada uno, debe representar el ascenso a una cúspide, la ruptura del cordón umbilical, el tránsito de la adolescencia a la primera juventud. Carlos Rafael subraya este principio pedagógico básico, modelado por el desgajarse de sobreprotección y paternalismo. Es el momento de asumir, con plena responsabilidad, el desafío del estudio independiente, libre de la sujeción de los manuales, aunque el maestro preserve su papel de guía y orientador. El aprendizaje tiene un eje primordial en los libros. Pero no solo en ellos. La experimentación, la investigación, los estudios de campo en las ciencias sociales integran y estimulan el proceso de aprendizaje, animado siempre por la necesidad de replantear interrogantes. La calidad de los claustros desempeña un papel decisivo. El profesor, subraya Carlos Rafael, nunca debe estar aprisionado en una metodología homogeneizante. Dejará una impronta en la medida en que se haga reconocible su perfil original y en la autenticidad del diálogo con los estudiantes, fundamento de una comunidad universitaria caracterizada por el diálogo intergeneracional, dialéctica entre experiencia e impulso juvenil, entre memoria y ansias renovadoras de reinventarlo todo, apertura necesaria hacia la confianza mutua.

Con bien asentado dominio de la historia, capacitado para insertar desde esa perspectiva el presente con el pasado, Carlos Rafael Rodríguez recorre los rasgos esenciales del pensamiento pedagógico cubano. Define al revolucionario Varela, al paradójico Luz y Caballero, de ideas conservadoras y, sin embargo, sembrador de futuro y sembrador adelantado de la escuela nueva. Sometido a los rigores de la disciplina, Carlos Rafael atravesó la vida en medio de enfrentamientos ideológicos de toda índole. Incorporó en la práctica el ejercicio de la dialéctica, sabedor de que no permanecemos en un paisaje rígido, habitado por ángeles y demonios, que los condicionamientos epocales influyen sin llegar a constituirse en determinismos irrevocables, que la lectura superficial de las obras de Marx y Lenin puede arrastrar consecuencias peligrosas.

Enraizada en un tiempo y en un lugar, la Universidad se proyecta hacia el futuro. Por ese motivo, no se limita a la reproducción mecánica de un saber abstracto. Traspasando sus muros capta las señales de la vida. Seguida de la tradición martiana, Carlos Rafael inscribe la nuestra en el panorama latinoamericano.

Carlos Rafael escribió en más de una oportunidad acerca de los problemas de la educación y de la Universidad. Ducho en el manejo de la dialéctica de los procesos históricos, comprendió el complejo sistema de relaciones entre la sociedad y el centro de altos estudios. El conjunto de sus textos constituye un útil punto de partida para el replanteo de las vías de formación de los intelectuales de ese ámbito. Ahora y siempre, conjugando las necesidades del presente y del futuro, se trata, ante todo, de preparar a los jóvenes para atender a las demandas de la vida en perpetuo cambio, el rechazo a los perfiles rígidos y estrechos, el dominio arbitrario de la palabra del maestro y el incentivo a la investigación, aunque esta última, en etapas primarias del aprendizaje, redunde en pobres resultados prácticos. Lo imprescindible es el entrenamiento en la capacidad de formular preguntas, en la suspicacia ante las verdades transmitidas por el sentido común. Desde Arquímedes hasta Newton, la revelación de lo insólito enmascarado en la cotidianidad, condujo a descubrimientos de gran alcance. El desarrollo de la imaginación y la creatividad quebrantan las rutinas del saber incorporadas en el aula.

La cultura, afirmaba Carpentier, se manifiesta en la aptitud para establecer relaciones entre fenómenos característicos de distintas áreas de la realidad. Un economista no puede ignorar los procesos históricos y los componentes del complejo entramado de la sociedad. Como sostuvo Carlos Marx, las novelas de Honorato de Balzac ofrecen una visión más exacta de las contradicciones del capitalismo que muchos enjundiosos manuales escritos por especialistas. El poeta José Martí percibió los problemas monetarios de su época con más claridad que muchos de sus contemporáneos.

La Universidad es vida, afirmaba Fidel en su definitorio discurso de 2005 en el Aula Magna. Por eso, al ingresar en ella, el joven tiene dos opciones. Puede limitarse a cumplir con los requisitos docentes para egresar con una calificación adecuada. Podrá llegar a ser un técnico eficaz o, aún más, afincado en el perfil estrecho, en un tecnócrata. Otro camino lo conduce a prepararse como un intelectual pleno para lo cual su proyecto de vida se orientará al empeño insaciable por conocer el mundo en que vive, sus coordenadas fundamentales y sus contradicciones, a establecer vínculos interdisciplinarios, a situarse con perspectiva cultural ante las demandas de su especialidad e inscribir su quehacer específico en los requerimientos de su época. La curiosidad es el incentivo primordial que impulsa hacia la apertura progresiva de horizontes. El punto de partida se encuentra en los programas establecidos por la institución docente. Se complementa con la búsqueda autodidacta al margen del aula en el intercambio informal con maestros y compañeros y con acceso a las múltiples vías de información que ofrece la ciudad. La Universidad debe constituirse en hervidero de ideas, el bien más necesario en el mundo contemporáneo. En virtud de su peculiar proceso histórico, Cuba ha demostrado la capacidad de desarrollar un pensamiento que sobrepasa en mucho su dimensión física. En esta hora de América tiene que seguir asumiendo ese compromiso.

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