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Cumpleaños de toda Cuba

Se podría pensar que tanta alegría en el Karl Marx era, de por sí, el mejor obsequio que se le podía entregar. Sin embargo, por esa capacidad de sorprender, era Fidel quien hacía, con su presencia, el mayor regalo a sus 90 años

Autores:

Lourdes M. Benítez Cereijo
Yoerky Sánchez Cuéllar

Hay emociones que son demasiado grandes, poderosas, para ser contadas con palabras. Hay momentos en que el alma toda se vuelca a la maravilla de un instante. Hay abrazos para los cuales las manos no alcanzan. Esas y otras sensaciones vivieron este sábado quienes colmaron el capitalino teatro Karl Marx para celebrar una fecha que trasciende calendarios: el cumpleaños 90 de Fidel, el cumpleaños de toda Cuba.

Y como en las fiestas más íntimas y entrañables, amigos de siempre, de batallas y victorias, que han sido leales en cada momento, tampoco esta vez fallaron. Entre aplausos, canciones y risas infantiles, iban llegando moncadistas y expedicionarios del Granma, Héroes de la República de Cuba, dirigentes del Partido, el Estado y el Gobierno, compañeros de disímiles luchas y una representación genuina de nuestro pueblo, hasta desbordar la sala.

Todas las miradas se concentraban en Raúl, quien entró acompañado del presidente venezolano Nicolás Maduro y la primera combatiente Cilia Flores. Cuando parecía que todo estaba listo para comenzar, Raúl hizo un gesto inesperado: alzó una mano y señaló hacia una puerta.

Entonces, llegó Fidel… Cientos de corazones latieron como uno solo. Mientras avanzaba hasta su silla, los presentes cantaban ¡Felicidades!, coreaban su nombre y muchos se llevaban pañuelos al rostro. Se podría pensar que tanta alegría era, de por sí, el mejor obsequio que se le podía entregar. Sin embargo, por esa capacidad de sorprender, era Fidel quien nos hacía, con su presencia, el mayor regalo.

La Colmenita convirtió el escenario en la más bella de las aulas. En una obra que homenajeaba al Apóstol y al mejor de sus discípulos, la compañía infantil entretejió con historias y pensamientos el destino de estos dos fundadores de tiempo nuevo, quienes comprendieron que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.

Los testimonios impregnaron emoción a la Gala. Entre ellos, el de Salustiano Leyva Leyva, campesino que con 11 años conoció a Martí, y quien casi al final de su vida pudo realizar el sueño de conversar con Fidel. También se escucharon los relatos de Eusebio Leal, para quien Fidel es «un amigo bueno y un maestro siempre».

Contó Eusebio que en el despacho del Comandante había un secreto: un hueco en el brazo de su butaca de majagua. Cuando le propusieron cambiarla, Fidel se negó diciendo que la había gastado trabajando. Eso demuestra su infinita paciencia y enorme capacidad de escuchar, expresó el Historiador.

La tropa que dirige Carlos Alberto «Tin» Cremata, supo conmover como solo ella sabe: yendo a las esencias. Su espectáculo resultó una mezcla de alegría, historia y cultura. No faltaron las canciones de Silvio, desde Cuba va, con la cual se alzaron las cortinas, hasta La era está pariendo un corazón, interpretada magistralmente por Omara Portuondo.

Foto: Abel Rojas Barallobre

Al término de la Gala, decenas de niños invadieron los pasillos del teatro y a ritmo de conga se volvió a cantar Felicidades. Fidel se puso de pie y mientras se despedía conversaba con quienes lo rodeaban. «¡Gracias, Comandante! ¡Te queremos!», le gritaban desde el auditorio, en medio de tanta algarabía.

Fue en ese instante en que Raúl, al percibir el desborde de sentimientos, a viva voz se dirigió a los presentes en el cumpleaños y dijo: ¡Fidel sigue dando un mitin en todas las esquinas!

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