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Se presentará nuevo volumen de Aitana Alberti León

La destreza y el talento de la escritora le permiten combinar ficción y realidad  y conservar  la significación social y cultural de los personajes históricos

Autor:

Juventud Rebelde

Inquilinos de la soledad, volumen de relatos de Aitana Alberti León, se presentará este lunes 29 de enero, a las 4:30 p.m., en Fe de vida, espacio que organiza y promueve la autora, en el Centro Cultural Dulce María Loynaz (19 y E, Vedado).

Amparada por la memoria y por la imaginación, heredera de un irradiante linaje espiritual, Aitana Alberti León, autora de Inquilinos de la soledad (Colección Sur, Ediciones Unión, 2006), acude en esta ocasión a la narrativa para dejar constancia de sus figuraciones, de aquello que probablemente fue o pudo haber sido, siempre de lo que es: un instante en que la vida de los suyos sufrió una peripecia que marcó derroteros en el porvenir.

Tres relatos componen el libro, unidos por sutiles y diferentes hilos dramáticos que tejen el exilio o el retorno, nombres recurrentes, y el tiempo, que señorea en cada uno de ellos desde instancias múltiples, ya como remembranza de una experiencia del personaje o del narrador, ya como acontecimiento histórico reanimado, o como pivote estructural de la trama. Pero, sobre todo, como antagonista bifronte, ya que en él se anidaron los hechos, aunque él mismo se ha encargado de desdibujarlos, de fragmentarlos, razón por la cual es menester asistirse de la ficción para hurgar en lo sustantivo e indisoluble.

La caída de la República española fue el origen de la quiebra, y hacia diversas latitudes salieron a cobijarse hombres y mujeres que empeñaron sus vidas en cambiar el mundo. Frustrados, extrañados, solo guardan los recuerdos como signo de identidad, y el amor y la amistad como regocijo.

Las crónicas históricas registran solo hechos con mayor o menor simpatía, con algunos ocultamientos o revelaciones que dependen de la mirada del escritor. Pero, ¿dónde quedan las ensoñaciones, las múltiples asociaciones temporales o espaciales del hombre envuelto en los avatares históricos, dónde la vivencia intransferible? Para otorgarles fijeza a través de la escritura se precisa otro espacio donde comulguen historia y ficción a través de una voz unificadora.

Numerosas son las referencias documentales. Sin embargo, lo que interesa es la recuperación de una memoria más honda, el cotejo de los tiempos, la vivificación de una historia que no aparece en los libros, imposible de registrar. Por suerte de una hábil estructuración del discurso narrativo de Aitana Alberti, el hecho documental se convierte aquí en pórtico de una dimensión más subjetiva, de continuas relaciones espaciales y temporales, evocaciones y remembranzas que nutren una experiencia única y a la vez plural. Por esas vías, los personajes históricos se transfiguran en personajes literarios, pero conservan toda la significación social y cultural que poseen; este nuevo estado ficcional facilita la indagación en estratos subjetivos relevantes, promueve la personalización del hecho histórico y, por ende, su expresión intelectual y emotiva.

La consecución de ese recinto literario de tantas implicaciones debe haber sido el reto mayor para la autora de este volumen, no solo por su presencia en la trama y su conversión en personaje —lo cual no es nada inédito—, sino por el distanciamiento que logra en un texto de esta índole. Convertir en materia literaria experiencias entrañables, y aún asumir las de los suyos, solo es prerrogativa del talento y de la destreza en el uso de la palabra.

A través de un narrador en tercera persona, dueño de un registro poético que perfuma la atmósfera de recuerdos de la niñez y adolescencia del padre y de la madre, Aitana Alberti, poeta, encontró el procedimiento justo. «Cuando la memoria se ha convertido en una superficie resbaladiza, traicionera, imposible de plegar a nuestros requerimientos», esta voz creada es capaz de establecer continuidades entre momentos diversos, invocar nombres que llenan una época, como Federico García Lorca, Pablo Neruda y Delia del Carril, Manuel Altolaguirre o Miguel Hernández...

El último relato, que da título a todo el volumen, se distancia en la anécdota de los dos primeros, pero no en su sentido más esencial. Todo en él es ficción, aún aquello que aparenta ser documento, como el Diario que se intercala, pero su referencialidad histórica es vasta en nombres y en lugares geográficos y circunstancias reales que diseñan la experiencia de ese exiliado llegado en el vapor Winnipeg a América después de la derrota. El peregrinaje eterno del exiliado, del inquilino de la soledad, como lo llamó Juan Gelman, en medio de su calvario, del desarraigo y de la extrañeza, encontrará la solidaridad y el amor, que en verdad son solo uno.

Así la autora consuma el trazado de un tríptico sobre los encuentros y desencuentros del hombre con su destino, con circunstancias que lo arrastran como hoja en el viento; y solo tiene, como primordial asidero, el amor. Eso es Inquilinos de la soledad, tres historias sobre las variadas formas del amor, luminosidad suprema, en medio de tantas tinieblas.

La palabra es la mejor amiga de Aitana Alberti para iluminarnos.

*Profesor universitario, crítico y ensayista cubano.

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