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Reconocido pintor y escultor tunero mira hacia el futuro

Rogelio Ricardo Fuentes expresa que sus mayores éxitos están todavía por llegar. En el arte, como en la vida, uno debe mirar siempre al futuro, dice

Autor:

Juan Morales Agüero

Foto: Miguel Díaz Nápoles Las Tunas.— La ciudad exhibe por buena parte de su anatomía varias de sus obras más emblemáticas. No pocos diletantes de allende los mares engalanan con otras sus colecciones privadas. Decenas de artistas de reconocido prestigio se vanaglorian hoy de haber sido discípulos suyos. Y es que Rogelio Ricardo Fuentes (Holguín, 1954) se agenció con su cincel y su pincel una platea de primera fila en la historia de las artes plásticas tuneras.

Tenía solo 19 años de edad cuando, recién graduado en la Escuela Profesional de Arte holguinera, llegó a Las Tunas con su estampa de bohemio a cuestas y un manojo de proyectos a guisa de carta de presentación. «Jamás pensé levantar aquí definitivo campamento», admite más 30 calendarios después. La enseñanza artística en el territorio lo tuvo entre sus fundadores. Desde entonces, alterna la docencia directa con la creación artística.

«Soy pintor y escultor, pero sin preferir una técnica sobre la otra —dice. Cada una tiene lenguaje y códigos propios. Algunas ideas nacen para ser esculpidas y otras para ser pintadas. ¡Es inútil violentar ese principio! Claro, un sesgo bidimensional siempre ofrece mayores posibilidades. Pero lo importante es que tanto una como la otra transmitan algo y se incorporen orgánicamente a los espacios para los que fueron concebidas».

En las producciones de Rogelio resalta con singular recurrencia el empleo del color activo con visos de luminosidad. Quienes están al tanto de su trabajo suelen identificarlas al primer golpe de vista. Los temas que abordan son diversos: naturaleza, mar, flora, trópico... No faltan las incursiones por el eclecticismo y por sus leyendas, como El caballo blanco y el indio sin cabeza, escultura que engalana el hotel Las Tunas.

Este artista —con dos títulos superiores en su aval— ostenta las más importantes distinciones especializadas de por acá: Premio de la Ciudad (1994), Personalidad de la Cultura Tunera (1999), y Premio a la Creación (2003). En su expediente consta, además, su rol fundacional en la Brigada Hermanos Saíz (BHS) y de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), a cuyos congresos V y VI asistió como delegado. Fue el primer director de nuestra Escuela Vocacional de Arte. También muestra un variado surtido de premios en exposiciones a diferentes niveles.

«A pesar de mi extensa trayectoria de creación artística y de labor docente, pienso que mis mayores éxitos están todavía por llegar —apunta. No se trata de inconformidad con lo realizado. Es que en el arte, como en la vida, uno debe mirar siempre al futuro. Allí es donde está la realización plena del hombre».

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