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Las fantasías de Borau

Confesiones del realizador y guionista español José Luis Borau, homenajeado en esta cita

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

El Premio Nacional de Cinematografía 2002 de España y el cartel de su película más popular. José Luis Borau, director, productor, escritor, guionista, actor y crítico español (Zaragoza, 1929) está siendo homenajeado en la cita cinematográfica más prestigiosa de Cuba: La de La Habana. Por eso, durante estos días se podrá apreciar en el cine La Rampa, para beneplácito de los cinéfilos, lo contundente de su obra, avalada por el Premio Nacional de Cinematografía 2002, por su aporte no solo al cine sino también a la docencia: Crimen de doble filo (1964), Furtivos (1975), Leo (2000, Goya al Mejor Director), Niño Nadie (1997), Tata mía (1986) —película protagonizada por Imperio Argentina y Carmen Maura, y nominada para los Goya como mejor guión—; Río abajo (1984), coproducción con Estados Unidos —con la actuación de David Carradine y Victoria Abril—, al igual que los filmes La Sabina, centrado por una admirable Ángela Molina (Suecia, 1979) y Hay que matar a B (Suiza, 1974).

No se puede negar que Borau ha sido uno de los renovadores del cine español, capacitado para hacer cine negro o western, o de corte social, como Furtivos, que durante años fue la película más recaudadora de aquel país y también suscitadora de grandes escándalos, por el desnudo frontal de Alicia Sánchez y por la inquietante historia edípica de Ovidi Montllor y Lola Gaos.

De Furtivos, largometraje de 99 minutos, ganador de la Concha de Oro del Festival de Cine de San Sebastián y del galardón a la mejor película en lengua española, Borau ha confesado: «Me siento un poco aplastado por esa película. Que la sigan recordando en la prensa o en la calle al cabo de 32 años tiene un sentido agridulce para mí. Ni siquiera es la película que más me gusta. Los recuerdos del rodaje sí que son excelentes porque el equipo se llevó muy bien, yo me llevé muy bien con ellos, y pese al frío y a las inclemencias de todo tipo, fueron semanas inolvidables».

Interrogado, el actual presidente de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) —estuvo frente a la Academia de Cine de 1994 a 1999— por su visión del cine español contemporáneo, Borau he dicho: «Interesa cada día más. Fuera de nuestras fronteras, es muy conocido y estudiado. Eso no quiere decir que todas las películas sean buenas, una cinematografía es importante cuando cada año realiza una docena de películas interesantes y yo creo que el cine español está cumpliendo. Es más: fuera de nuestras fronteras existe la convicción de que las películas españolas —las buenas— son de las mejores que se hacen actualmente. Y una característica especial es que son diferentes entre sí, no tienen un denominador común», lo cual también se podrá comprobar durante este festival con la muestra que propone cerca de 15 títulos.

El licenciado en Derecho y también escritor, quien está convencido de que el mejor director del cine español es, sin duda, Luis Buñuel, piensa que el guión es un género literario. «Todo guión contiene un relato que ha sido preciso inventar y escribir. Luego el guión da forma cinematográfica a ese relato y el guionista tiene la obligación de describirnos una película que nadie ha visto aún. Es más, en cierto sentido, el guionista cuenta con unas dificultades añadidas sobre el narrador común: tiene que concretar la acción, los fondos de las imágenes futuras tratando de desarrollar temas subyacentes, que el escritor sin más enumera con mayor tranquilidad.

«Otra cosa es que los guiones malos sean buena literatura. Son literatura, pero pésima, como hay muchas novelas y cuentos literarios que no merecerían la pena ser publicados y tampoco son, en consecuencia, literatura», dice este hombre que asegura que «solo hago una película cuando me enamoro de la historia, y uno no se enamora todos los días».

En relación con cuánto tienen de común la tarea del director y la del escritor, Borau ha contestado: «Los dos inventan una historia y los dos la describen, bien que uno lo haga con imágenes y el otro con palabras. El guionista, en definitiva, siempre es un adaptador tanto cuando adapta Ana Karenina como cuando adapta su propia historia para que alguien la convierta en imágenes. El guionista tiene que recordar a cada paso que una imagen, como dice el tópico, vale por mil palabras y, por tanto, corre el peligro de repetirse, como de hecho ocurre tantas veces. El escritor, por el contrario, suelta la cometa de la imaginación y la deja volar libremente».

Puesto a confesar, el también realizador de Lección de Toledo, Albergues y paradores y Las bellas en Mallorca, y autor de los libros Camisa de once varas (Premio Tigre Juan) y Navidad, horrible navidad, quien reconoce que los títulos Solo se vive una vez, de Lang, Pasión de los fuertes, de Ford, y Notorious, de Hitchcock, son las películas que más lo han conmovido, ha asegurado que la mayor satisfacción que le ha dado el cine es «comprobar que algunas de mis fantasías eran aceptadas como propias por muchos espectadores», lo cual podrán evidenciar los amantes del séptimo arte que por estos días se abracen en La Habana.

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