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Un Casal que habla muy alto

El Casal de Jorge Luis Sánchez no es solo aquel joven mórbido e inadaptado, sino alguien que reta el conservadurismo represivo del Gobierno colonial, amigo de sus amigos y juerguista

Autor:

Joel del Río

«Quienes hemos sentido durante tanto tiempo la dispersión de la biblioteca de Casal, de sus cartas, y por qué no, de su memoria (…) tal vez debamos sentir que es entre todos nosotros que pudiéramos rehacer el alma de Casal, y con ella, la nuestra». Al alma de la nación, al espíritu lírico que habita en todos los seres humanos tal vez se refiere Francisco Morán Lull, poeta e investigador, autor del libro Casal a Rebours, de donde extraje el fragmento anterior.

Morán está celebrando con total entusiasmo, al lado de muchos cubanos, el empeño del cineasta Jorge Luis Sánchez —perseverancia sostenida durante más de 20 años— por rehacer cinematográficamente el alma del poeta triste. El más reciente estreno del Icaic, Buscando a Casal, es el resultado de tales emprendimientos.

Único largometraje de ficción elegido para representar a Cuba en el pasado Festival de La Habana, y seleccionado luego por los críticos del Archipiélago como lo mejor del cine nacional estrenado en 2019, Buscando a Casal es un filme histórico-biográfico que se aparta de las convenciones genéricas como la fiel reproducción de la arquitectura y de los espacios típicos de una época. Más bien se intenta develar la esencia elusiva de su personalidad, a través de tres ejes temáticos: la libertad del artista sometido a burla y castigo, la relación con sus tres mejores amigos, y la sensualidad o la adoración de la belleza. Así, el guion ondula entre tales motivaciones, aunque aspira a lograr la coherencia estética a través de una puesta en escena teatralizada, que alardea de su artificio en cuanto a dirección de arte, es decir, escenografía y ambientación.

El Casal de Jorge Luis Sánchez no es solo aquel joven mórbido e inadaptado, sino alguien que reta el conservadurismo represivo del Gobierno colonial, amigo de sus amigos y juerguista, adorado por algunas mujeres, y siempre urgido por la angustia de hacer coincidir lo ideal y lo real, el individuo y la sociedad, lo bello y lo útil.

Los mejores momentos de la estetización evidente en la escenografía resultan de la expresión concreta de tales argumentos como ocurre en La Gaveta, el mínimo cuartucho poblado de hermosas fruslerías y la oficina kafkiana, inundada de grises archivos que habita el militar gobernante, correctamente interpretado por Yadier Fernández, quien trata de aportarle matices a este antagonista esquemático a quien, tal vez, se le regalan demasiados textos, escenas con la dama, y tiempo en pantalla en una película que, en mi opinión, no tenía tiempo para recrear de ese modo los móviles del oponente.

Otros dos momentos de seducción barroca tienen lugar, primero, entre Casal y María Ishikawa (encomendados a la disciplinada elocuencia gestual de Yasmani Guerrero y Blanca Rosa Blanco) con una luna de papel como testigo, y la pesadilla surrealista de un cuervo posado sobre una mujer que flota inmóvil, como la Isla. O el final operístico y brechtiano, en el que se consuma la fatalidad del destino poético, en irreconciliable pugna con lo mezquino y lo vulgar.

Y así, entre un raudal de florituras escenográficas y de utilería, que pasan por las flores de papel y los dulces de cartón pintado, se verifican  soluciones visuales que oscilan entre la exageración, de gusto dudoso, y un simbolismo ostentoso, que a veces logran sugerir, con bastante eficacia, la necesidad del poeta de refugiarse en la fantasía, en tanto habita un país donde es «difícil decir lo que se piensa, porque todo es sagrado».

Y si bien Jorge Luis Sánchez elude ahora, mayormente, la visión que él mismo ofrecía en su documental Dónde está Casal (1990) sobre aquel poeta minado por la enfermedad y la pobreza, que se aplicó a escribir febrilmente para enfrentar el fin de su existencia desde lo que mejor sabía hacer: la poesía, el filme que está ahora en cartelera recupera algunos temas imprescindibles en cualquier biografía del siempre controvertido poeta; a saber: la libertad del artista, la rebelión contra el poder dictatorial del Gobierno español, y la validación de la amistad con tres personajes, llamados César, Felipe y Enrique, e interpretados con notable entrega por Armando Miguel (Conducta, El acompañante), Emmanuel Galbán (El techo) y Marlon López. Ellos tres constantemente observan y juzgan a Casal, de modo que representan gradualmente la envidia y la admiración, la manipulación y el reconocimiento, la solidaridad y la visión.

Los amigos de Casal constituyen un modo dramatúrgico bastante eficaz de ubicar al protagonista en un espacio social, porque el romance con la Ishikawa, la relación extraña con Juana Borrero, y la rivalidad con el militar gobernante, cumplen funciones más cercanas al romanticismo y al espíritu legendario que casi todos los filmes históricos asumen. Son los tres amigos, y los vínculos que sostienen hasta el final con el protagonista, los que le suministran al espectador elementos de comprensión sobre esta meditación en torno, no solo a la singularidad creativa de Julián del Casal, sino también acerca de una época y una nación en el momento en que se deciden sus derroteros.

En cuanto al tema de la divina desmesura que caracteriza a ciertos creadores, Jorge Luis Sánchez nos entregó El Benny (2006) y sobre los momentos más decisivos de la historia patria dirigió Cuba Libre (2015), así que estamos ahora ante una película de un autor que tantea un diverso registro estético para abordar sus preocupaciones de siempre.

Más apegado a la visión viable pero discutible de un Casal gregario, venturoso y patriota, por encima de aquel solitario, decadente y escéptico que suelen presentar sus estudiosos, Jorge Luis Sánchez y sus colaboradores (excepcional la dirección de arte de Maykel Martínez y la fotografía de José Manuel Riera, amén de los intérpretes que ya mencionamos) decidieron quizá inspirarse en el poema El Arte: el alma grande, solitaria y pura/ que la mezquina realidad desdeña,/ halla en el Arte dichas ignoradas,/ como el alción, en fría noche oscura,/ asilo busca en la musgosa peña/ que inunda el mar azul de olas plateadas. De ese modo, una estética asentada en el descomedimiento, la fantasía y la rareza se propone expresar la neurosis hedonista y las máscaras que encubrían el verdadero rostro de un espíritu excepcional, en busca de afecto, ilusión y belleza.

Y aunque la historia que nos presentan esté lastrada por cierta dispersión argumental y determinadas situaciones fútiles, para mí es importante celebrar y agradecer los múltiples aciertos de una película como esta, estrenada en una época que suele olvidar a sus mejores poetas.

Buscando a Casal nos presenta, a los miles de cubanos que lo desconocen, o apenas lo recuerdan, el talento excepcional de un poeta en profunda discordia con el tiempo que le tocó vivir, el creador maldito, acosado e incomprendido, que ni siquiera sus compatriotas hemos sabido colocar, ocasionalmente, en el sitio que le corresponde.

La película de Jorge Luis Sánchez intenta corregir tamaño error y nos compulsa a reflexionar sobre el lugar que ocupa entre nosotros la poesía (y no solo la de Casal) además de valorizar el símbolo que constituye aquel poeta acosado por las cámaras de la posteridad que insisten en filmarlo.

Soy del convencimiento de que necesitamos hoy como siempre a los poetas, incluso a aquellos que se depriman con la excesiva felicidad vegetal de nuestros campos. Porque al fin y al cabo tampoco se puede medir el índice de cubanía trascedente, y Jorge Luis Sánchez lo sabe, a partir de que alguien prefiera el té verde helado en vez del café humeante.

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