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Carta a corazón abierto

Carta abierta a los médicos y científicos  de una niña cubana: Los felicito de todo corazón y quisiera hacerles una pregunta personal, ¿Cuánto puede demorar el invento de la vacuna que cure a todos y volver a la vida como era antes? Ese es mi deseo para el mundo y para mi familia en particular

 

Autor:

JAPE

Estimados doctores y científicos cubanos:

Mi nombre es Laura Lis Ramírez Iglesia, y estudio  5to. grado en la escuela Doctor Mario Muñoz, por lo cual me siento muy orgullosa. Quiero, desde mi casa, como deben estar todos los niños y todas las personas, felicitarlos por la linda labor que están realizando al enfrentar esa terrible enfermedad mundial de la COVID-19. Antes, desde que entré en 1er. grado, yo decía a todos que quería ser doctora y ahora, mucho más.

Los felicito de todo corazón y quisiera hacerles una pregunta personal: ¿Cuánto puede demorar el invento de la vacuna que cure a todos y volver a la vida como era antes? Ese es mi deseo para el mundo y para mi familia en particular. Me explico:

Yo vivo con mi mamá Ana Rosa, mi papá Alejandro Alberto, mi hermano mayor (de 15 años) Roly, y mi abuela materna Martha. Llevamos 17 días en casa y todo marcha bien porque nos queremos mucho. Solo algunas cosas, pienso yo, se han ido un poco de la mano. Por ejemplo:

Mi papá, que nunca había disparado un chícharo en la cocina, dijo que él se haría cargo de administrar y suministrar los alimentos ya que él tenía experiencia como segundo administrador de una fábrica de equipos y componentes electrónicos. Entre las labores iniciales se puso como tarea hacer croquetas para amortiguar el gasto de insumos proteicos de mayor necesidad como pollo, cerdo y pescado, según él. Preparó una masa cuyo sabor está entre una colcha de trapear y un trapo de cocina. Lo peor no es el sabor en sí, sino que preparó 253 croquetas y dejó bien claro que hay que comérselas todas. Por si fuera poco, cogió un pan viejo (de hace dos o tres meses), que se usaba para unos pollitos que «paseaban» por nuestro patio, y lo puso a ablandar con agua. Nos dijo que los pollitos podían comer piedrecitas y que el pan era para hacer un pudín. No sé qué técnica utilizó mi papá para que su pudín, luego de seis horas en baño maría, parezca una mermelada y para colmo con el caramelo quemado. Y como deben suponer: ¡también hay que comérselo!; aunque haya otros alimentos en el refigerador.

Mi madre anunció que había llegado la hora de dedicar tiempo a ella. Siempre trabajando en la empresa y en la casa la habían llevado al deterioro total y debía aprovechar estos días para quitarse unos años de encima (o de adentro, no entendí bien), teniendo en cuenta que papá se hizo cargo de la cocina. Se pasa el día viendo series latinas de mafiosos, drogas y drogadictos, y solo se levanta para teñirse el pelo o pintarse las uñas, faena que realiza todos los días. Por supuesto, soy yo quien asume el papel de peluquera y manicure. Hace una dieta rigurosa para bajar de peso que excluye casi todos los alimentos y de esta manera provoca que toquemos a más las croquetas y el pudín de mi padre.

Mi hermano apenas se entera de nada. Nos regala continuos conciertos de Bad Bunny, Chocolate, El tigre, y cuanto animal del reguetón aparezca, a todo volumen. A veces, al caer la noche, detiene la entrega descomunal de decibeles y nos oferta una tanda de karaoke, matizados por su desafinada y desgarradora voz, también a todo volumen.

Abuela no habla. Laboriosamente se ocupa de la higienización: ya ha quitado todo el barniz de los muebles de la sala, el esmalte del refigerador, abrió un hueco a la formica de la mesa, y desapareció todo el brillo de los azulejos de la cocina y el baño con su constante frotar del trapito con alcohol e hipoclorito al uno por ciento.

Queridos doctores y científicos cubanos, no sé si ya entendieron el porqué de mi pregunta. Nuevamente los felicito y cuenten con todo mi aprecio y apoyo.

Con mucho amor, Laura Lis.

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