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Artistas e instructores conquistan comunidades venezolanas

La Misión Cultura Corazón Adentro actuó por estos días a mayores alturas, cuando amenizó toda una semana vacacional a la puerta abierta del teleférico, en esta parte de la Cordillera de la Costa que circunda el valle de la capital

Autor:

Juana Carrasco Martín

CARACAS.— Es el Circo del Sur y se aposentó en la cima del Warairarepano para disfrute de los venezolanos. La Misión Cultura Corazón Adentro, siempre actuando en las comunidades más populares de los cerros del Distrito Capital, llegó por estos días a mayores alturas, cuando amenizó toda una semana vacacional a la puerta abierta del teleférico, en esta parte de la Cordillera de la Costa que circunda el valle de la capital.

En el pulmón vegetal de Caracas, con una temperatura fresca que suaviza los calores del área citadina, las dos brigadas cubanas que integran el Circo del Sur se alternaron en el espectáculo diario, que atraía a los más pequeños, pero que no dejó de satisfacer el espíritu infantil que a casi todos nos ronda de por vida, pues padres y abuelos disfrutaron por igual a payasos, contorsionistas, pulsadores, trapecistas y magos.

No solo fue Teatro a Dos Manos, cuenta-cuentos para reír y pensar. Se aplaudió también en grande al equilibrio sobre manos de Yosnay y sobre los rolos de metal de Luis Alberto Medina.

Al asombro ante los trenzados de cuerpo que logra Yannia y el movimiento constante de Dayana con un abundante racimo de hula-hulas, se unía el encantamiento de las hojas de papel periódico convertidos en sombreritos, delantales y chalecos, o de las plumas de cambiantes colores a ojos vistas de la ilusión mágica de Yarisel y Fernando.

Y llegaron los payasos —Palillito, que es Junior, y Perucho, que es Jorge—, una y otra vez, para hacernos reír a todos, tanto con la sonrisa de la sutileza como con la carcajada sonante y fresca.

Esta vez el escenario encantaba también por su belleza natural, el aire puro y fresco de la cadena serrana.

Dice la leyenda que los indígenas del valle ofendieron a la diosa del mar, y esta con su poder hizo avanzar sobre la tierra una enorme ola, pero conmovida a tiempo por los ruegos arrepentidos, congeló la cresta. Así nació el Warairarepano y se convirtió en el silencioso guardián de la gran quebrada sobre la que se asienta la ciudad.

El mito contribuye e impulsa a correr la «peligrosa» aventura de ascender hasta los 2 105 metros sobre el nivel del mar, en una de las 83 cabinas del teleférico, a través de los 3,5 kilómetros de cables tensados por 23 torres. Así se resume este milagro de ingeniería inaugurado el 19 de abril de 1956, pero hace apenas un par de años revivido por la modernización y el espíritu bolivariano.

Aunque el abismo se abra a sus pies, es el disfrute de una vista sin par de la capital desde el Teleférico del Warairarepano, la Sierra Grande o Tierra de Dantas del bravo pueblo indígena poblador del valle y de sus descendientes, que ya preparan el engalanamiento de la ciudad para la celebración bicentenaria el 19 de abril, conmemoración de una independencia proclamada también para el continente cuando la espada de Bolívar inició su marcha unitaria latinoamericana.

Corazón Adentro va el regocijo y la fiesta de la solidaridad, y por estos días algunos de sus más de 700 artistas e instructores de arte lo hicieron conquistando y dando amor en la cima de leyenda, entre las nubes donde habitan los dioses, contribuyendo modestamente, con la generosa simiente del arte circense, a la convivencia y paz familiar, que es renacimiento humano y social.

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