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Hombres de bolsillo

Hace unos 25 años supimos que existieron —y dicen que aún existen— los micropigmeos

Autor:

Luis Hernández Serrano

Se ha hablado en numerosas ocasiones de los seres humanos denominados «pigmeos», incluidos históricamente en libros, periódicos, revistas, emisiones radiales, televisivas y hasta en películas. Hoy también pueden verse en Internet.

Pero se ha hablado mucho menos de otros hombres más pequeños todavía: los micropigmeos.

Hace cerca de 50 años, un reportero de Estados Unidos escuchó la llamativa historia de la existencia de seres humanoides cubiertos de pelo negro hirsuto, cabellos largos y lacios, de 25 centímetros de altura.

Aquel periodista inmediatamente se interesó por el fenómeno, indagó y, efectivamente, en una región oriental de Nepal vivían tales seres diminutos, que corrían a la velocidad de los gatos. Y simplemente emitían sonidos guturales, chillidos y silbidos.

No se trataba de los llamados yetis, supuestos hombres de las zonas más frías del mundo, de los que se ha dicho que tenían de dos a tres metros de estatura y que se les conocía como «sikkimenses» y «buthanenses», porque vivían en las montañas de Nepal, concretamente en las regiones de Sikkim y Buthán. Ni eran los «metis», hombres aún más pequeños, de medio metro de altura.

Tampoco se trataba de las historias del misterioso pueblo de Liliput, donde Gulliver, en uno de sus viajes, encuentra a unos seres humanos sumamente pequeños, de seis pulgadas de estatura, no más de 15 o 16 centímetros. Ni se aludía a los «gnomos del bosque», como el célebre Pulgarcito, obra de Perrault, ni a los «mirmidones» u otras figuras imaginarias.

Los llamados pigmeos son seres humanos reales, integrantes del grupo étnico de origen más primitivo en las tierras de África.

Desde hace varios siglos, de forma oral y escrita, se ha transmitido el hallazgo de seres mucho más pequeños que los mencionados pigmeos, que habitan zonas aledañas al río Ituri, uno de los afluentes del Congo, y que poseen una estatura que oscila entre un metro y un metro y medio.

En la Enciclopedia de las razas humanas, de Augusto Panyella, se encuentra la mención a «liliputienses de piel negra». El mismo autor de este texto asegura haber visto dos de esos pequeñines en un poblado aledaño a la frontera de Gabón con Guinea Ecuatorial.

Libros muy antiguos como el Shanhaijing y el Shizhuji aluden al país de Hu-Go, donde se asegura que habitan otros humanos de muy reducido tamaño, verdaderamente minúsculos, que apenas tienen unas cuantas pulgadas de estatura.

Son todos estos elementos antropológicos muy curiosos, como la existencia de una también sorprendente crónica originaria de la dinastía menor de Han en la que se habla del país de los «enanos Zhu-Zhu-Go». Y en antiguas leyendas de Japón se aborda el tema de personas de solo cinco o seis pulgadas de estatura.

Argumento para una novela policiaca

Hay una sensacional historia que muy bien podría convertirse en argumento para una apasionante novela policiaca. Un funcionario del Museo de arqueología y etnología de la universidad estadounidense de Harvard, halló en un desfiladero de la cordillera de Kachin —en Birmania, cerca de la frontera con China— un esqueleto humano que tenía enterrado en el cráneo un puñal hecho de hueso. El análisis evidenció que había pertenecido a un varón de edad adulta.

Pero dos elementos eran verdaderamente sorprendentes en este caso: no solo el hecho de que tal hombre había sido asesinado, sino que ¡su estatura no sobrepasaba el medio metro!

Los científicos investigaron con rigor el hallazgo y llegaron a la conclusión de que el esqueleto correspondía a una especie de «pigmeo» más pequeño aún que los famosos similares africanos: el micropigmeo. Pero ¡el enigma no se queda ahí! Cuando aquel funcionario inició el viaje de retorno a Estados Unidos, tuvo la mala suerte de naufragar en el crecido río Uyu, y aunque logró salvarse, perdió su equipaje y con este lo más valioso: ¡el esqueleto del micropigmeo!

En cuanto llegó a la ciudad de Boston, donde trabajaba y residía, mostró un fragmento que había conservado del puñal con que asesinaron al pequeñito ser, y un dibujo que había hecho del referido esqueleto.

Mas, sosténgase bien para que no se caiga: hay otra historia tan asombrosa o más que esta, referida a los hombres más diminutos del orbe.

Estamos aludiendo al hecho cierto de un viajero australiano llamado Ryce (quien había viajado hasta la localidad de Poutao, muy cerca de la frontera birmano-china) iba en una ocasión desandando sitios de interés zoológico a través de la selva, cuando se dio un gran susto al encontrarse de repente con un grupo de pequeñísimos «monos» que, al asustarse también, se escondieron inmediatamente encima de unos árboles frondosos y altos. Esos aparentes «monitos» emitían sonidos guturales muy fuertes, a modo de gritos y resoplidos parecidos a los que hacen los conocidos pigmeos de Bambuti, en el África Central.

Súbitamente comenzaron a lanzarle al australiano diminutas flechas o lanzas de madera con puntas de piedras afiladas, que aunque solo le provocaron rasguños y la pérdida de sus espejuelos, hizo que tuviera que huir y ponerse a salvo de tan inusitada agresividad.

No obstante su carrera defensiva, atinó a recoger una de aquellas pequeñas lanzas o flechas, que en verdad solo tenían el tamaño de un lápiz común y el extremo de piedra puntiaguda, pero con muy poco peso, de ahí que no llegaran a penetrar en su cuerpo.

Ryce informó que pudo ver a uno de aquellos «monitos» que lo atacaron desenfrenadamente. Dijo que tenía colocada una máscara roja de madera y silbaba estridentemente. Declaró que parecía «el jefe» del grupo. Según él aquel «animalito» medía unos 30 centímetros de estatura, cuando más, 35. ¡Algo insólito!

El aventurero australiano reconoció que en el sitio donde fue objeto de tal ataque no había mucha claridad y que él había perdido sus espejuelos, sin embargo, pensaba que no eran monos de reducido tamaño, sino ¡micropigmeos!

En cuanto la prensa comenzó a divulgar el raro suceso, los periodistas se refirieron a él como «el caso de los diablitos de Poutao» y los calificaron con una interesantísima expresión: «los pocketman u hombres de bolsillo».

La repercusión pública de este enigmático asunto fue grande, de tal modo que el famoso etnólogo británico Myron Tracy aseguró semanas más tarde que «el esqueleto de la cordillera de Kachin y los diablitos de Poutao», constituían una misma fuerte evidencia científica, especialmente arqueológica y antropológica, de que los «micropigmeos existen desde épocas remotas, tal vez desde los tiempos del Paleolítico o del Neolítico, pero que eran algo real.

Incluso llegó a decir que esos diminutos seres eran el fruto no de la «ciencia ficción», sino de la reproducción sexual a partir de la cópula normal entre hembras y machos de esa rarísima especie humanoide y, por tanto, el resultado de lo que denominó —humorística, pero muy seriamente— de la «ciencia-fricción de los micropigmeos», es decir, del sexo conocido por el homo sapiens que ha llegado hasta nosotros.

Myron Tracy agregó que los «micropigmeos» existían en las montañas no exploradas de Birmania septentrional y de la también desconocida zona de Sikang, que luego pasó a formar parte de la región especial de Chamdo.

Con el tiempo trascendió que este investigador deambuló por esos parajes selváticos y que murió en circunstancias apenas aclaradas, en un perdido monasterio de la carretera Sikang-Tibet.

Ciertamente el especialista en el estudio de las razas dejó escrito un informe en el que afirmaba que en realidad existían los «micropigmeos», porque él, sin duda alguna, los había visto y se había asombrado de su tamañito, como de pequeñitos juguetes de cuerda.

Para concluir, sépase que hombres de ciencia de numerosas naciones y desde hace mucho tiempo, han dedicado buena parte de sus vidas a estudiar el fenómeno de los pueblos enanos que hay en lugares aún inexplorados de África y en las islas Andamán, en la península de Malaca, en Filipinas, en Japón, en Nueva Guinea y en la Melanesia.

Incluso hay algo más al respecto y es que la escuela etnológica austríaca, específicamente la de Viena, ha considerado siempre que los «pigmeos» y los «micropigmeos» son los verdaderos antepasados de todas las razas humanas que habitan nuestro planeta.

FUENTES: La generación humana, de G. J. Witkovski, doctor en Medicina de la Universidad de París, Librería Editorial Plaza de Santa Ana, Madrid, 1907; manuscrito del desaparecido Carlos Mora, colega de Prensa Latina, prestado hace 25 años al autor de este trabajo, bajo el título de Los pueblos enanos; y Diccionario de pecados, texto inédito del archivo del autor del presente trabajo.

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