Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La Casa Blanca y los aviones caídos

Estados Unidos usa sus aeronaves como pájaros amaestrados impedidos de volar a una tierra vecina que, cual joven gitana, embruja pero enamora

 

Autor:

Enrique Milanés León

La dictadura de Donald Trump borró nueve aeropuertos cubanos de la ruta de sus vuelos chárteres. En efecto: como en ese largo filme de vaqueros en que se ha convertido su Gobierno todo funciona con amenazas, descomposturas, muecas y ultimatos, este martes se cumplen los 60 días que el Departamento de Estado dio a las compañías del perfil para que sus aviones dejen de aparecerse por esos puntos de Cuba, así que, desde hoy, lo que fue articulado puente aéreo será un embudo que descarga apenas desde La Habana.

De tal suerte, ya ni los cada vez más perseguidos —¿políticos?— visitantes estadounidenses ni los cubanos que fijaron residencia allá y desean visitar a sus familiares tendrán manera directa de llegar a Camagüey, Cayo Coco, Cayo Largo, Cienfuegos, Holguín, Manzanillo, Matanzas, Santa Clara y Santiago.

Cualquiera se da cuenta de que en esos lugares están enclavados importantes polos de ocio y las principales concentraciones demográficas fuera de la capital, pero recuérdese que el objeto de la asfixia es justamente ese: que los ciudadanos que disfrutan la gran «democracia» no vean Cuba por sí mismos ni intercambien con su gente, y que parientes y amigos corten, con repentino embeleso capitalista, sus hondas raíces de San Antonio a Maisí. Decadente y decaído, el tío-abuelo Sam sabe bien que la verdad, la belleza y el afecto pueden ser altamente «subversivos».

Trump anda con un tirapiedras, bajando aviones civiles. Ayer vivimos un día de retroceso no solo de la política bilateral sino también de la aeronáutica internacional: desde varios horizontes de Cuba vimos partir naves que partieron, quién sabe por cuánto tiempo, al cielo oscuro del contrasentido.

Además de poner grillos a su gente —que no puede venir sin veleidoso permiso y controles esquizoides—, Estados Unidos usa sus aeronaves como pájaros amaestrados impedidos de volar a una tierra vecina que, cual joven gitana, embruja pero enamora. ¿Cuándo retornarán estas bandadas de «aves» encadenadas? Seguramente cuando a la Casa Blanca regrese la estación del sentido común.

Antes de esta medida, el inefable gobernante también había cortado los vuelos comerciales regulares más allá de La Habana, de manera que ahora ahonda en su intención de tener cielos, hoteles y mesas hogareñas de Cuba en un mismo estado: vacíos. Trump es un dictador con una peculiaridad: sus víctimas son mundiales.   

En Estados Unidos se acabaron las caretas mucho antes del coronavirus. Luego de suprimir los chárteres, el secretario de Estado, Mike Pompeo, reconoció que había sido una «petición» suya al Departamento de Transporte y repitió dos letanías conocidas: hay que quitar ingresos al Gobierno de los Castro —que, curiosamente, más allá del ejemplo no tiene  un Castro en nómina— e impedir que este respalde al sangriento régimen de Maduro. ¿Cuántos Mar Rojo han creado, con vidas segadas, militares estadounidenses en disímiles regiones del mundo?

Por muchas mentiras que la sazonen, la medida no puede engañar a nadie. Así como, tras la zancadilla a los chárteres, a Bob Guild —vicepresidente de MarAzul Tours, que coordinaba vuelos chárter a Cuba— le pareció «increíble que la administración persiga a la comunidad cubanoamericana y sus viajes a la Isla», cuando se suprimieron casi todos los vuelos regulares James Williams, presidente de la coalición Engage Cuba, vio un claro «golpe, innecesariamente cruel, para las familias cubanas».

Más agudo todavía, el representante demócrata James McGovern vio desde entonces lo que hoy constatamos en cielo y tierra: un «estúpido truco político». Claro que, repasando el entrecomillado, ya sabemos que Trump lleva mucho de lo primero, que practica bastante lo segundo y que carga muy poco de lo tercero.

No es nada nuevo ni hay que creerse Colón por escribirlo: si de romper lazos, tensar diálogos y enrarecer ambientes se trata, la Casa Blanca está repleta de naves caídas… sin volar siquiera. Cuando sumamos el bloqueo que nos impone y el que se hace a sí mismo, entendemos que el jefe de aquel régimen quisiera borrarnos de las cartas de navegación aeronáutica.

Por supuesto, no puede, porque es muy honda la letra con que en el mundo auxilia y se impone la tierra de Fidel, un Castro que no ha partido. Incluso, si un día quedáramos sin aviones tendríamos más espacio para esquivar tirapiedras con la luz de nuestra estrella. Ni Cuba requiere naves para volar ni las tijeras del odio cortan las alas de nuestros sueños.

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