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EL FMI está más en entredicho que nunca

La negativa del Fondo Monetario a facilitar créditos necesarios a Venezuela para enfrentar el Covid 19, exhibe a esa institución como un ente injerencista que actúa politizadamente y desconoce sus propias normas

Autor:

Marina Menéndez Quintero

El infausto manejo que el Fondo Monetario Internacional ha hecho de la solicitud venezolana de créditos para enfrentar mejor el nuevo coronavirus, podría costar caro a la ya horadada credibilidad del organismo financiero internacional; al menos, así debe ocurrir entre quienes tienen la visión humanitaria y global con que debe contemplarse la pandemia.

Había salidas más «diplomáticas» que la usada para negarse al pedido venezolano de préstamo, si es que para el Fondo era menester —como adivinamos— adherirse a las posturas de Estados Unidos, de modo de no incomodar a su principal socio.

El Directorio del FMI y su nueva titular, la búlgara Kristalina Goergieva, pudieron haber argüido, por ejemplo, que no sabía cómo Venezuela le iba a devolver los cinco mil millones de dólares pedidos, habida cuenta de la crisis económica que atraviesa el país, y a pesar de que la causas del hueco económico y financiero venezolano son resultado de las sanciones de Estados Unidos más que de la gestión del Gobierno, por lo cual habría sido una actitud igualmente injusta.

Pero, al menos, la salida habría sido consecuentemente «técnica», y resarciría al Fondo Monetario de su criticada decisión de conceder el megapréstamo exorbitante por 54 000 millones de dólares (diez veces más que lo pedido por Venezuela), que aparentemente iba a salvar al hoy expresidente Mauricio Macri, aunque su mal manejo del dinero y las impopulares medidas que el FMI le dictó, terminaran hundiéndolo. En verdad, ese crédito sirvió para atar nuevamente los destinos de Argentina a la institución.

En el caso venezolano, sin embargo, el Fondo acudió a un argumento manipulado que mostró, descarnadamente como nunca hasta hoy, su carácter injerencista y una actuación politizada, más allá de cualquier posición técnica… ni humanitaria.

Se adjudica a un funcionario no identificado que citó la agencia de prensa AFP, la insospechada respuesta. Resulta que el FMI no puede prestar a Venezuela los cinco mil millones de dólares solicitados por ese país, por el insólito motivo de que «no está claro» acerca del «reconocimiento oficial» de que goza el Gobierno de Nicolás Maduro.

«El compromiso del FMI con los países miembros se basa en el reconocimiento oficial del gobierno por parte de la comunidad internacional, como se refleja en la membresía del FMI. No hay claridad sobre el reconocimiento en este momento», fue la cita textual dada a conocer por AFP.

«Desafortunadamente, el Fondo no está en condiciones de considerar esta solicitud», concretó el vocero, adosando la actitud de su institución a la de la administración de Donald Trump y de la cincuentena de países (de los casi 200 que forman parte de la Asamblea General de la ONU) que han reconocido al títere Juan Guaidó como «presidente interino» y quien, ante las providencias tomadas por el ejecutivo de Maduro ha anunciado, planfletariamente, «otro plan» frente al coronavirus: algo que Guaidó ni va a realizar ni le interesa, como no sea manipular políticamente la pandemia.  

Sin embargo, la carta del presidente Nicolás Maduro, formulada a nombre de su pueblo, especificaba que la petición se remitía al denominado fondo de emergencia del Instrumento de Financiamiento Rápido (IFR) del Fondo Monetario.

Y según la propia página web del organismo, el (IFR) «proporciona rápida asistencia financiera a todos los países miembros que enfrentan una urgente necesidad de balanza de pagos», sin especificar reconocimientos oficiales que, por demás, el ejecutivo de Maduro tiene entre la mayor cantidad de países del planeta.

Además, el FMI informa que el IFR fue creado «como parte de una reforma más amplia encaminada a flexibilizar el respaldo financiero que brinda (…) para atender las necesidades diversas de los países miembros».

Entre esas necesidades urgentes reconoce los shocks de precios de las materias primas, las catástrofes naturales, situaciones de conflicto y posconflicto, y emergencias debidas a situaciones de fragilidad… como es el caso de la bloqueada economía venezolana y el posible impacto del coronavirus.

El propio FMI plantea que el IFR «pueden emplearlo todos los países miembros (…) y está pensado para situaciones en las cuales un programa económico completo o bien no es necesario (…), o bien no es viable (por ejemplo, porque la necesidad es urgente o la capacidad de ejecución de políticas es limitada, entre otras cosas, debido a fragilidades)».

Es decir, que no hacen falta programas de ajuste para conceder ese dinero y, por demás, ni siquiera serían necesarios, propiamente, los empréstitos, porque la asistencia «se brinda en forma de compras directas, sin necesidad de un programa propiamente dicho, ni de exámenes».

La situación venezolana, por otra parte, no podía ser más perentoria, agudizada, después de la imposibilidad de transacciones que impone EE. UU. a PDVSA y el resto de las medidas punitivas implementadas desde 2015 contra Caracas, por la caída reciente en los precios del barril del petróleo (se dice que la peor, desde el derrumbe de 1991) y, ahora, por la entrada del COVID 19.

Rusia calificó la actitud del FMI como típicamente hipócrita, dijo este jueves la portavoz del Gobierno, María Zajárova, cuando recordó que la institución, sin embargo, moviliza recursos hasta por un billón de dólares «para ayudar a ciertos países a superar las consecuencias del brote de coronavirus».

Entonces, ¿por qué no a Venezuela? ¿Acaso para que las penurias por el impacto de la enfermedad se ceben en las dificultades creadas por las sanciones estadounidenses, y terminen por hacer estallar, de una vez, la paciencia de todos los venezolanos, enfilando su ira contra el Gobierno de Maduro…? Hasta ahora, ni la oposición derechista venezolana ni las sanciones de Estados Unidos, lo han conseguido.

Nunca hasta hoy la actitud del Fondo Monetario se mostró más impúdica en su papel de instrumento financiero a favor de los poderes hegemónicos. ¡Y hasta inhumana!

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