Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Qué dura es la vida, Posada!

Autor:

Luis Luque Álvarez

«Se le incrimina a Posada Carriles el haber dado falsas declaraciones respecto a su ingreso a este país, nada relevante para los servicios que Luis le prestó a esta gran nación durante la Guerra Fría. Posada Carriles se jugó la vida en muchas ocasiones, no solo combatiendo al comunismo en Cuba sino también luchando por la democracia en otros lugares del mundo, particularmente en Venezuela. Fue un estrecho colaborador de la Agencia Central de Inteligencia y sirvió honrosamente en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos».

¿Quién firma el panegírico? Un amigo de «Luis»: Orlando Bosch, el mismo de las «cinco negritas» en el avión de Cubana. ¿Dónde lo escribe? En El Nuevo Herald, un diario asentado en el extremo sur de un país cuyo gobierno persigue a los terroristas en los más «oscuros rincones del mundo» y hasta en la Luna, de ser preciso. Cualquier día, como van de avanzadas las cosas, dicho periódico publicará un mensaje de Thanksgiving de Osama bin Laden, o las cartas de amor de Hitler a Eva Braun.

Cuesta darle la razón a un asesino, pero justicia es justicia, y como él dice, nadie puede dudar de los servicios de Posada a la Agency. Algunos detalles, no obstante, se le escapan al macabro pediatra cuando refiere que su amigo «se jugó la vida en muchas ocasiones», o que anduvo de adalid de la democracia en Venezuela. Lo que bien se sabe es que allí ejercitó libremente sus raramente democráticas artes de la tortura, y en cuanto a lo primero, sí, se jugó bastante el pellejo... de otros. O ¿a cuántas millas se quedó cuando mercenarios centroamericanos, pagados por él, dejaron sus cargas de muerte en hoteles de La Habana, en 1997? Si había valentía, permaneció a buen recaudo en el escaparate...

Así, Bosch no entiende cómo su socio de correrías no está jugando dominó con él en un parque, como cualquier viejito que colecciona sellos y se va de picnic. No puede evitar la comparación: «Todo esto me recuerda que cuando regresé a Estados Unidos después de haber estado once años preso en Venezuela, de haber sido juzgado en ese país por tribunales militares y civiles y absuelto en sentencia definitiva de los cargos que se me imputaban, fui recluido en una prisión federal estadounidense por el cargo absurdo y ridículo de representar “un peligro para la seguridad nacional”». «Durante 29 meses —prosigue— permanecí en prisión, y si fui liberado no fue porque se percataron de lo descomunal de su injusticia, sino por la amplia y constante solidaridad de mis compatriotas y hermanos de otros países que de diferentes maneras hicieron saber que rechazaban lo que el gobierno estaba haciendo con mi persona».

Y tiene razones para asombrarse. Él, libre, y el otro, con un expediente tan épico como el suyo, aún detenido. Algo está podrido en Roma, que no recuerda a quienes le sirvieron lealmente. Sin embargo, Bosch obvia que, si él puede ir a tomarse un café al Versalles y tumbar cada dos o tres días al «gobierno de Castro», se debe a que su libertad es, por sí misma, un absurdo, una insólita decisión de perdón del presidente y ex jefe de la CIA, George H. Bush, en 1990.

O sea, un hada radiante voló sobre la prisión, y de un ¡fuácata! convirtió al «terrorista número uno» de Miami —según expresión del FBI— en un buen vecino de la comunidad. Ahora el señor ejemplar quiere que se repita la historia. Si con él funcionó la hipocresía, ¿por qué no con su secuaz?

«Todos conocemos —añade— los numerosos casos en los que el gobierno de Estados Unidos ha actuado a favor de la democracia, cómo los hijos de esta gran nación ofrendan su vida por la libertad de los pueblos, por eso, para mí, es una gran cobardía que un país que tiene un prontuario tan rico en la lucha por la libertad y los derechos humanos, viole los derechos e intente violentar la dignidad de Luis Posada Carriles y de otros patriotas cubanos porque estos están comprometidos en la lucha por la libertad de su patria».

No entro en detalles sobre el «tan rico prontuario» de EE.UU., pues vietnamitas, iraquíes, dominicanos y muchos otros pueden ejemplificar suficientemente tal «riqueza». ¿Qué es, según Bosch, la violencia sobre la «dignidad» —buena pincelada de ciencia ficción— de Luis Posada Carriles? Pues que el gobierno de Bush no le dice simplemente: «Perdone las molestias, señor, puede marcharse», sino que ahora un jurado ha creído oportuno incriminarlo por «haber dado falsas declaraciones respecto a su ingreso a este país, nada relevante».

Bien, si las autoridades judiciales de EE.UU. no deben enjuiciar a quien miente ante la ley, pues preveo un alza del desempleo entre los magistrados. O quizá para Bosch, al igual que para su gobierno, hay mentiras malas y buenas, punibles y no punibles. Solo depende de quien las diga, y si es Posada, clasifica en el segundo grupo. ¿Le era tan difícil al jurado de Texas hacer la vista gorda?

Ah, y en lo de «nada relevante», tiene razón, pero por la causa equivocada. Porque ¿qué significa realmente haber entrado como ilegal en EE.UU., en una balanza de la que, al otro extremo, cuelga un alijo de destrucción, muerte y tortura por el que Posada debe ser llamado más propiamente terrorista, con todas sus diez letras?

El compinche se queja. ¡Qué dura, pero qué dura es la vida de un «demócrata»!

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