Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Leer es algo más

Autor:

Roberto Díaz Martorell

«¡Yo leo de todo para que nadie me haga un cuento!», decía una mujer a su acompañante camino a casa, a su regreso de la bodega.

El énfasis de la exclamación captó mi interés durante algunos minutos, acaso porque la señora pasaba las seis décadas y tras sus palabras se escondía una energía que la hacía lucir más joven.

«He ahí una excelente actitud ante la vida», comenté a un amigo, pues la persona que lee mucho amplía sus horizontes en todos los sentidos.

Seguro que a esa señora nada la coge de sorpresa si su hábito de leer se extiende hasta la prensa, medité. Muchas veces se escucha a alguna gente preguntar «¿Quién dijo eso?», o aquella otra frase de «Me dijeron que bla, bla, bla…», sin el menor indicio de conocimientos acerca del tema que pretenden poner en la agenda pública y, casi siempre, acompañando sus palabras de cierto tono de incertidumbre y pesimismo.

Quienes así se manifiestan no saben lo que se pierden al desechar oportunidades de aprender sobre lo que ocurre a diario en el país o cerca de su casa. Es un contrasentido, incluso en el orden práctico, pues muchas veces ellos mismos se benefician y no lo saben porque no leen y no se enteran.

Cada vez son más los jóvenes que cargan series y filmes en discos compactos, y llevar colgados al oído los audífonos del MP3, el MP4 o el Ipod ya es casi parte de la anatomía. Nada tengo en contra de la modernidad —disfruto entre los primeros cuando el DVD «rueda» uno de esos filmes o espectáculos musicales de excelente calidad—; sin embargo, una hemorragia de Casos Cerrados y Decisiones..., sin mencionar otros absurdos, amenaza desde hace un buen tiempo con ocupar espacios útiles para otros menesteres tan provechosos como la lectura, por ejemplo.

En medio de esos vientos de borrasca, es interesante que las Ferias y Noches del Libro figuren entre las opciones recreativo-culturales más nombradas y deseadas por la población. Ello responde a una creciente actitud positiva de las personas por buscar tesoros en los diferentes títulos que en esos espacios se ofertan.

La vida también enseña que ese camino hacia la sabiduría se construye desde el hogar. De niño tenía en casa la colección casi completa de la literatura infantil de la época: Robin Hood, Los Tres Mosqueteros, El Corsario Negro, Sandokan, El príncipe y el mendigo, Platero y yo, Viaje al centro de la Tierra, entre otros ejemplares que harían interminable la lista.

Una vez reposada la comida y ante los ojos vigilantes de mamá, para que no viera la televisión hasta tarde, me acomodaba en mi pequeña camita y echaba a volar la imaginación en un encuentro íntimo entre el texto y yo.

No recuerdo ahora cuántas veces salvé a la tripulación de la agresividad de Hanno Momo, rescaté las joyas de la reina de Francia o cabalgué incansable sobre el lomo de Platero. Lo cierto es que al despertar doblaba la hoja y colocaba el volumen entre los cuadernos de clase para, en el tiempo libre, continuar soñando entre las letras del cuento.

Con la era digital pareciera perderse el encanto. Pero es solo un espejismo: no puedes cargar con la computadora a todas partes, y aunque leer sentado es algo que recomiendan varios especialistas, mantener esa misma posición frente a la PC puede resultar monótono y agotador.

Leer es algo más. Es establecer un diálogo entre el autor y el lector; es vivir en cada texto las pasiones y sentimientos de los personajes. Es, simplemente, vivir una aventura.

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