Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Gera

Autor:

Enrique Milanés León

Hace unos 20 años, lejos de aquí, el viejo Gera todavía vivía a dos casas de la mía, pero siempre le quise, y me quiso, como si nos cobijara el mismo techo. Era pescador, igual que mi padre, solo que a él le duró más la marea: estuvo en su barco, firme como buen patrón, hasta que el almanaque y las enfermedades le armaron un motín. ¡Que esos dos no respetan a nadie!

Una vez pasé una semana «afuera», en la cayería que le mira la barriga hinchada al mapa de Santa Cruz del Sur, y Gera me llevó en su barco para que aprendiera cómo se pescaba en grande. De aquel lance me quedó el pargo más hermoso que recuerdo, de un rosado Rapunsel, tan delicado que en casa nadie quería comerlo.

Con Gera y con su Marina —¿qué otro nombre puede tener la mujer de un pescador?— me sentaba en el piso, en el portal de la casa buena que jamás pudieron terminar, a escuchar esas historias infinitas que continúan cuando el mar mismo se ha acabado. Todo se resumía en los pejes, las olas, los ciclones, los barcos y, por supuesto, los hombres que pueden reírse de todo eso con apenas un cordel de pescar. Así fue hasta el día que un capitán oscuro lo enroló en la nave de la muerte.

Yo encayé en este Camagüey que no sabe nadar. Yo he descubierto un trozo del mal mediterráneo. Ya casi no voy por Santa Cruz, pero cuando llego y doy una vuelta a su Marina, en el mismo portal de aquella adolescencia se me escapa el impulso de preguntar por el amigo: «¿Y por dónde anda Gera?».

Mientras arponeo memorias imagino que la tierra que un día lo cubrió no le haya quitado su timón de mando. Se fue en short y descalzo y olvidó la camisa; se fue con tantos soles en la piel, tantas historias de a bordo, tantos peces en las manos, tanto sudor en la sal, que es increíble que no siga navegando.

Por eso puedo ver su cosecha de ahora, puedo verle adornada su eslora de huesos con sonrisa de vital calaGera, puedo ver su cubierta cubierta de esqueletos de peces.

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