Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Pensando en cubano

Autor:

Graziella Pogolotti

En el Malecón, las olas rompen contra los arrecifes. A veces escuchamos un suave chapoteo. Otras, las aguas irrumpen con violencia, desafían al muro, inundan las calles, bañan a los paseantes divertidos e impulsan el salitre hacia lo profundo de la ciudad. Es la representación objetiva de la vida cambiante y de una realidad duradera. Porque ahí permanece el mar, están los arrecifes y los seres humanos que, tozudos, intentan reparar los daños. Algunos de ellos son irreparables. Pero lo que se transforma y sobrevive es el espíritu de la nación, lacerado una y otra vez, pero ardiente allá en lo hondo.

Estas reflexiones me vienen a la mente a partir de algunas lecturas complementadas con diálogos en cursos y conferencias recientes. Me refiero a un ciclo de conferencias sobre Trinidad, a un curso de posgrado sobre pensamiento cultural y a un libro sobre el mismo tema publicado por Olga García Yero y Luis Álvarez. En todos ellos se manifestaba la pasión intelectual por indagar en el territorio complejo de la memoria, cómo nos hemos ido haciendo para esbozar el perfil de cómo somos, indispensable para trazar el presente en el que cada paso es un eslabón de futuro.

Así nos lo enseñó José Martí, quien estudió la realidad de su Isla en los textos literarios, en la conducta de los protagonistas de la Guerra Grande, en el intercambio con los obreros de Cayo Hueso y, después del desembarco de Playitas, en el paisaje deslumbrante, en las costumbres, en los gestos, tanto de los compañeros de armas como de los campesinos que les daban acogida. Sabía que, para bien o para mal, en la manigua se gestaban rasgos definitorios de la república por venir. Así fue. Su caída temprana, seguida por la de Antonio Maceo, contribuyó a configurar lo que vendría luego. Con esas muertes, en el terreno de las ideas, la relación de fuerzas se había modificado abruptamente.

En nuestra tradición intelectual empezamos a pensar en cubano cuando todavía éramos españoles de ultramar, mientras en el continente se luchaba ya por la independencia. Todavía bajo el dominio de la metrópoli española, nuestra cultura se articuló con el propósito de descubrir en el presente y en el rastreo del pasado los fundamentos del futuro. Esa vocación se revela en la obra de los poetas, en los primeros esbozos de la narrativa y en un pensamiento que se despliega en distintas direcciones y lo hace de manera aleccionadora.

No puede olvidarse que en el entorno delmontino se extrae de una papelería ahora perdida el Espejo de Paciencia, amanecer de las letras, singular poema épico, relato de un minúsculo combate entre contrabandistas. Sin requerir socorro de autoridades muy distantes de una isla despoblada y boscosa, los criollos de reciente prosapia se valen de sus propias fuerzas para recuperar al obispo Altamirano de las manos de sus secuestradores. El héroe de la acción será el negro Salvador Golomón. Documento auténtico o texto manipulado, Espejo… evidencia la voluntad de dejar sembrada la piedra fundacional de nuestros orígenes.

Desde los presbíteros José Agustín Caballero y Félix Varela, la capacidad de observar creativamente el adentro y el afuera de la Isla ha sido un rasgo permanente de nuestra tradición intelectual. Ante todo, había que tener los pies bien puestos en la tierra, valorar su realidad concreta en términos económicos, sociales, políticos, educacionales y culturales. En una isla situada en un cruce de caminos, puente natural entre América y Europa, las capas ilustradas procuraron siempre información acerca de las corrientes de ideas surgidas en el resto del mundo. Dispusieron de libros y revistas. En sus viajes, no se conformaron con completar estudios en España. Conocieron el resto de Europa, sobre todo Francia posrevolucionaria y la Inglaterra vanguardia de la Revolución Industrial, sin descartar en sus andanzas los vecinos Estados Unidos.

Abierta al aire caluroso del sur en la cuaresma y al frío que viene del norte en invierno, la cultura cubana convirtió en tradición el empeño por apropiarse de lo útil y necesario para sí, viniera de donde viniera. Por eso, como lo percibió Carpentier, su imagen simbólica más exacta se reconoce en la ceiba, árbol solitario con brazos orientados en todas direcciones. Sus raíces poderosas se extienden bajo tierra y pueden socavar los cimientos de las edificaciones. Altar de deidades venidas de África, su condición sagrada se reconoce en creyentes y no creyentes. Las raíces no se hunden en el pasado. Lo hacen en una tierra viviente: la Pachamama de nuestros pueblos originarios, animada por microorganismos de todo tipo, por minúsculas especies que la habitan, inundada por las aguas del verano, quebrada por las intensas sequías y siempre renacida.

Con los brazos extendidos, el tronco poderoso y las raíces interminables, la ceiba representa la imagen simbólica de la sociedad, asiento de la cultura, ancla de la identidad, depósito de memoria y observatorio propicio para otear el horizonte distante.

Atentos al palpitar de la Isla y al movimiento del mundo, quienes han pensado en Cuba no se han propuesto el traslado mecánico de modelos. El punto de vista dominante en el siglo XIX sobrevivió durante la República Neocolonial en las mentes más lúcidas. La castración del proyecto martiano aceleró el aprendizaje de la naturaleza del imperialismo e intensificó la voluntad de tejer redes con la América Latina. La Revolución triunfante ha llegado. La resonancia de la carta póstuma de Martí a Mercado estaba en 1960 en la intervención de Fidel en Naciones Unidas. Al reclamar el cese de la «filosofía del despojo», colocaba el tema en el contexto de la época. Era la Guerra Fría, pero se desarrollaba también el proceso de descolonización del Tercer Mundo. En aquella circunstancia excepcional coincidían en Nueva York los dirigentes emblemáticos, universalmente reconocidos, de Asia y África. El futuro del socialismo —pensaban Fidel y el Che— pasaba por la imbricación esencial en la lucha anticolonialista.

En la actualidad, pensar en cubano significa desentrañar el sentido profundo de las contradicciones que rigen el mundo de hoy, saltar por encima de las parcelas para entender la compleja realidad de la nación, cultivar en función de la realidad actual el ejercicio de la memoria, bucear en la historia con la mano puesta en la tierra cálida, húmeda y moviente. En suma, hoy como siempre, pensar en cubano consiste en activar el diálogo entre lo conceptual y lo concreto mediante la práctica de una dialéctica aleccionadora ajena a generalizaciones abstractas y vacías.

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